De política y cosas peores

Armando Fuentes Aguirre

29/01/18

«Sospecho que mi esposa me está engañando con un esquimal» -le dijo un leñador de Alaska a su amigo. Preguntó el otro: «¿Por qué supones eso?». Explicó el receloso marido: «Llego a mi casa y oigo ruidos extraños. Abro el clóset, y nunca hay nadie ahí». Acotó el amigo: «Ésos se esconden en el refrigerador». El encargado de la sección internacional del diario le informó al director: «Hubo un temblor de 9 grados en Polonia. Desapareció todo un pueblo de nombre Szxplndzajprmntlwf». Le indició el jefe: «Averigua cómo se llamaba antes del terremoto». Terminado el trance de amor Libidiano le manifestó a su novia Claribel: «¡Cuántas ventajas tienen ustedes las mujeres sobre nosotros los hombres!». «¿Por qué lo dices?» -quiso saber ella». Replicó Libidiano: «Después de haber hecho lo que acabamos de hacer tú no tienes que preocuparte de si yo quedé embarazado o no». Los pasados tiempos ya pasaron. Eso que parece perogrullada no lo es: hay tiempos pasados que no pasan aún, pues sus efectos siguen a pesar del transcurso de los años. Otras cosas, en cambio, han desaparecido ya. Ahora tendríamos que ir a un bazar de antigüedades para encontrar objetos que no hace muchos años eran de uso común, como el fax, por ejemplo, o la buena educación. En política la moral no cambia nunca por la sencilla razón de que ese pragmático oficio no la tiene. A la política no le son aplicables las normas morales, dijo ese maquiavélico señor llamado Maquiavelo, del mismo modo -esto lo digo yo- que la teología no está sujeta a los principios de la matemática, ni la entomología a las reglas del arte musical. En otros tiempos el partido que controlara a la prensa y los medios electrónicos tenía asegurado el triunfo electoral. Eso no sucede ya. Ha surgido un nuevo instrumento de comunicación, las redes sociales, y a éstas no las controla nadie, pues sus mensajes son creación individual. Ciertamente hay modos de incidir en esa herramienta de hoy, pero sus usuario son tantos y tan diversos que su manipulación es imposible. Más que las encuestas, cuyos resultados suelen ser tan distintos entre sí que sus mediciones parecen hechas en planetas diferentes, las redes sociales son ahora elemento clave en los procesos electorales, tanto por su posibilidad de influir en los resultados de la contienda como para pronosticar sus resultados. En la elección presidencial el que gane las redes ganará los votos. Dicho de otra manera: quien mejor las use, quien aparezca más y con mayor respaldo en ellas, obtendrá el triunfo en la contienda. Ya lo veremos. Pepito le preguntó a su madre: «Mami: la guapa vecina del 14 ¿es medicina?». La señora se extrañó al oír esa pregunta. Contestó: «No entiendo. ¿Por qué piensas que esa mujer es medicina?». Respondió Pepito: «Porque mi papi, cada vez que la ve, dice:  ¡Cómo me gustaría recetármela! «. Don Calendárico, señor de edad madura, les comentó en el café a sus amigos: «Dicen que los rayos equis pueden ser causa de impotencia. Ha de ser cierto, porque hace 50 años me tomé una radiografía, y ya me está empezando a hacer efecto». El cuento que cierra hoy el telón de esta columnejilla es en extremo osado. Lo leyó doña Tebaida Tridua, censora de la pública moral, y sufrió un repentino yeyo del cual sólo volvió con frotamientos de alcohol en la región del píloro. Las personas que no gusten de leer cuentos osados sáltense hasta donde dice FIN. La nueva criadita de la casa encontró en la recámara un condón. Le preguntó a su patrona: «¿Qué es esto, señito?». «¡Ay, Manolina! -respondió la señora entre apenada y divertida-. ¿Qué en tu pueblo no hacen el amor?». «Sí lo hacemos -contestó la muchacha-. Pero no hasta despellejarnos». FIN.»Sospecho que mi esposa me está engañando con un esquimal» -le dijo un leñador de Alaska a su amigo. Preguntó el otro: «¿Por qué supones eso?». Explicó el receloso marido: «Llego a mi casa y oigo ruidos extraños. Abro el clóset, y nunca hay nadie ahí». Acotó el amigo: «Ésos se esconden en el refrigerador». El encargado de la sección internacional del diario le informó al director: «Hubo un temblor de 9 grados en Polonia. Desapareció todo un pueblo de nombre Szxplndzajprmntlwf». Le indició el jefe: «Averigua cómo se llamaba