De política y cosas peores

Armando Fuentes

25/11/17

La marquesa Grandpompier tenía amores clandestinos con el duque Pelotonne, y al mismo tiempo recibía en su lecho al vizconde Pitognac. Celosos ambos, acordaron batirse en duelo. Se dieron cita una madrugada en el campo del honor, un bosquecillo a las afueras de París. El desafío sería a pistola. Los padrinos pusieron las armas en manos de los adversarios, que se colocaron espalda con espalda. El juez del lance dio una voz y aquellos mortales enemigos empezaron a contar los pasos. En eso llegó a toda prisa una carroza, y de ella bajó apresuradamente la marquesa Grandpompier. Corrió desalada hacia los duelistas y les gritó a todo pulmón: «¡No sean pendejos! ¡Hay pa  los dos!». A aquella chica le decían «La payasa». Salió con su chistecito. «Ayer fue mi día de suerte -les contó, feliz, don Cornulio a sus amigos-. Fui por la noche a una casa de mala nota. Ahí estaba mi esposa bailando con un hombre. ¡Y ella no me vio!». No es que andemos despistados. Es que él nos despistó. El Presidente Peña está llevando el tapadismo a su máxima expresión. Su declaración de que el candidato del PRI -o sea su candidato- no será escogido atendiendo a elogios, abrió de par en par la puerta a especulaciones del tipo de las que se hacían en los tiempos del PRI paleontológico. Mi vergonzante nostalgia de esa ápoca me lleva a mí también a especular. Y saco del baúl de mis historias la de los indios comanches que en el antepasado siglo asolaban el norte de Coahuila. A fin de despistar a los llamados comancheros, hombres blancos que los perseguían para matarlos por una recompensa, los aborígenes se ponían los guaraches al revés, con lo de atrás para adelante, de modo que quienes les seguían la huella iban engañados en dirección contraria a la de los indios que escapaban. A esa táctica se le llamaba «contrahuella». ¿Estará empleando Peña Nieto una estrategia igual, y dice que «no» cuando en su fuero interno está diciendo «sí»? ¿O Videgaray cometió un nuevo error mayúsculo -o un voluntario error- y se adelantó a los designios presidenciales, con lo que dañó realmente la aspiración de Meade? Averígüelo Vargas, el del antiguo dicho. Lo que se puede afirmar sin temor a aparecer despistado es que con Peña Nieto, y con este nuevo PRI, tan viejo, la incipiente democracia mexicana no sólo está retrocediendo: también está yendo para atrás. Miss Thela, originaria y vecina de Jarales, Texas, estaba regando la acera de su casa cuando de pronto resbaló y cayó de pompas en el bote de la basura. Pasaba por ahí Pancho el mexicano. Iba haciendo eses -y erres, y emes- por causa de las copiosas copas que se había tomado. Vio a la miss en tan incómoda postura y comentó en voz alta: «¡Cómo son desperdiciados los gringos! ¡Esa mujer podría servir por lo menos un año más!». Sor Bette acompañó a dos internas del colegio a comprarse abrigos. El hombre de la tienda les dijo que los tenía de dos clases. «Éste -les informó- cuesta mil pesos. Este otro vale 5 mil». Preguntó la reverenda: «¿Por qué tanta diferencia?». Replicó el hombre: «Es que éste es de lana virgen». Se volvió sor Bette hacia las chicas y les dijo: «¿Lo ven, hijas mías? ¡La virtud se cobra cara!». Un amigo le comentó a Capronio: «Supe que vas a divorciarte, y que contraerás nuevo matrimonio». «Pensaba hace eso, en efecto -contestó él-, pero me arrepentí». «¿Por qué?» -se extrañó el amigo. Explicó Capronio: «Ya no estoy en edad de amansar otra suegra». El farmacéutico se desconcertó bastante cuando una joven mujer le pidió en el mostrador: «Deme por favor una caja de toallas sanitarias». Y luego, alzando los ojos al cielo, exclamó con fervoroso acento: «¡Gracias, Dios mío!». FIN.La marquesa Grandpompier tenía amores clandestinos con el duque Pelotonne, y al mismo tiempo recibía en su lecho al vizconde Pitognac. Celosos ambos, acordaron batirse en duelo. Se dieron cita una madrugada en el campo del honor, un bosquecillo a las afueras de París. El desafío sería a pistola. Los padrinos pusieron las armas en manos de los adversarios, que se colocaron espalda con espalda. El juez del lance dio una voz y aquellos mortales enemigos