De política y cosas peores

Armando Fuentes

14/08/17

«Cosa extraña -ponderaba pensativo don Chinguetas-. Desde que empecé a tomar Viagra a mi esposa le volvieron aquellos dolores de cabeza que se le habían quitado ya». Babalucas se hallaba en el aeropuerto de Chihuahua, y vio a un viajero que tenía problemas con su iPhone. «Estoy tratando de llamar a Juárez -le comentó el señor-, pero no entra la llamada». «Es explicable -repuso con tono doctoral el badulaque-. Falleció  hace tiempo». «Su corazón ha llegado al límite de su resistencia -le informó el doctor Ken Hosanna a su paciente-. Me temo que en el curso de esta noche pasará usted a mejor vida». El hombre escuchó sin inmutarse el ominoso diagnóstico, pues desde hacía tiempo lo esperaba, y además veía a la muerte como una consecuencia de la vida y el principio de otra. Así, se dirigió serenamente a su casa, y tras comunicarle la noticia a su esposa procedió a hacerle el amor cumplidamente. Después se entregó al sueño, pensando que pasaría de ése al otro. Despertó a la una de la mañana, sin embargo, y al verse aún con vida movió a la señora para despertarla. «Quiero hacerlo otra vez» -le dijo. «¡Ay, Ultimio! -protestó ella-. ¡Como tú no tienes que levantarte mañana!». Con grandes pujos e ímprobos esfuerzos las gallinas de aquel corral ponían huevos cuadrados. Razonaba una: «Es que nuestro gallo tiene los pies planos». Don Añilio, senescente caballero, le hizo una pregunta a su médico de cabecera: «¿Cuándo comienza el hombre a perder su potencia viril?». Respondió el facultativo: «Cuando empieza a preguntar». Es en los baratillos donde he comprado mis más caros libros. Mirad, por ejemplo, esta preciosa colección. (Digo «mirad» porque al hablar de algunos libros uso siempre el vos reverencial). Se trata del Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano, editado en 1928 por Montaner y Simón y W.M. Jackson. Plumas de mayor brillo que las del pavo real, si bien de más modestia, intervinieron en su redacción. Anotad entre otras las de Juan Zorrilla de San Martín, uruguayo, autor de «Tabaré», el poema nacional de su país; Américo Castro y Enrique Diez-Canedo, españoles, y -enorgullézcanse mis paisanos- el profesor Andrés Osuna, mexicano, quien fue director de la Escuela Normal y maestro del Ateneo Fuente, pilares de la educación y la cultura de Saltillo y los demás continentes del planeta. En ese antiguo diccionario busco el artículo correspondiente a Guam. «. Es un buen puerto de escala para las importantes líneas de navegación que ahí se cruzan. La isla, por todas partes vestida de verdura, coronada de exuberante vegetación y exhalando perfumado ambiente, parece que convida al viajero a llegar a ella.». Desde luego esa idílica descripción no corresponde ya a nuestros días. Si el viajero fuera invitado hoy a ir a Guam la pensaría varias veces antes de aceptar la invitación. Dos energúmenos, a cual más peligroso, Kim Jong-un, de Corea del Norte, y Donald Trump, de Estados Unidos, pueden hacer de esa isla el Sarajevo que desate la Tercera Guerra Mundial. («No sé con qué armas se librará la Tercera Guerra -dijo Churchill-. La Cuarta se combatirá con palos y con piedras»). Ambos orates, el coreano y el norteamericano, están fuera de sí (y qué bueno, porque dentro de sí son peores). En el momento menos pensado cualquiera de ellos puede apretar el botón nuclear que arrastraría al mundo a un conflicto de consecuencias impredecibles. Conmino a los dos a conducirse con conducta, como se dice en el Potrero; vale decir a portarse bien. Retiren el dedo del botón, pónganselo en alguna otra parte y dejen que el mundo siga girando, si no en completa paz sí por lo menos libre del riesgo que deriva de su estupidez y su soberbia. FIN. «Cosa extraña -ponderaba pensativo don Chinguetas-. Desde que empecé a tomar Viagra a mi esposa le volvieron aquellos dolores de cabeza que se le habían quitado ya». Babalucas se hallaba en el aeropuerto de Chihuahua, y vio a un viajero que tenía problemas con su iPhone. «Estoy tratando de llamar a Juárez -le comentó el señor-, pero no entra la llamada». «Es explicable -repuso con tono doctoral el badulaque-. Falleció  hace tiempo». «Su