De política y cosas peores

Armando Fuentes Aguirre

13/01/18

Terminó el trance de amor en el Motel Kamagua. Dulcilí, núbil doncella, le entregó ahí la gala de su virginidad a Libidiano, untuoso seductor. Agotados los ímpetus de la pasión se tendió él de espaldas en el lecho, encendió un cigarrillo y le dijo a la inocente joven: «Creo, Dulcilí, que deberíamos casarnos». «¿De veras, Libi?» -exclamó ella, emocionada. «De veras-replicó él-. Claro, a su tiempo, y cada uno por su lado». Ya conocemos a Capronio. Es un sujeto desconsiderado y ruin. Cierto amigo le preguntó: «¿En verdad tu suegra es tan fiera como dices?». «Y me quedo corto -respondió Capronio-. Mira: el otro día fuimos de campamento ella, mi esposa y yo, y pasamos una noche en la montaña. Los lobos encendieron fogatas para mantener alejada a mi suegra». José Antonio Meade, precandidato del PRI a la Presidencia de la República, visitó ayer mi ciudad. En mi carácter de Cronista de Saltillo le di la bienvenida atendiendo una invitación de Verónica Martínez, gentil señora que dirige a los priistas de Coahuila. El encuentro tuvo lugar en el Museo del Sarape, uno de los muchos sitios de cultura que Saltillo tiene. Ahí supe que no andaba yo descaminado cuando en esta columna dije hace una semanas que los tres sectores del partido tricolor -Peña Nieto, Peña Nieto y Peña Nieto- acertaron al escoger a Meade como su abanderado. Encontré en él a un hombre sencillo, amable y -asómbrense mis cuatro lectores- culto, que en el curso de la conversación habló lo mismo de las luchas que los hombres del norte debieron combatir contra apaches, comanches y otros belicosos pueblos, que de los tintes naturales que en el sarape se usan, como el grana obtenido de la cochinilla mexicana, color que Van Gogh buscó para sus cuadros y Wellington, el vencedor de Napoleón, para el teñido de su casaca militar. Claudia Rumayor, perteneciente a una apreciada familia saltillense, guió al visitante por el museo, y a más de ofrecerle la actuación de un grupo de matachines -así decimos por acá, no «matlachines»- lo presentó a los sabios obrajeros que tejen los sarapes, y a un grupo de artesanos que guardan celosamente las tradiciones saltilleras. Cuando se habló de los riquísimos dulces que en la entrañable tienda «El tejocote» se elaboran y venden salió a reducir el dicho «Pa  que sepas lo que es cajeta», que se aplica a quien emprende un tarea difícil. Puse un ejemplo: «Cásate, pa  que sepas lo que es cajeta». Y Meade puso otro: «Métete a una campaña política». O sea que a más de cultura y buen trato el precandidato priista tiene también sentido del humor. Uno de los privilegios que tengo como Cronista de Saltillo es dar la bienvenida a personajes de nota que visitan mi ciudad. Particularmente grato fue recibir el doctor Meade. Me pidió que le dedicara uno de mis libros, y puse en la dedictoria: «Al doctor José Antonio Meade Kuribreña, un buen mexicano que busca el bien de México». Creo que escribí la verdad. Doña Jodoncia, la tremenda esposa de don Martiriano, invitó a una amiga a merendar en su casa. Le ordenó a su marido: «Ve a traer el pan para la merienda». Salió el sumiso señor. Le dijo doña Jodoncia a la amiga: «Es tan tonto que ya verás: se le va a olvidar el pan». Al cabo de un buen rato regresó don Martiriano. Le preguntó doña Jodoncia: «¿Por qué tardaste tanto?». Explicó él: «Al salir me topé con la nueva vecina, esa mujer tan guapa y atractiva. Me dijo que quería conocerme, y me llevó a su departamento. Ahí nos tomamos varias copas, tras de lo cual bailamos el popular bolero «Amor perdido». Luego me condujo a su cama y me hizo el amor. Por eso tardé». Doña Jodoncia se volvió hacia su amiga y le dijo: «¿Lo ves? Se le olvidó el pan». FIN.Terminó el trance de amor en el Motel Kamagua. Dulcilí, núbil doncella, le entregó ahí la gala de su virginidad a Libidiano, untuoso seductor. Agotados los ímpetus de la pasión se tendió él de espaldas en el lecho, encendió un cigarrillo y le dijo a la inocente joven: «Creo, Dulcilí, que deberíamos casarnos». «¿De veras, Libi?» -exclamó ella, emocionada. «De veras-replicó él-. Claro, a su tiempo, y cada uno por su lado». Ya conocemos a Capronio. Es un