De política y cosas peores

Armando Fuentes

15/09/17

Gastamos mucho en ropa, y sin embargo nuestros momentos más disfrutables son cuando nos la quitamos. Un beduino del desierto contrajo matrimonio con una bella hurí. La noche de las bodas le pidió a su mujer que se despojara de las profusas vestimentas que la cubrían de la cabeza hasta los pies. Ella cumplió el deseo de su esposo, pero se asombró cuando éste tomó una cuerda y se dispuso a atarle las piernas por los tobillos. «¿Por qué haces eso?» -le preguntó, intrigada. Contestó el beduino: «¿Qué no vas a tirar patadas como hacen en estos casos las camellas?». El Charifas, sujeto de mal ser y peor vivir, fue llevado ante el juez de barrio acusado de haberse robado una bicicleta balona. El juzgador le preguntó, severo: «¿Puede usted explicar su latrocinio?». Repuso el tal Charifas: «Todo se debió a una lamentable confusión, su señoría. La bicicleta estaba recargada en la barda del panteón, y pensé que sería de algún muertito». Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, entró en relación de mancebía con una mujer casada de nombre Mesalinia. El marido de la pecatriz, enterado del ilícito concúbito, le envió un mensaje escrito: «Sé que está usted en tratos con mi esposa. Lo espero mañana a las 10 horas en el Hotel Alforzas para tratar el asunto como caballeros». Con otro mensaje respondió Pitongo: «Recibí su atenta circular, y gustosamente asistiré a la convención. Únicamente me permito sugerirle que en vez de hacerla en el hotel citado la haga en el estadio de futbol». Pese a sus muchos méritos Margarita Zavala se va quedando atrás en la carrera por la candidatura del PAN a la presidencia de la República. Y eso se explica: va cargando un yunque. En este caso el yunque es su vínculo con Felipe Calderón, de ingrata memoria para la mayoría de los mexicanos, pues nos condenó a vivir en el miedo. Aunque doña Margarita -«la señora Calderón», la llama el Peje con intención aviesa- vale por sí misma y por sus reconocidas cualidades, no puede separarse de la sombra de su marido, tan sombría, y eso es un estorbo para su justa y razonable aspiración. Por su parte Ricardo Anaya avanza con paso firme hacia la postulación panista. En estos últimos días ha ganado terreno gracias a inteligentes acciones que obedecen a una estrategia bien planeada y cumplida con eficiencia inobjetable. Un acuerdo con Rafael Moreno Valle lo fortalecería más. El PAN y sus aliados podrían presentar una buena opción frente el desgaste del Gobierno y su partido, y ante el temor y desconfianza que inspira a muchos López Obrador. Himenia Camafría, madura señorita soltera, llenaba una solicitud de empleo. En el renglón correspondiente a «Sexo» puso: «Todavía no». El doctor Ken Hosanna estaba desahogando una necesidad menor en el baño del restorán «La visión de Homero». A su lado hacía lo mismo un hombrecito que una y otra vez guiñaba el ojo izquierdo. El doctor observó eso y le dijo: «Perdone usted, amigo, pero advierto que sufre usted un tic nervioso que amerita la intervención de un buen psiquiatra. Le recomiendo a mi amigo el doctor Duerf, que de seguro se lo quitará». «No padezco ningún tic -respondió tímidamente el pequeño señor-. Lo que pasa es que me está usted salpicando». Doña Macalota, esposa de don Chinguetas, le contó a su mejor amiga algo que le había sucedido. «Mi esposo y yo dormimos en habitaciones separadas. Anoche un hombre entró en mi cama y me hizo el amor dos veces. En medio de la oscuridad no vi quién era, pero estoy segura de que no fue mi marido». Preguntó la amiga: «¿Cómo lo sabes?». Replicó doña Macalota: «La primera vez sospeché que no era él. La segunda tuve la absoluta seguridad de que no era él». FIN.Gastamos mucho en ropa, y sin embargo nuestros momentos más disfrutables son cuando nos la quitamos. Un beduino del desierto contrajo matrimonio con una bella hurí. La noche de las bodas le pidió a su mujer que se despojara de las profusas vestimentas que la cubrían de la cabeza hasta los pies. Ella cumplió el deseo de su esposo, pero se asombró cuando éste tomó una cuerda y se dispuso a atarle las piernas por los tobillos. «¿Por qué haces eso?» -le preguntó, intrigada. Contestó el beduino: «¿Qué no vas a tirar patadas como hacen en estos casos las camellas?». El Charifas, sujeto de mal ser y peor vivir, fue llevado ante el juez de barrio acusado de haberse robado una bicicleta balona. El juzgador le preguntó, severo: «¿Puede usted explicar su latrocinio?». Repuso el tal Charifas: «Todo se debió a una lamentable confusión, su señoría. La bicicleta estaba recargada en la barda del panteón, y pensé que sería de algún muertito». Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, entró en relación de mancebía con una mujer casada de nombre Mesalinia. El marido de la pecatriz, enterado del ilícito concúbito, le envió un mensaje escrito: «Sé que está usted en tratos con mi esposa. Lo espero mañana a las 10 horas en el Hotel Alforzas para tratar el asunto como caballeros». Con otro mensaje respondió Pitongo: «Recibí su atenta circular, y gustosamente asistiré a la convención. Únicamente me permito sugerirle que en vez de hacerla en el hotel citado la haga en el estadio de futbol». Pese a sus muchos méritos Margarita Zavala se va quedando atrás en la carrera por la candidatura del PAN a la presidencia de la República. Y eso se explica: va cargando un yunque. En este caso el yunque es su vínculo con Felipe Calderón, de ingrata memoria para la mayoría de los mexicanos, pues nos condenó a vivir en el miedo. Aunque doña Margarita -«la señora Calderón», la llama el Peje con intención aviesa- vale por sí misma y por sus reconocidas cualidades, no puede separarse de la sombra de su marido, tan sombría, y eso es un estorbo para su justa y razonable aspiración. Por su parte Ricardo Anaya avanza con paso firme hacia la postulación panista. En estos últimos días ha ganado terreno gracias a inteligentes acciones que obedecen a una estrategia bien planeada y cumplida con eficiencia inobjetable. Un acuerdo con Rafael Moreno Valle lo fortalecería más. El PAN y sus aliados podrían presentar una buena opción frente el desgaste del Gobierno y su partido, y ante el temor y desconfianza que inspira a muchos López Obrador. Himenia Camafría, madura señorita soltera, llenaba una solicitud de empleo. En el renglón correspondiente a «Sexo» puso: «Todavía no». El doctor Ken Hosanna estaba desahogando una necesidad menor en el baño del restorán «La visión de Homero». A su lado hacía lo mismo un hombrecito que una y otra vez guiñaba el ojo izquierdo. El doctor observó eso y le dijo: «Perdone usted, amigo, pero advierto que sufre usted un tic nervioso que amerita la intervención de un buen psiquiatra. Le recomiendo a mi amigo el doctor Duerf, que de seguro se lo quitará». «No padezco ningún tic -respondió tímidamente el pequeño señor-. Lo que pasa es que me está usted salpicando». Doña Macalota, esposa de don Chinguetas, le contó a su mejor amiga algo que le había sucedido. «Mi esposo y yo dormimos en habitaciones separadas. Anoche un hombre entró en mi cama y me hizo el amor dos veces. En medio de la oscuridad no vi quién era, pero estoy segura de que no fue mi marido». Preguntó la amiga: «¿Cómo lo sabes?». Replicó doña Macalota: «La primera vez sospeché que no era él. La segunda tuve la absoluta seguridad de que no era él». FIN. MIRADOR. Por Armando FUENTES AGUIRRE. «San Virila no hacía milagros. Se le caían, igual que a los niños se les caen las canicas de las manos».  Eso lo escribió James Haggerton, su biógrafo mejor. El conocido hagiógrafo relata cómo el santo hizo que brillara un tibio rayo de sol sobre el perrito que tiritaba de frío una mañana de invierno nebulosa y gris. Igualmente narra de la vez en que el campanero resbaló y cayó de lo alto de la catedral. En medio de su caída San Virila hizo un ademán y el hombre descendió suavemente, como pluma llevada por un viento leve, y llegó sin daño al suelo. «Ten más cuidado, hijo -lo amonestó el santito-. La próxima vez puede suceder que no ande yo por aquí».  Dice Haggerton que San Virila no daba importancia a sus milagros. «Los verdaderos milagros -solía decir- son los que los hombres no ven. El milagro de un nuevo día. El milagro de un niño que nace. El milagro de la tierra que da fruto. El milagro de nuestra presencia en el mundo. Ésos son milagros. Los míos son simplemente trucos». Concluye el biógrafo de San Virila: «Diariamente hacía el sencillo milagro de la humildad». ¡Hasta mañana!…