De política y cosas peores

Armando Fuentes

23/02/18

Ortega y Gasset es un filósofo a quien muchos citan y muy pocos leen. Yo lo leí en un tiempo -en la insigne y benemérita Colección Austral-, pero confieso que ahora sus libros me miran con reproche desde los anaqueles donde hace muchos años están sin ser tocados. Recuerdo sin embargo algunas frases de ese sólido pensador que tanto influyó sobre los que influyeron tanto. Una de ellas, con traza de enigma o adivinanza, contiene una verdad palmaria. Dice Ortega: «El caballo cuando nace estrena su ser caballar. El hombre cuando nace no estrena su ser humano». En efecto, el caballo que nace hoy es básicamente igual al que nació hace 50 años, o un siglo, o un milenio. En cambio el hombre de hoy es por completo distinto al de la generación pasada, y pocas semejanzas tiene en lo social con el hombre de la Edad Media, o con el griego, el romano o el egipcio que vivieron antes de la era cristiana. Y es que el hombre que nace hoy recoge lo que hicieron todos los hombres que vivieron antes que él. Le pertenecen lo mismo «La Ilíada» de Homero que los sonetos de Borges; igual los frescos de Giotto que el Guernica de Picasso; tanto el telescopio de Galileo como la penicilina de Fleming. ¿Qué tiene el hombre, entonces, que no tiene el caballo? Tiene la palabra. Por virtud de ella puede guardarlo todo, conservarlo todo. Muchas cosas distinguen al hombre del animal -la maldad, por ejemplo-, pero lo que más hace que el hombre sea humano es la palabra, atributo que algunos entienden como la dádiva mayor que el dios creador hizo a los hombres. Él mismo era palabra. «In principio erat Verbum», dice el evangelista. En el principio era el Verbo. Es decir la palabra. Y añade que el Verbo era Dios. Digo todo esto porque cuando se pierde la palabra se pierde también el hombre. Y en México va desapareciendo lentamente ese riquísimo tesoro que son las lenguas aborígenes, que para muchos mexicanos son lengua materna. (¿Protestarán las partidarias de la equidad de género por el hecho de que se diga «lengua materna» y no «lengua materna y paterna»?). En varias partes del país he advertido con tristeza que quienes poseen una lengua indígena tienen a vergüenza hablarla, aunque la hayan recibido de sus padres y abuelos. No perdamos ese valioso legado, el de nuestras lenguas indígenas. Sería perder algo de lo mejor de nosotros mismos. Miss Bubia era organista en la Iglesia de la Tercera Venida (no confundir con la Iglesia de la Tercera Avenida, que pide a sus miembros arrepentirse de sus pecados como condición para luego cometerlos). Miss Bubia era dueña de un espléndido tetamen cuyo tamaño superaba toda proporción, tanto que su brassiére no tenía copas: tenía cubetas. La organista tocaba a ciegas su instrumento, pues su desmesurado atributo le impedía ver el teclado. Se apenaba porque los feligreses varones se distraían por su causa durante el servicio. No ponían atención al sermón del pastor de la iglesia, el reverendo Rocko Fages, por estar contemplando la exuberancia de su región galáctica (la de Miss Bubia, no la del reverendo). Pensó en someterse a una operación quirúrgica de reducción del busto, pero no podía pagarla, de modo que se alegró muchísimo cuando una amiga le dijo que si lo sumergía con frecuencia en una palangana llena de zumo de limón sus bubis se harían más pequeñas, ya que el jugo de ese cítrico tiene cualidades astringentes. Siguió el consejo. Tres veces diarias sometía su busto a ese tratamiento limonar. Sucedió que  el siguiente domingo el pastor Fages no pudo pronunciar su sermón, pues traía la boca toda fruncida. Comentó una feligresa: «Hasta parece que ha chupado limón todos los días». FIN.Ortega y Gasset es un filósofo a quien muchos citan y muy pocos leen. Yo lo leí en un tiempo -en la insigne y benemérita Colección Austral-, pero confieso que ahora sus libros me miran con reproche desde los anaqueles donde hace muchos años