De política y cosas peores

Armando Fuentes

28/09/17

«No cambien una hora de placer por una eternidad de castigo». Sor Bette, la madre directora del Colegio de las Damas, exhortaba a sus alumnas  a practicar la virtud de la pureza. Una de las chicas le susurró al oído a su vecina de asiento: «Mi novio y yo siempre le paramos al llegar a los 50 minutos». Don Primo Segundo Tercero IV, pilar de la comunidad, casó a su hija. Cuando los novios regresaron del viaje nupcial el genitor de la recién casada dijo con tono evocador: «¡Jamás olvidaré la cara de felicidad de mi hija cuando se puso su vestido de novia!». «¡Uh, señor! -exclamó orgulloso el galán de la muchacha-. ¡Hubiera visto su cara de felicidad cuando se lo quité!». Muchas cosas cambiaron en estos días de cambio que han sucedido al terremoto. Una de ellas es que ahora cuando decimos «Frida» ya no pensamos sólo en Frida Kahlo, la de tupidas cejas, la de bozo en el bezo, la mujer dolida del cuerpo y el espíritu que se ha convertido en culto y en ícono de la liberación de la mujer pese a haber estado sometida en alma y cuerpo a ese gran mentiroso del arte y de la vida que fue Diego Rivera. Ahora cuando decimos «Frida» pensamos también -a más de en la inventada niña que hablaba y tomaba agua sin existir realmente- en la perrita que ayudó a salvar vidas y hallar muertes. Permítaseme un sermón inofensivo. El Génesis nos dice que cuando el hombre vino al mundo los animales ya estaban ahí. Para la cebra y la jirafa, para el cóndor y el colibrí, para la medusa y la ballena, para la hormiga y el mosquito, Adán y Eva fueron unos recién llegados. En igual forma el Nuevo Testamento -el del Dios hecho hombre- nos relata que María dio a luz a su hijo en un pesebre en el cual se hallaban desde antes unos animales que con su aliento dieron calor de vida al niño. Esto es decir que cuando Dios vino al mundo los animales también ya estaban ahí. Esas criaturas precedieron al hombre que hizo Dios y al Dios que se hizo hombre. Y sin embargo el hombre se ha llamado a sí mismo el rey de la creación. Si lo es, si en verdad es eso, un rey, ha de ser un rey ciego como el de la tragedia griega, o un rey demente igual a los que Shakespeare describió. Su ceguedad y su locura lo han llevado a convertirse en el peor enemigo de este planeta que no le pertenece, sino del cual es sólo una parte, igual que el pez, y el animal, y el ave; que el árbol y la hierba; de la misma naturaleza que el polvo y que la estrella. Frida, la perrita que salvó vidas y señaló muertes nos ha de recordar lo que debemos a nuestros hermanos animales, compañeros nuestros en la casa que juntos habitamos. «¡Cómo eres animal!» -decimos como insulto al necio, al bruto o al violento. Deberíamos decirle en verdad: «¡Cómo eres hombre!», pues en el hombre residen la ignorancia, la soberbia y la maldad, cosas humanas que los animales no conocen porque no llevan sobre sí esa difícil y pesada carga que se llama libertad. De todos estos sombríos pensamientos nos salvan los hombres y las mujeres que salvaron vidas y señalaron muertes. Usaron su libre arbitrio para el bien. Al hacerlo nos regalaros la fe en el hombre y la esperanza en él. Tetonina Grandnalguier, mujer de exuberantes formas tanto en la parte delantera norte como en la parte trasera por el sur, salió desnuda de la tina de baño en su habitación del quinto piso del hotel. Demasiado tarde se percató de que desde la ventana sin cortinas la estaba viendo un hombre de pie sobre su andamio. Al notar la confusión de la estupenda fémina el sujeto le dijo con cachaza: «¿Por qué se asusta, señorita? ¿Qué nunca ha visto un limpiavidrios?». FIN.»No cambien una hora de placer por una eternidad de castigo». Sor Bette, la madre directora del Colegio de las Damas, exhortaba a sus alumnas  a practicar la virtud de la pureza. Una de las chicas le susurró al oído a su vecina de asiento: «Mi novio y yo siempre le paramos al llegar a los 50 minutos». Don Primo Segundo Tercero IV, pilar de la comunidad, casó a su hija. Cuando los novios regresaron del viaje nupcial el genitor