antes del terremoto». Terminado el trance de amor Libidiano le manifestó a su novia Claribel: «¡Cuántas ventajas tienen ustedes las mujeres sobre nosotros los hombres!». «¿Por qué lo dices?» -quiso saber ella». Replicó Libidiano: «Después de haber hecho lo que acabamos de hacer tú no tienes que preocuparte de si yo quedé embarazado o no». Los pasados tiempos ya pasaron. Eso que parece perogrullada no lo es: hay tiempos pasados que no pasan aún, pues sus efectos siguen a pesar del transcurso de los años. Otras cosas, en cambio, han desaparecido ya. Ahora tendríamos que ir a un bazar de antigüedades para encontrar objetos que no hace muchos años eran de uso común, como el fax, por ejemplo, o la buena educación. En política la moral no cambia nunca por la sencilla razón de que ese pragmático oficio no la tiene. A la política no le son aplicables las normas morales, dijo ese maquiavélico señor llamado Maquiavelo, del mismo modo -esto lo digo yo- que la teología no está sujeta a los principios de la matemática, ni la entomología a las reglas del arte musical. En otros tiempos el partido que controlara a la prensa y los medios electrónicos tenía asegurado el triunfo electoral. Eso no sucede ya. Ha surgido un nuevo instrumento de comunicación, las redes sociales, y a éstas no las controla nadie, pues sus mensajes son creación individual. Ciertamente hay modos de incidir en esa herramienta de hoy, pero sus usuario son tantos y tan diversos que su manipulación es imposible. Más que las encuestas, cuyos resultados suelen ser tan distintos entre sí que sus mediciones parecen hechas en planetas diferentes, las redes sociales son ahora elemento clave en los procesos electorales, tanto por su posibilidad de influir en los resultados de la contienda como para pronosticar sus resultados. En la elección presidencial el que gane las redes ganará los votos. Dicho de otra manera: quien mejor las use, quien aparezca más y con mayor respaldo en ellas, obtendrá el triunfo en la contienda. Ya lo veremos. Pepito le preguntó a su madre: «Mami: la guapa vecina del 14 ¿es medicina?». La señora se extrañó al oír esa pregunta. Contestó: «No entiendo. ¿Por qué piensas que esa mujer es medicina?». Respondió Pepito: «Porque mi papi, cada vez que la ve, dice:  ¡Cómo me gustaría recetármela! «. Don Calendárico, señor de edad madura, les comentó en el café a sus amigos: «Dicen que los rayos equis pueden ser causa de impotencia. Ha de ser cierto, porque hace 50 años me tomé una radiografía, y ya me está empezando a hacer efecto». El cuento que cierra hoy el telón de esta columnejilla es en extremo osado. Lo leyó doña Tebaida Tridua, censora de la pública moral, y sufrió un repentino yeyo del cual sólo volvió con frotamientos de alcohol en la región del píloro. Las personas que no gusten de leer cuentos osados sáltense hasta donde dice FIN. La nueva criadita de la casa encontró en la recámara un condón. Le preguntó a su patrona: «¿Qué es esto, señito?». «¡Ay, Manolina! -respondió la señora entre apenada y divertida-. ¿Qué en tu pueblo no hacen el amor?». «Sí lo hacemos -contestó la muchacha-. Pero no hasta despellejarnos». FIN. MIRADOR. Por Armando FUENTES AGUIRRE. Salí ayer muy temprano por el camino del Potrero de Ábrego. La mañana todavía no se decidía a amanecer. El cielo se veía entre azul y buenas noches. Soplaba uno de esos filosos vientecillos que bajan de la sierra y que hacen que cada año suban más arriba dos o tres cristianos.  Una neblina pegajosa ponía brumas en el paisaje y en el alma. Todo estaba en silencio, hasta el silencio. Ni siquiera se oía el ruido de mis pasos o de mis pensamientos.  De pronto aparecieron frente a mí siete venados. No se asustaron al verme. Seguramente creyeron que yo era parte de la niebla. Atravesaron, lentos, y se perdieron luego en el incierto amanecer. Jamás volveré a verlos, bien lo sé, pero seguirán pasando ante mí ya para siempre. Vendrán cada vez que el recuerdo disipe mis neblinas. Me mirarán, tranquilos, y otra vez pensarán que soy parte de la bruma.  Lo soy, sí. Pero la visión de esas hermosas criaturas apartará de mí el filoso viento y la grisura de la niebla. Seguiré andando hasta que el dueño del camino decida que ha llegado ya la hora de mi amanecer. ¡Hasta mañana!…