De política y cosas peores

Armando Fuentes

02/12/17

Afrodisio Pitongo estaba yogando con mujer casada cuando llegó el marido. Apresuradamente salió por la ventana, y ahí se puso en el alféizar en situación precaria, pues se hallaba sin ropa y en el noveno piso. Lo vio el esposo y le preguntó: «¿Quién es usted?». Acertó a responder el follador: «Soy un ángel». «¿Ah sí? -contestó el otro, desafiante-. A ver, vuele». «No puedo» -contestó Afrodisio. «¿Por qué?» -inquirió el marido. Explicó Pitongo: «Es que todavía soy pichoncito». Himenia Camafría, madura señorita soltera, vio en la calle a un joven y apuesto boy scout. «Dime -se dirigió a él-. ¿Ya hiciste tu buena obra del día?». «Sí» -respondió el muchacho. Inquirió la señorita Himenia sonriendo insinuativamente: «¿Y de la noche?». El tiempo pasa -eso, y curar heridas del corazón, es lo que el tiempo sabe hacer mejor-, y en mi ciudad, Saltillo, es recordado aún don Severiano García, llamado con cariño «el Chato Severiano». Vivió a mediados del pasado siglo, y era maestro del Ateneo Fuente. Positivista de cepa, fincaba todos sus hechos y sus dichos en el sólido cimiento de la realidad. Su modo de razonar -era excelente profesor de Lógica- no admitía réplica. En cierta ocasión una madre de familia fue a reclamarle el hecho de haber reprobado a su hijo en un examen. «No es justo» -le dijo con enojo al Chato. «Vamos a ver, señora -contestó él calmadamente-. Supongamos que a su hijo le cae un rayo. ¿Es eso justo?». «Claro que no» -respondió en automático la doña. «¡Pero le cae!» -remató el Chato con su voz de trueno. Y con eso dio por terminada la reclamación. Hay ahora reclamaciones, razonables y bien razonadas, sobre la Ley de Seguridad Interior que da marco legal a la actuación de las fuerzas armadas en tareas de seguridad pública tradicionalmente reservadas a los cuerpos de policía. Algunos miran en la nueva ley un asomo de militarismo, y a más de señalar violaciones a la Constitución advierten sobre los riesgos de ampliar la presencia en las calles de los militares. Tales argumentaciones teóricas pueden tener base, y de hecho la tienen, pero la realidad indica que esa presencia es necesaria, tomando en cuenta la creciente fuerza que el crimen organizado va tomando en el país, y la insuficiencia de las corporaciones policiacas locales en la lucha contra la delincuencia, limitadas esas corporaciones muchas veces por la falta de recursos, y aun en ocasiones por complicidad con los criminales. Así las cosas era urgente normar la actuación de los soldados y marinos, darles protección en su trabajo, y al mismo tiempo prevenir los excesos de fuerza que en el combate contra el crimen se suelen presentar. Las leyes no son eternas o inmutables. Obedecen -Kelsen lo enseñó- a factores reales. Y aquí la realidad nos muestra que sin la presencia y participación de los militares crecería aún más la participación y presencia de los delincuentes. De ahí la necesidad de aquella ley. «Grau, teurer Freund, ist alle Theorie», escribió Goethe. Gris, querido amigo, es toda teoría. Por encima de su grisura se impone siempre la contundencia de la realidad. Babalucas se parecía un poco a aquel loquito que decía: «Loco loco, pero lo coloco». Quiero decir que a veces se las arreglaba para tener buena suerte con las damas. Una noche consiguió que Dulcifina, muchacha de buenas prendas corporales, accediera a ir con él en su automóvil al apartado sitio conocido como El Ensalivadero. En el asiento trasero del coche empezaron las acciones. Respirando agitadamente le preguntó la chica a Babalucas: «¿Traes alguna protección?». «Claro que sí -respondió él-. Siempre cargo mi pata de conejo». FIN.Afrodisio Pitongo estaba yogando con mujer casada cuando llegó el marido. Apresuradamente salió por la ventana, y ahí se puso en el alféizar en situación precaria, pues se hallaba sin ropa y en el noveno piso. Lo vio el esposo y le preguntó: «¿Quién es usted?». Acertó a responder el follador: «Soy un ángel». «¿Ah sí? -contestó el otro, desafiante-. A ver, vuele». «No puedo» -contestó Afrodisio. «¿Por qué?» -inquirió el marido. Explicó Pitongo: «Es que todavía soy pichoncito». Himenia