De política y cosas peores

Armando Fuentes

04/01/18

«Tengo muchas amigas complacientes -declaró Afrodisio-, pero la más accesible es una cuyo apodo es El compás «. Preguntó alguien: «¿Por qué lleva tan peregrino mote?». Explicó el verraco: «Porque siempre está con las patitas abiertas». Himenia Camafría, madura señorita soltera, resentía mucho la falta de un hombre en su vida. Una vez fue a cierta librería donde además de muchas otras cosas vendían también libros. Don Añilio, senescente caballero que la cortejaba con caballerosa discreción, le había hablado de un escritor de vida arrebatada apellidado Hemingway, y le recomendó la lectura de sus obras, todas las cuales -le dijo- estaban llenas de pasión. La señorita Himenia le preguntó al librero: «¿Tiene usted algo de Hemingway?». «Sí -respondió el tipo-. Me gustan de a madre los daiquiris, los mojitos y los martinis». «No hablo de bebidas espirituosas -aclaró ella-. Le pregunto si tiene alguna obra de ese célebre escritor». Ya orientado dijo el de la librería: «Tengo El viejo y el mar «. Pidió la señorita Himenia: «Deme El viejo». Las palabras de Shakespeare en «Macbeth» siguen sonando a través de las edades: «Life. is a tale told by an idiot, full of sound and fury». «La vida es un cuento narrado por un loco, lleno de sonido y furia». Pues bien: el año que comienza estará para nosotros lleno de furia y de sonido. Todo indica que la elección presidencial será un herradero donde se escucharán toda suerte de injurias y denuestos; donde se dirán mentiras colosales; donde se harán promesas imposibles de cumplir y donde las redes sociales serán ventilador que arrojará por todos los rumbos cardinales del país eso que en lengua shakesperiana se denomina shit, shite, crap, dreck, squat o poop. Creo que fue Pepe Nava, ingenioso epigramista, quien a propósito de las elecciones que se hacían en la Ciudad de México en los años treinta del pasado siglo escribió esta traviesa cuarteta en versos tetrasílabos: «Barbacoa. / Buen pulquito. / Cito plebe. / Plebiscito». Las cosas no han cambiado mucho. Ya sólo en algunos estados se da barbacoa y se reparte pulque, pero en todos se distribuyen a manos llenas tarjetas canjeables por dinero o mercancías. Ya no se habla de plebe, sino de «acarreados». Pero los plebiscitos de hoy son tan sospechosos como los de ayer, y aún se siguen inventando variaciones sobre el eterno tema de la manipulación del voto. En cuestión de democracia andamos en pañales. Y no muy limpios los pañales. A don Augurio Malsinado lo persigue de continuo un hado adverso que en ocasiones contagia a su mujer. Cierta noche fue con ella a una de esas fiestas donde los asistentes hacían cambio de pareja: los maridos ponían dentro de una caja las llaves de su coche; las señoras sacaban al azar uno de los llaveros y se iban con el dueño del vehículo al que correspondían las llaves. Regresaban todos a determinada hora, y aquí no ha pasado nada, aunque hubiera pasado mucho. Pues bien: al final de la rifa quedaron solamente Malsinado y su mujer, y ella sacó el llavero de su esposo. El cuento que sigue es de moralidad dudosa. Las personas que por no haberse vacunado tienen escrúpulos deben suspender en este mismo punto la lectura. Tres jóvenes esposas en estado de buena esperanza, o sea embarazadas, charlaban acerca de su vida conyugal. Dijo una: «Cuando hacemos el amor mi marido se pone siempre arriba. Eso quiere decir que voy a tener un varoncito». Comentó la segunda: «Cuando mi esposo y yo tenemos sexo yo me coloco siempre sobre él. Eso quiere decir que tendré una mujercita». «¡Cielo santo! -se preocupó la tercera-. ¡Entonces yo voy a dar a luz un cachorrito!». (No le entendí). FIN.
MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
A la edad de 50 años Salim ben Ezra, califa de Bagdad, se enamoró perdidamente de Aixa, que tenía 17.
Por ella dejó a su esposa y a sus hijos. Por ella dejó de tener trato con sus padres y sus hermanos. Por ella perdió todos sus amigos. Por ella abjuró de su religión. Por ella, finalmente, perdió su trono.
Nada de eso le importó.
Pobre; olvidado de todos; de todos desdeñado, vivía con su amada en un tugurio donde sólo tenían para comer potajes de lentejas y pan duro.
Pero Salim ben Ezra era feliz. La hermosura y el amor de Aixa hacían que no se extinguiera en él la llama de la varonía, y todas las noches la hermosa mujer lo transportaba a paraísos que había olvidado ya.
Quienes lo conocieron en el apogeo de su poder y su riqueza lo veían ahora y comentaban por lo bajo:
-¡Pobre!
Quienes sabían de su amor lo miraban y le decían en voz alta:
-¡Feliz tú!
¡Hasta mañana!…