De Política y Cosas Peores

4/05/2018 – El término «ominoso» es ominoso término. Designa a todo aquello que anuncia un suceso funesto, desdichado. El calificativo se aplica a lo que es de mal agüero, a lo que presagia un infortunio. Considero que el nombramiento de René Juárez Cisneros como nuevo dirigente nacional del PRI es un ominoso acontecimiento. Pienso que esa designación es vaticinio de que el Gobierno y su partido pondrán en ejercicio todos sus recursos -buenos y malos- para ganar la elección de julio a como dé lugar, no importa si para conseguir ese propósito es necesario llegar a la ilegalidad. Quien ahora preside el partido oficial es, en efecto, un priista de viejo cuño, curtido en las prácticas del priismo tradicional y diestro en conseguir los resultados que se esperan de él. El hecho de que el Presidente Peña lo ponga al frente del PRI no sólo es muestra de la desesperación del régimen ante el mal rumbo que lleva la campaña de su candidato; es, sobre todo, indicio de que el prigobierno recurrirá a cualquier extremo con tal de no dejar ir el poder. Una decisión así, la de ganar a toda costa, entraña graves riesgos, sobre todo si se toman en cuenta factores tales como el desprestigio del Gobierno y su partido; la beligerancia del movimiento encabezado por López Obrador y la creciente resistencia de la sociedad civil a permitir que se desvirtúe una elección. Los actuales detentadores del poder se sienten perdidos. Y, como dice el proverbio popular, un perdido a todas va. En este caso la designación de René Juárez no es palo de ciego: es palo de aquél que se dispone a dar más palos. Tanto los partidos opositores del PRI como la ciudadanía deben mantener una actitud vigilante para evitar que el régimen intente torcer la voluntad de los electores. Ciertamente hoy por hoy se antoja muy difícil manipular los resultados de la votación. Pero un Gobierno desesperado es capaz de todo. Y en las actuales circunstancias del país cualquier evidencia de fraude electoral sería de consecuencias trágicas. Narraré en seguida algunos lenes chascarrillos para aliviar la gravedumbre que en la República debe haber puesto el ominoso comentario que hice. Meñico Maldotado sufría de indigencia genital. Su atributo de varón era minimalista. No obstante esa penuria, casó con Pirulina, muchacha sabidora. Fueron a pasar la luna de miel en una cabaña en el bosque, pues ambos eran amantes de la naturaleza. Tan pronto se vieron en ese acogedor refugio Meñico se dispuso a consumar las nupcias, a cuyo efecto dejó caer la bata que lo cubría. Pirulina le vio la alusiva parte -hasta donde podía verse- y comentó luego, preocupada: «Y para colmo no hay tele ni Wi-Fi». Himenia Camafría y Celiberia Sinvarón, maduras señoritas solteras, fueron de vacaciones a la playa. En el bar del hotel un maduro caballero les invitó una copa. Dijo Himenia: «No podemos aceptar la invitación de un desconocido». El señor, apenado, se iba a retirar. Al punto añadió Himenia: «Necesitamos dos». Sir Galahad iba a ir a la Cruzada. Hizo poner a su esposa Guinivére un cinturón de castidad a fin de asegurarse de que ningún hombre tendría acceso a ella durante su ausencia. Luego llamó al reverendo Stacked, capellán de la aldea y su más cercano amigo. Le dijo: «Pongo en tus manos, piadoso hermano mío, el tesoro de la virtud de mi mujer. Cuídalo de modo que cuando vuelva yo de Antioquía pueda encontrar sin mácula lo que sin mácula dejé». Así diciendo le entregó la llave del cinturón de castidad. Luego montó en su caballo y emprendió la marcha. Apenas había cabalgado media legua cuando Stacked lo alcanzó a todo correr. «¡Galahad! -le gritó-. ¡Me diste la llave equivocada!». FIN.

MIRADOR.

En el viejo álbum de fotografías que está en la casa del Potrero hay tres retratos de la tía Mara. Si te fijas bien verás que en los tres aparece con el mismo abanico.
La primera fotografía es la de bodas. En ella está la tía sentada en un sillón de Viena. Su esposo, de pie a su lado, tiene la mano puesta sobre el hombro de la novia en actitud de propietario. El abanico de la tía Mara se ve abierto.
El segundo retrato es de familia. Están la tía Mara y su marido con los dos pequeños hijos del matrimonio. El hombre tiene la mirada adusta; su mujer un gesto triste. El abanico está cerrado.
En la tercera fotografía está solamente ella, joven viuda, y hermosa. Su rostro muestra una sonrisa que apenas si se atreve a ser sonrisa. Su abanico está otra vez abierto.
Me pregunto si hay una historia en esos tres retratos. Brevemente narrada sería la historia de la ilusión que nace, después muere y luego vuelve a renacer. Sé que el primer esposo de la tía Mara la hizo sufrir mucho. Un año después de enviudar volvió a casarse con un novio de su juventud, y fue feliz. Mi abuela me contó esa historia. También me la contó el abanico.
¡Hasta mañana!…