sujeto desconsiderado y ruin. Cierto amigo le preguntó: «¿En verdad tu suegra es tan fiera como dices?». «Y me quedo corto -respondió Capronio-. Mira: el otro día fuimos de campamento ella, mi esposa y yo, y pasamos una noche en la montaña. Los lobos encendieron fogatas para mantener alejada a mi suegra». José Antonio Meade, precandidato del PRI a la Presidencia de la República, visitó ayer mi ciudad. En mi carácter de Cronista de Saltillo le di la bienvenida atendiendo una invitación de Verónica Martínez, gentil señora que dirige a los priistas de Coahuila. El encuentro tuvo lugar en el Museo del Sarape, uno de los muchos sitios de cultura que Saltillo tiene. Ahí supe que no andaba yo descaminado cuando en esta columna dije hace una semanas que los tres sectores del partido tricolor -Peña Nieto, Peña Nieto y Peña Nieto- acertaron al escoger a Meade como su abanderado. Encontré en él a un hombre sencillo, amable y -asómbrense mis cuatro lectores- culto, que en el curso de la conversación habló lo mismo de las luchas que los hombres del norte debieron combatir contra apaches, comanches y otros belicosos pueblos, que de los tintes naturales que en el sarape se usan, como el grana obtenido de la cochinilla mexicana, color que Van Gogh buscó para sus cuadros y Wellington, el vencedor de Napoleón, para el teñido de su casaca militar. Claudia Rumayor, perteneciente a una apreciada familia saltillense, guió al visitante por el museo, y a más de ofrecerle la actuación de un grupo de matachines -así decimos por acá, no «matlachines»- lo presentó a los sabios obrajeros que tejen los sarapes, y a un grupo de artesanos que guardan celosamente las tradiciones saltilleras. Cuando se habló de los riquísimos dulces que en la entrañable tienda «El tejocote» se elaboran y venden salió a reducir el dicho «Pa  que sepas lo que es cajeta», que se aplica a quien emprende un tarea difícil. Puse un ejemplo: «Cásate, pa  que sepas lo que es cajeta». Y Meade puso otro: «Métete a una campaña política». O sea que a más de cultura y buen trato el precandidato priista tiene también sentido del humor. Uno de los privilegios que tengo como Cronista de Saltillo es dar la bienvenida a personajes de nota que visitan mi ciudad. Particularmente grato fue recibir el doctor Meade. Me pidió que le dedicara uno de mis libros, y puse en la dedictoria: «Al doctor José Antonio Meade Kuribreña, un buen mexicano que busca el bien de México». Creo que escribí la verdad. Doña Jodoncia, la tremenda esposa de don Martiriano, invitó a una amiga a merendar en su casa. Le ordenó a su marido: «Ve a traer el pan para la merienda». Salió el sumiso señor. Le dijo doña Jodoncia a la amiga: «Es tan tonto que ya verás: se le va a olvidar el pan». Al cabo de un buen rato regresó don Martiriano. Le preguntó doña Jodoncia: «¿Por qué tardaste tanto?». Explicó él: «Al salir me topé con la nueva vecina, esa mujer tan guapa y atractiva. Me dijo que quería conocerme, y me llevó a su departamento. Ahí nos tomamos varias copas, tras de lo cual bailamos el popular bolero «Amor perdido». Luego me condujo a su cama y me hizo el amor. Por eso tardé». Doña Jodoncia se volvió hacia su amiga y le dijo: «¿Lo ves? Se le olvidó el pan». FIN. MIRADOR. Por Armando FUENTES AGUIRRE. Iba la lechera con su cántaro al mercado. Pensaba que con el dinero que obtendría con la venta de la leche se compraría unas gallinas que le darían pollos; vendería los pollos y compraría una vaca que le daría terneros; vendería los terneros y se compraría una casa, y ya dueña de su casa no le sería difícil encontrar marido. El fabulista supo lo que pensaba la lechera y deseó en su interior que el cántaro se le cayera. Se rompería, claro, y se romperían también sus sueños. De eso él podría sacar una moraleja. El deseo del fabulista se cumplió: el cántaro se le cayó a la lechera. Pero sucedió algo extraordinario: el cántaro no se quebró. Salió botando como pelota, le cayó sobre la cabeza al fabulista y lo descalabró. Le preguntaban luego al hombre: -¿Qué moraleja sacaste de lo que te sucedió? Respondía, mohíno, el fabulista: -Las moralejas no se sacan de lo que te sucede a ti, sino de lo que les pasa a los demás. ¡Hasta mañana!…