empezaron a contar los pasos. En eso llegó a toda prisa una carroza, y de ella bajó apresuradamente la marquesa Grandpompier. Corrió desalada hacia los duelistas y les gritó a todo pulmón: «¡No sean pendejos! ¡Hay pa  los dos!». A aquella chica le decían «La payasa». Salió con su chistecito. «Ayer fue mi día de suerte -les contó, feliz, don Cornulio a sus amigos-. Fui por la noche a una casa de mala nota. Ahí estaba mi esposa bailando con un hombre. ¡Y ella no me vio!». No es que andemos despistados. Es que él nos despistó. El Presidente Peña está llevando el tapadismo a su máxima expresión. Su declaración de que el candidato del PRI -o sea su candidato- no será escogido atendiendo a elogios, abrió de par en par la puerta a especulaciones del tipo de las que se hacían en los tiempos del PRI paleontológico. Mi vergonzante nostalgia de esa ápoca me lleva a mí también a especular. Y saco del baúl de mis historias la de los indios comanches que en el antepasado siglo asolaban el norte de Coahuila. A fin de despistar a los llamados comancheros, hombres blancos que los perseguían para matarlos por una recompensa, los aborígenes se ponían los guaraches al revés, con lo de atrás para adelante, de modo que quienes les seguían la huella iban engañados en dirección contraria a la de los indios que escapaban. A esa táctica se le llamaba «contrahuella». ¿Estará empleando Peña Nieto una estrategia igual, y dice que «no» cuando en su fuero interno está diciendo «sí»? ¿O Videgaray cometió un nuevo error mayúsculo -o un voluntario error- y se adelantó a los designios presidenciales, con lo que dañó realmente la aspiración de Meade? Averígüelo Vargas, el del antiguo dicho. Lo que se puede afirmar sin temor a aparecer despistado es que con Peña Nieto, y con este nuevo PRI, tan viejo, la incipiente democracia mexicana no sólo está retrocediendo: también está yendo para atrás. Miss Thela, originaria y vecina de Jarales, Texas, estaba regando la acera de su casa cuando de pronto resbaló y cayó de pompas en el bote de la basura. Pasaba por ahí Pancho el mexicano. Iba haciendo eses -y erres, y emes- por causa de las copiosas copas que se había tomado. Vio a la miss en tan incómoda postura y comentó en voz alta: «¡Cómo son desperdiciados los gringos! ¡Esa mujer podría servir por lo menos un año más!». Sor Bette acompañó a dos internas del colegio a comprarse abrigos. El hombre de la tienda les dijo que los tenía de dos clases. «Éste -les informó- cuesta mil pesos. Este otro vale 5 mil». Preguntó la reverenda: «¿Por qué tanta diferencia?». Replicó el hombre: «Es que éste es de lana virgen». Se volvió sor Bette hacia las chicas y les dijo: «¿Lo ven, hijas mías? ¡La virtud se cobra cara!». Un amigo le comentó a Capronio: «Supe que vas a divorciarte, y que contraerás nuevo matrimonio». «Pensaba hace eso, en efecto -contestó él-, pero me arrepentí». «¿Por qué?» -se extrañó el amigo. Explicó Capronio: «Ya no estoy en edad de amansar otra suegra». El farmacéutico se desconcertó bastante cuando una joven mujer le pidió en el mostrador: «Deme por favor una caja de toallas sanitarias». Y luego, alzando los ojos al cielo, exclamó con fervoroso acento: «¡Gracias, Dios mío!». FIN. MIRADOR. Por Armando FUENTES AGUIRRE. Me habría gustado conocer a don Francisco de Meneses, portugués. Cortejaba con empeño a una dama española. Un día de los más fríos del invierno el carruaje en que iban sufrió la rotura de una rueda. La finca rural a la que se dirigían estaba ya muy cerca, de modo que decidieron ir caminando hacia ella. Don Francisco aprovechó la feliz circunstancia para manifestarle con vivas palabras a la dama su querer. Le dijo que la amaba con todo el fuego de su corazón. En ese momento iban pasando a la vera de un estanque de aguas tan frías que su superficie se había congelado. -Si tanto me amáis -le dijo la mujer con burla desafiante- arrojaos al agua de ese estanque. Así sabré si vuestro fuego se apaga.  Respondió al punto don Francisco, desdeñoso: -Uh, no. Es muy poca agua para tanto fuego. Me habría gustado conocer a don Francisco de Meneses. Sabía que en cosas del amor hay que exagerar, pero no tanto. ¡Hasta mañana!…