De política y cosas peores

10/04/2018 – El corazón tiene sinrazones que la razón no conoce. Perdóname, sobrino, esa dudosa variación sobre el tema pascaliano. Sucede que anoche, en la duermevela, me hice una pregunta que ahora te hago a ti. La pregunta es ésta: ¿puede un hombre morir de tristeza? No pienses que la cuestión es vana o cursi. Antes bien es seria y es profunda; tiene la solemnidad y la hondura de la muerte. Conozco casos que darían respuesta afirmativa a esa interrogación. Voy a citarte uno que nos es cercano. ¿Te acuerdas de don Rosendo y doña Luisa, nuestros vecinos en la calle de Santiago? Vivían en aquella casona que tenía fachada de ladrillo y grandes ventanales con postigos, casi en la esquina con el callejón del Caracol. Un día esos esposos discutieron -nadie supo jamás la causa de la discusión-, y desde entonces no volvieron a dirigirse la palabra. En tal silencio vivieron 30 años, la señora en su cuarto del lado sur del gran patio de la casa; el señor en su habitación del lado opuesto. Por la mañana ella les decía a las hijas: «Vayan a ver cómo amaneció su papá», y él les decía a los hijos: «Vayan a ver cómo amaneció su mamá». Y eso era todo. Un día doña Luisa amaneció sin vida. Murió durante el sueño. Le dieron la noticia a don Rosendo, y tres horas después el señor cayó muerto de repente, siendo que estaba bueno y sano, fuerte como un roble, si me permites usar esa comparación arbórea tan usada. Un médico dictaminó que había muerto del corazón. Era verdad. Pero no murió de una cardiopatía. También eso es verdad. Te digo, Armando, que un hombre puede morir de tristeza, aunque la literatura romántica haya reservado esa clase de muerte para la mujer. Otro ejemplo te convencerá de mi teoría, si es que no estás ya convencido. Ayer fuimos a despedir a mi amigo el Paradigma. Antes te habría dicho: «Ayer fuimos a enterrar a mi amigo el Paradigma». Pero ahora ya no se acostumbra enterrar a la gente; casi siempre se le incinera. Por eso, para no entrar en detalles funerarios, te dije que ayer fuimos a despedir a mi amigo el Paradigma. Se llamaba Juan Fernández, así, sencillamente, pero le apodábamos el Paradigma por su manía de usar constantemente esa palabra: paradigma. «Sigamos el paradigma que nuestros padres nos dejaron». «Fulano es paradigma de honradez». «Hagamos de nuestra vida un paradigma». Y así. El Paradigma era viudo. Un viudo muy especial. A los pocos años de casado su esposa lo dejó para irse con otro hombre. Juan sintió mucho el abandono, claro. Quizá en otras circunstancias se habría suicidado, pues era paradigma de emociones, o se habría entregado a la bebida; pero tenía que ver por sus hijos, a los que la mujer abandonó también. Al parecer la señora no era paradigma de nada. Juanito no se juntó con otra, ni se le conoció jamás trato con alguna. En esa soledad vivió hasta llegar a los 70. Un día se enteró de que su esposa había muerto. Noches después, entrado en copas, lloró en mi hombro y me confió que ahora que había muerto el amor de su vida se sentía solo. ¿Puedes creerlo, Armando? Ni siquiera había vuelto a ver a su mujer en todos ese tiempo, y sin embargo sentía su desaparición como si siempre hubiera estado con ella. No me lo explico. Tú me conoces bien, sobrino; conoces a tu tío Felipe, y sabes por lo tanto que no soy hombre de emociones. Las emociones son cosa del alma, y yo soy hombre de pasiones, que son cosa del cuerpo. Con mi alma platico muy sabrosamente, pero con mi cuerpo gozo más sabrosamente aún. Pues bien: déjame decirte que me emociona el caso de mi amigo el Paradigma. No sé por qué. Tendré que preguntárselo a mi alma la próxima vez que platique con ella. FIN.

MIRADOR.

Se diría que Malbéne gusta de escandalizar a sus colegas teólogos. De seguro muchos hallaron poco ortodoxas estas palabras suyas en el último artículo que escribió para la revista Iter:
«. El camino hacia Dios pasa por sus criaturas. La oración es hermosa, ciertamente, pero el Señor no la oye si no la acompañas con obras de bien para tu prójimo. El mejor rezo es el amor. El pedazo de pan que das al pobre vale más que mil Credos recitados en egoísta soledad. Ve a misa, sí, pues en ella participarás del hondo misterio de la eucaristía, Pero de nada te servirá eso si no vas también hacia el hermano que te necesita. Él será quien te justifique, no los Credos ni las misas.».
En una conferencia que dictó hace meses en Lovaina dijo Malbéne: «Soy un teólogo que busca salvarse de la teología». Esa frase hizo reír a unos y fruncir el entrecejo a otros. Seguramente su reciente artículo no complacerá a sus críticos, antes bien será para ellos motivo de escozor. Sin embargo un religioso protestante, Marcus Thomas, escribió acerca de Malbéne: «Con frecuencia provoca escándalo entre los suyos. Lo mismo hacía Jesús».
¡Hasta mañana!…