De política y cosas peores

14/01/2018 – «Pon las manos entre mis muslos». Eso le dijo Pirulina a Simpliciano cuando se quejó de que las tenía muy frías. La noche era de invierno, y la parejita estaba en El Ensalivadero, solitario lugar al que acudían los novios que buscaban la amorosa intimidad. Ahí se mecían los automóviles como si estuvieran en un sismo, pero no había otro sismo más que el de la pasión. En el coche Simpliciano declaró aquello de que tenía muy frías las manos. A eso respondió Pirulina con la sugerencia mencionada: «Pon las manos entre mis muslos». Simpliciano se apresuró a decir: «También tengo muy fría la nariz». Me pregunto si quedará todavía un autocinema en algún lugar del mundo. Me han contado -yo no lo viví- que a esos cines iban las parejas en su coche, lo mismo que al Ensalivadero. Al entrar había que apagar las luces, pues si no lo hacías quienes ya estaban ahí haciendo lo que ahí se hacía protestaban ruidosamente con airados bocinazos de sus automóviles. Los autocinemas, igual que muchas cosas buenas de la vida, han desaparecido, y sólo queda de ellos esa vaga melancolía llamada la nostalgia. Recuerdo que. Ah no. Ya dije que eso me lo contaron. Me contaron también que el dueño de una sala cinematográfica ordinaria protestó con energía cuando el distribuidor de películas le ofreció una para su exhibición. «¿Cómo me propones esa película? -le reclamó enojado-. ¡Es de hace 20 años!». «Sí -reconoció el distribuidor-. Pero se exhibió sólo en autocinemas, de modo que nadie la vio». Picio es un hombre más feo que el pecado. Que los pecados feos, digo, porque hay algunos muy bonitos. Su esposa le tomó una foto junto al mandril del zoológico, y cuando la subió al facebook le puso esta inscripción: «Picio es el de la derecha». Sucedió que en el curso de un trámite oficial la empleada le preguntó al feo señor: «¿Qué edad tiene usted?». Respondió Picio: «40 años». Preguntó nuevamente la muchacha: «¿Cuánto es eso en términos humanos?». (La belleza es algo relativo. Un cirujano, por ejemplo, dirá con entusiasmo: «¡Operé una úlcera preciosa!»). A propósito de médicos, el doctor Ken Hosanna le informó a doña Macalota: «Tiene usted inflamadas las meninges». «No es que las tenga inflamadas, doctor -repuso doña Macalota-. Así se me ven cuando estoy sentada». Hubo una gran inundación en la comarca, y don Poseidón y su esposa doña Holofernes se vieron obligados a salir de su granja para ir a un albergue a esperar a que las aguas se alejaran. En el citado albergue las mujeres dormían en una barraca y los hombres en otra. A don Poseidón le correspondió la parte de arriba de una litera. Sucedió que cierta noche, dormidos ya todos los de la barraca, al vejancón le dieron ganas de desahogar una necesidad menor. Medio dormido como estaba pensó que se hallaba en su casa, y automáticamente echó la mano abajo para buscar la bacinica, utensilio que se usaba en los ranchos para tal efecto. La tal bacinica recibía otros nombres eufemísticos para disfrazar el suyo, que se consideraba propio del vulgacho. En vez de decir «la bacinica» la gente bien decía «la taza de noche», «la borcelana», «la perica», «la necesaria», «la miravisiones», «el tibor», etcétera. Echó pues entre sueños don Poseidón la mano abajo para buscar el utensilio mencionado, y lo que agarró no fue la borcelana, etcétera, sino cierta parte del señor que dormía en la litera baja. «¡Epa, amigo! -se despertó sobresaltado el hombre al sentir el agarrón-. ¿Qué busca?». «Perdone, caballero -se disculpó don Poseidón, ya bien despierto-. Es que me dieron ganas de hacer de la chorra». Replicó furioso el otro: «¡Pos haga con la suya, desgraciado!». FIN.