de la recién casada dijo con tono evocador: «¡Jamás olvidaré la cara de felicidad de mi hija cuando se puso su vestido de novia!». «¡Uh, señor! -exclamó orgulloso el galán de la muchacha-. ¡Hubiera visto su cara de felicidad cuando se lo quité!». Muchas cosas cambiaron en estos días de cambio que han sucedido al terremoto. Una de ellas es que ahora cuando decimos «Frida» ya no pensamos sólo en Frida Kahlo, la de tupidas cejas, la de bozo en el bezo, la mujer dolida del cuerpo y el espíritu que se ha convertido en culto y en ícono de la liberación de la mujer pese a haber estado sometida en alma y cuerpo a ese gran mentiroso del arte y de la vida que fue Diego Rivera. Ahora cuando decimos «Frida» pensamos también -a más de en la inventada niña que hablaba y tomaba agua sin existir realmente- en la perrita que ayudó a salvar vidas y hallar muertes. Permítaseme un sermón inofensivo. El Génesis nos dice que cuando el hombre vino al mundo los animales ya estaban ahí. Para la cebra y la jirafa, para el cóndor y el colibrí, para la medusa y la ballena, para la hormiga y el mosquito, Adán y Eva fueron unos recién llegados. En igual forma el Nuevo Testamento -el del Dios hecho hombre- nos relata que María dio a luz a su hijo en un pesebre en el cual se hallaban desde antes unos animales que con su aliento dieron calor de vida al niño. Esto es decir que cuando Dios vino al mundo los animales también ya estaban ahí. Esas criaturas precedieron al hombre que hizo Dios y al Dios que se hizo hombre. Y sin embargo el hombre se ha llamado a sí mismo el rey de la creación. Si lo es, si en verdad es eso, un rey, ha de ser un rey ciego como el de la tragedia griega, o un rey demente igual a los que Shakespeare describió. Su ceguedad y su locura lo han llevado a convertirse en el peor enemigo de este planeta que no le pertenece, sino del cual es sólo una parte, igual que el pez, y el animal, y el ave; que el árbol y la hierba; de la misma naturaleza que el polvo y que la estrella. Frida, la perrita que salvó vidas y señaló muertes nos ha de recordar lo que debemos a nuestros hermanos animales, compañeros nuestros en la casa que juntos habitamos. «¡Cómo eres animal!» -decimos como insulto al necio, al bruto o al violento. Deberíamos decirle en verdad: «¡Cómo eres hombre!», pues en el hombre residen la ignorancia, la soberbia y la maldad, cosas humanas que los animales no conocen porque no llevan sobre sí esa difícil y pesada carga que se llama libertad. De todos estos sombríos pensamientos nos salvan los hombres y las mujeres que salvaron vidas y señalaron muertes. Usaron su libre arbitrio para el bien. Al hacerlo nos regalaros la fe en el hombre y la esperanza en él. Tetonina Grandnalguier, mujer de exuberantes formas tanto en la parte delantera norte como en la parte trasera por el sur, salió desnuda de la tina de baño en su habitación del quinto piso del hotel. Demasiado tarde se percató de que desde la ventana sin cortinas la estaba viendo un hombre de pie sobre su andamio. Al notar la confusión de la estupenda fémina el sujeto le dijo con cachaza: «¿Por qué se asusta, señorita? ¿Qué nunca ha visto un limpiavidrios?». FIN. MIRADOR. Por Armando FUENTES AGUIRRE. -¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo! Así gritó el pastor. Sus compañeros echaron mano a sus palos y sus hondas, y corriendo fueron a defender sus rebaños. Pero el pastor había mentido. El lobo no venía. Algunos sintieron la mala tentación de ir con sus hondas y sus palos hacia el pastor que los había engañado. Pero eran buenos y no castigaron su mentira. Valido de esa impunidad el pastor mentiroso volvió a gritar días después: -¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo! Tampoco esta vez decía la verdad. Entonces sí los demás pastores fueron hacia él, y el engañador supo lo que eran las hondas y los palos de sus compañeros. No sé si esto que acabo de contar sea una fábula. En todo caso tiene una moraleja: el que deja un engaño sin castigo quizá lo hace por bueno; el que deja sin castigar dos engaños favorece al malo. ¡Hasta mañana!…