corazón ha llegado al límite de su resistencia -le informó el doctor Ken Hosanna a su paciente-. Me temo que en el curso de esta noche pasará usted a mejor vida». El hombre escuchó sin inmutarse el ominoso diagnóstico, pues desde hacía tiempo lo esperaba, y además veía a la muerte como una consecuencia de la vida y el principio de otra. Así, se dirigió serenamente a su casa, y tras comunicarle la noticia a su esposa procedió a hacerle el amor cumplidamente. Después se entregó al sueño, pensando que pasaría de ése al otro. Despertó a la una de la mañana, sin embargo, y al verse aún con vida movió a la señora para despertarla. «Quiero hacerlo otra vez» -le dijo. «¡Ay, Ultimio! -protestó ella-. ¡Como tú no tienes que levantarte mañana!». Con grandes pujos e ímprobos esfuerzos las gallinas de aquel corral ponían huevos cuadrados. Razonaba una: «Es que nuestro gallo tiene los pies planos». Don Añilio, senescente caballero, le hizo una pregunta a su médico de cabecera: «¿Cuándo comienza el hombre a perder su potencia viril?». Respondió el facultativo: «Cuando empieza a preguntar». Es en los baratillos donde he comprado mis más caros libros. Mirad, por ejemplo, esta preciosa colección. (Digo «mirad» porque al hablar de algunos libros uso siempre el vos reverencial). Se trata del Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano, editado en 1928 por Montaner y Simón y W.M. Jackson. Plumas de mayor brillo que las del pavo real, si bien de más modestia, intervinieron en su redacción. Anotad entre otras las de Juan Zorrilla de San Martín, uruguayo, autor de «Tabaré», el poema nacional de su país; Américo Castro y Enrique Diez-Canedo, españoles, y -enorgullézcanse mis paisanos- el profesor Andrés Osuna, mexicano, quien fue director de la Escuela Normal y maestro del Ateneo Fuente, pilares de la educación y la cultura de Saltillo y los demás continentes del planeta. En ese antiguo diccionario busco el artículo correspondiente a Guam. «. Es un buen puerto de escala para las importantes líneas de navegación que ahí se cruzan. La isla, por todas partes vestida de verdura, coronada de exuberante vegetación y exhalando perfumado ambiente, parece que convida al viajero a llegar a ella.». Desde luego esa idílica descripción no corresponde ya a nuestros días. Si el viajero fuera invitado hoy a ir a Guam la pensaría varias veces antes de aceptar la invitación. Dos energúmenos, a cual más peligroso, Kim Jong-un, de Corea del Norte, y Donald Trump, de Estados Unidos, pueden hacer de esa isla el Sarajevo que desate la Tercera Guerra Mundial. («No sé con qué armas se librará la Tercera Guerra -dijo Churchill-. La Cuarta se combatirá con palos y con piedras»). Ambos orates, el coreano y el norteamericano, están fuera de sí (y qué bueno, porque dentro de sí son peores). En el momento menos pensado cualquiera de ellos puede apretar el botón nuclear que arrastraría al mundo a un conflicto de consecuencias impredecibles. Conmino a los dos a conducirse con conducta, como se dice en el Potrero; vale decir a portarse bien. Retiren el dedo del botón, pónganselo en alguna otra parte y dejen que el mundo siga girando, si no en completa paz sí por lo menos libre del riesgo que deriva de su estupidez y su soberbia. FIN.
MIRADOR.Me habría gustado conocer a fray Antonio de la Concepción.Era hombre bueno, tan bueno que los otros clérigos lo juzgaban mal. Veía la paja en el ojo propio y no la viga en el ajeno. Pensaba que el Señor era tan misericordioso que podía hacer que un camello pasara por el ojo de una aguja y que un rico se salvara. La higuera estéril que Jesús maldijo, decía fray Antonio, no fue estéril: dio como fruto una parábola que vive todavía cuando ni las higueras de su tiempo ni sus frutos viven ya. Fray Antonio de la Concepción no negaba la existencia del infierno, pero afirmaba que está en este mundo y no en el otro. Predicaba que la bondad de Dios es mayor que su justicia, y que las ovejas negras tienen la misma posibilidad de salvarse que las blancas.Me habría gustado conocer a fray Antonio. Su Dios era un Dios de bondad. Su virtud teologal era la esperanza, ese precioso don que viene de la fe y va hacia el amor.¡Hasta mañana!…