están sin ser tocados. Recuerdo sin embargo algunas frases de ese sólido pensador que tanto influyó sobre los que influyeron tanto. Una de ellas, con traza de enigma o adivinanza, contiene una verdad palmaria. Dice Ortega: «El caballo cuando nace estrena su ser caballar. El hombre cuando nace no estrena su ser humano». En efecto, el caballo que nace hoy es básicamente igual al que nació hace 50 años, o un siglo, o un milenio. En cambio el hombre de hoy es por completo distinto al de la generación pasada, y pocas semejanzas tiene en lo social con el hombre de la Edad Media, o con el griego, el romano o el egipcio que vivieron antes de la era cristiana. Y es que el hombre que nace hoy recoge lo que hicieron todos los hombres que vivieron antes que él. Le pertenecen lo mismo «La Ilíada» de Homero que los sonetos de Borges; igual los frescos de Giotto que el Guernica de Picasso; tanto el telescopio de Galileo como la penicilina de Fleming. ¿Qué tiene el hombre, entonces, que no tiene el caballo? Tiene la palabra. Por virtud de ella puede guardarlo todo, conservarlo todo. Muchas cosas distinguen al hombre del animal -la maldad, por ejemplo-, pero lo que más hace que el hombre sea humano es la palabra, atributo que algunos entienden como la dádiva mayor que el dios creador hizo a los hombres. Él mismo era palabra. «In principio erat Verbum», dice el evangelista. En el principio era el Verbo. Es decir la palabra. Y añade que el Verbo era Dios. Digo todo esto porque cuando se pierde la palabra se pierde también el hombre. Y en México va desapareciendo lentamente ese riquísimo tesoro que son las lenguas aborígenes, que para muchos mexicanos son lengua materna. (¿Protestarán las partidarias de la equidad de género por el hecho de que se diga «lengua materna» y no «lengua materna y paterna»?). En varias partes del país he advertido con tristeza que quienes poseen una lengua indígena tienen a vergüenza hablarla, aunque la hayan recibido de sus padres y abuelos. No perdamos ese valioso legado, el de nuestras lenguas indígenas. Sería perder algo de lo mejor de nosotros mismos. Miss Bubia era organista en la Iglesia de la Tercera Venida (no confundir con la Iglesia de la Tercera Avenida, que pide a sus miembros arrepentirse de sus pecados como condición para luego cometerlos). Miss Bubia era dueña de un espléndido tetamen cuyo tamaño superaba toda proporción, tanto que su brassiére no tenía copas: tenía cubetas. La organista tocaba a ciegas su instrumento, pues su desmesurado atributo le impedía ver el teclado. Se apenaba porque los feligreses varones se distraían por su causa durante el servicio. No ponían atención al sermón del pastor de la iglesia, el reverendo Rocko Fages, por estar contemplando la exuberancia de su región galáctica (la de Miss Bubia, no la del reverendo). Pensó en someterse a una operación quirúrgica de reducción del busto, pero no podía pagarla, de modo que se alegró muchísimo cuando una amiga le dijo que si lo sumergía con frecuencia en una palangana llena de zumo de limón sus bubis se harían más pequeñas, ya que el jugo de ese cítrico tiene cualidades astringentes. Siguió el consejo. Tres veces diarias sometía su busto a ese tratamiento limonar. Sucedió que  el siguiente domingo el pastor Fages no pudo pronunciar su sermón, pues traía la boca toda fruncida. Comentó una feligresa: «Hasta parece que ha chupado limón todos los días». FIN. MIRADOR. Por Armando FUENTES AGUIRRE. Por el camino iba la Vida y se encontró a la Muerte. Le dijo: -Bien vengas, hermana. Por el camino iba la Muerte y se encontró a la Vida. Le dijo: -Sígueme, hermana. —— Por el camino iba la Vida y se encontró al hombre. Le dijo: -Gózame. Por el camino iba la Muerte,y se encontró al hombre. Le dijo: -No me temas. —— Por el camino iba el hombre y se encontró a la Vida. Le dijo: -Mañana serás muerte. Por el camino iba el hombre y se encontró a la Muerte. Le dijo: -Mañana serás vida.  ¡Hasta mañana!…