Camafría, madura señorita soltera, vio en la calle a un joven y apuesto boy scout. «Dime -se dirigió a él-. ¿Ya hiciste tu buena obra del día?». «Sí» -respondió el muchacho. Inquirió la señorita Himenia sonriendo insinuativamente: «¿Y de la noche?». El tiempo pasa -eso, y curar heridas del corazón, es lo que el tiempo sabe hacer mejor-, y en mi ciudad, Saltillo, es recordado aún don Severiano García, llamado con cariño «el Chato Severiano». Vivió a mediados del pasado siglo, y era maestro del Ateneo Fuente. Positivista de cepa, fincaba todos sus hechos y sus dichos en el sólido cimiento de la realidad. Su modo de razonar -era excelente profesor de Lógica- no admitía réplica. En cierta ocasión una madre de familia fue a reclamarle el hecho de haber reprobado a su hijo en un examen. «No es justo» -le dijo con enojo al Chato. «Vamos a ver, señora -contestó él calmadamente-. Supongamos que a su hijo le cae un rayo. ¿Es eso justo?». «Claro que no» -respondió en automático la doña. «¡Pero le cae!» -remató el Chato con su voz de trueno. Y con eso dio por terminada la reclamación. Hay ahora reclamaciones, razonables y bien razonadas, sobre la Ley de Seguridad Interior que da marco legal a la actuación de las fuerzas armadas en tareas de seguridad pública tradicionalmente reservadas a los cuerpos de policía. Algunos miran en la nueva ley un asomo de militarismo, y a más de señalar violaciones a la Constitución advierten sobre los riesgos de ampliar la presencia en las calles de los militares. Tales argumentaciones teóricas pueden tener base, y de hecho la tienen, pero la realidad indica que esa presencia es necesaria, tomando en cuenta la creciente fuerza que el crimen organizado va tomando en el país, y la insuficiencia de las corporaciones policiacas locales en la lucha contra la delincuencia, limitadas esas corporaciones muchas veces por la falta de recursos, y aun en ocasiones por complicidad con los criminales. Así las cosas era urgente normar la actuación de los soldados y marinos, darles protección en su trabajo, y al mismo tiempo prevenir los excesos de fuerza que en el combate contra el crimen se suelen presentar. Las leyes no son eternas o inmutables. Obedecen -Kelsen lo enseñó- a factores reales. Y aquí la realidad nos muestra que sin la presencia y participación de los militares crecería aún más la participación y presencia de los delincuentes. De ahí la necesidad de aquella ley. «Grau, teurer Freund, ist alle Theorie», escribió Goethe. Gris, querido amigo, es toda teoría. Por encima de su grisura se impone siempre la contundencia de la realidad. Babalucas se parecía un poco a aquel loquito que decía: «Loco loco, pero lo coloco». Quiero decir que a veces se las arreglaba para tener buena suerte con las damas. Una noche consiguió que Dulcifina, muchacha de buenas prendas corporales, accediera a ir con él en su automóvil al apartado sitio conocido como El Ensalivadero. En el asiento trasero del coche empezaron las acciones. Respirando agitadamente le preguntó la chica a Babalucas: «¿Traes alguna protección?». «Claro que sí -respondió él-. Siempre cargo mi pata de conejo». FIN. MIRADOR. Por Armando FUENTES AGUIRRE. Hemos ido a la vera del arroyo a buscar menta. Así se llama aquí una hierba pequeñita y aromada con la que se hace un té que, dicen, calma los nervios alterados y ayuda a conciliar el sueño. Sabroso es ese té, ya sea solo o con añadidura de un poquito de leche. Bebido a tragos lentos hace más placenteras las pláticas en la cocina después de la comida o de la cena. Yo amo a esta hierbita. Me trae reminiscencias de la infancia. Perfuma mis memorias y embalsama mis olvidos. Entro a la casa. Desde la cocina me llega su aroma y tranquiliza al punto mis afanes. Por la noche bebo mi té de menta, y con él me llega el sueño, y los sueños me llegan también. Demos gracias por estos dones, tan grandes a pesar de ser tan pequeñitos. Demos gracias a quien creamos que debemos dar las gracias: a Dios, a la vida, a la naturaleza. A quien sea, pero demos gracias. No seamos menos que esta pequeña hierba que nos regala, con su perfume y su sabor, el regalo precioso de dormir y soñar. ¡Hasta mañana!…