DE POLITICA Y COSAS PEORES

Armando Fuentes Aguirre

01/08/2017

Era una estatua, sobrino; una estatua. Cuerpo más perfecto de mujer no he visto nunca, y estoy seguro de que tú nunca verás en tu vida algo parecido, pues tus alcances son más cortos que los míos, y tu suerte es mucho menor. Cuando la conocí ella tenía 18 años, y yo 20. Ahora soy un viejo, y ella, si vive todavía, será una anciana. Si por azar nos topáramos en una calle no nos reconoceríamos. ¡Ah, el tiempo! Es el peor médico para el cuerpo y el mejor curandero para el alma. A veces le digo a mi corazón: «¿Por qué si yo tengo 70 años tú te empecinas en tener 21?». Y es que al paso de una mujer hermosa todavía me camina más aprisa. La miro en el recuerdo -hablo de aquella estatua que te dije- y doy gracias a Dios por haberla tenido en mi vida aunque haya sido por unas cuantas noches. (Los días del amor han de contarse por noches). Era pequeña; en el momento del amor se me perdía en los brazos. Y era una real belleza. En ocasiones sentía yo más ganas de contemplarla que de poseerla. Y es que entonces era yo un poco artista, cosa que desgraciadamente ya se me quitó. Los méndigos años te quitan las cosas buenas, no las malas. O son muy pendejos o son muy cabrones. Tiendo a pensar que son mas lo segundo que lo primero. Debo decirte la verdad, sobrino. Aquella estatua era una estatua. Quiero decir que la muchacha era fría, fría como la perfección. Yo me consideraba un excelente amante, pero con ella fallaban todas mis destrezas. Mientras la poseía ella canturreaba la tonada de moda, o se revisaba la pintura de las uñas. Yo, en el arrebato de la pasión, repetía su nombre: ¡Mari! ¡Mari! . (Se llamaba María Rosa). Y ella, en vez de exclamar: ¡Felipe! ¡Felipe! , respondía con displicencia: ¿Qué? . Cuando eso sucedía me daban ganas de matarla, créeme. Claro, después de terminar. Una tarde me presentó a su prima Gloria. Era feúcha la pobrecita Gloria, desgarbada y sin ninguna gracia. Y era tímida, quizá por lo mismo. Jamás había tenido un pretendiente. No sé qué fue lo que me hizo moverle el agua. Aceptó de inmediato mis avances, no sé si por el asombro de verse cortejada o por tomar venganza de la belleza de su prima. Necesité sólo una semana para llevármela a la cama. Y entonces el asombrado fui yo. Pasadas las reservas iniciales -era virgen- Gloria se volvió una cortesana. Tenía el instinto del sexo; una intuición extraordinaria para dar y recibir placer. No necesitaba guiarla: ella era quien me guiaba a mí por caminos que yo ni siquiera conocía. En ocasiones Gloria sorprendía un gesto de interrogación mío ante una nueva y audaz voluptuosidad suya, y me decía a modo de explicación, sin detenerse: «Es que te quiero». Luego me sucedió algo extraño. Cuando estaba con Gloria, ardiente pero fea, cerraba los ojos y pensaba en Mari. Y cuando estaba con Mari, hermosa, pero fría, cerraba los ojos y pensaba en Gloria. Gozaba al mismo tiempo la pasión de Gloria y la belleza de Mari. Dicen, sobrino, que el amor es misterioso. Has de saber que el sexo es más misterioso aún. Por eso tiene tantas variantes, y rincones tan oscuros. Yo fui feliz con Gloria y con Mari. Con Marigloria debería decir, o con Gloriamari, pues de las dos mujeres hice una. También en eso hay arte, sobrino. Las dos estaban enteradas de que yo les hacía el amor a ambas. Mari me preguntaba al hablar de Gloria: «¿Por qué?». Y Gloria me preguntaba al hablar de Mari: «¿Quién es mejor?». A Mari le respondía: «No sé». A Gloria le contestaba igual: «No sé». Se necesita arte para dar respuesta a las preguntas de las mujeres. Y en ese tiempo, como te dije, yo era un poco artista. Desgraciadamente ya se me quitó. FIN.

MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
Esta flor tiene nombre de mujer: se llama hortensia.
Su historia es tan romántica como su nombre. Nos la cuenta el diccionario de la Academia, que no suele contar historias, y menos aún románticas.
Un naturalista de apellido Commerson encontró la flor en China y la llevó a Francia. La dedicó a una dama, y le puso su nombre: Hortense.
Tengo en la sala de mi casa unas hortensias.
No son naturales.
Son sobrenaturales.
Las pintó Alfredo Ramos Martínez en una preciosísima acuarela. Ahí las flores viven para siempre, no como sus compañeras vivas, que después de vivir unos días mueren para siempre.
La naturaleza es efímera como la flor.
El arte es eterno como la belleza.
¡Hasta mañana!…