De política y cosas peores

Armando Fuentes Aguirre

26/07/17

Don Geroncio, añoso caballero, le dijo con unción a Himenia Camafría, madura señorita soltera: «El cariño que siento por usted es tierno y puro, como el amor de Dante por Beatriz». «No los conozco -declaró ella-. ¿En qué colonia viven?». El provecto galán dejó de lado ese faux pas de su anfitriona y añadió: «Si estuviéramos solos le dejaría en los labios mi corazón y mi alma envueltos en la dulce levedad de un beso». Lo dijo en voz muy baja, pues cerca andaba María la O, el ama de compañía de la señorita Himenia, quien con pretexto de barrer el patio se había aproximado a oír el diálogo entre su patrona y el señor. (Interesante nombre de mujer es ése, María la O, si bien ya desusado. Su origen está en las siete antífonas que en la liturgia católica se dicen entre los días 17 y 23 de diciembre, cada una de las cuales comienza con la exclamación latina «O», en castellano «Oh»). Al saber que don Geroncio no la besaba por la cercanía de su asistenta la señorita Himenia la llamó y le dijo: «O: acaban de dar segunda para el rosario. Que no se te haga tarde». «Señorita -contestó en tono de reproche la mujer-. Usted sabe muy bien que ya hace tiempo renuncié al catolicismo para ingresar en la Iglesia de la Iluminación Directa. Desde entonces sólo rezo el rosario en los velorios, y eso sin poner convicción en mis palabras». «Bueno -admitió la señorita Himenia-. Entonces ve a ver si ya puso el refrigerador. Lo que no quiero es que andes por aquí de encimosa». Se retiró María la O refunfuñando no sé qué cosas acerca de viejos rabos verdes y señoritas quedadas. Tan venturoso alejamiento fue aprovechado cumplidamente por don Geroncio, que entonces sí estampó en los labios de la señorita Himenia el anhelado beso, por cierto no tan leve como había dicho. «¡Oh!» -exclamó ella desfallecida. Al punto apareció María: «¿Me llamaba?». Y es que había estado atrás de la puerta viendo por la cerradura la amorosa escena. Con eso se malogró el naciente romance entre don Geroncio y la señorita Himenia. ¿Podrá volver a florecer? Nadie lo sabe, y yo menos que nadie. ¡Oh!… Todo hace pensar que llegaremos a la elección del próximo año sin un árbitro electoral confiable. En efecto, el INE ha tocado fondo en su descrédito, derivado en buena parte de la errática conducta de algunos de sus consejeros. Así como los magos de antes extraían sorpresivamente un conejo del fondo de su clac, esos señores sacan de improviso nuevas reglas, inéditas disposiciones y datos de reciente creación -«engroses» los llaman con tono campanudo-, de modo que lo que es hoy mañana no será, y lo que ayer fue ya no es ahora. Si la Secretaría de Hacienda parió las tristemente célebres misceláneas fiscales, tormento de contadores y contribuyentes, el INE ha dado origen a una especie de miscelánea electoral que cambia por otra en menos tiempo del que tarda en persignarse un cura loco. Ya nadie sabe a qué atenerse con esas decisiones súbitas que más parecen obedecer a cuestiones de coyuntura política que a ponderada reflexión o recta aplicación de la legislación vigente. La elección de Coahuila, por ejemplo, está en el limbo a causa de esa culpable falta de claridad. ¿Fue o no legal esa elección? Si se anula, o si sus resultados se convalidan, esa anulación o la confirmación tal ¿serán jurídicamente correctas, basadas como estarán en los dictámenes del INE? Malas cuentas está rindiendo el organismo. Por eso no son de extrañar las demandas, radicales quizá, pero explicables, en el sentido de que sus consejeros renuncien y se vayan de vuelta a su partido, o sea a su casa. Es una pena lo que sucede con un organismo que debería servir a la democracia y sirve sólo a la partidocracia. FIN.

MIRADOR

Variación opus 33 sobre el tema de Don Juan.
Don Juan tuvo un extraño sueño.
Soñó que en torno de su lecho se habían reunido todas las mujeres a las que poseyó. (O que lo poseyeron, diré en honor de la verdad). Eran tantas que el aposento no alcanzaba a contenerlas. Debían salir unas para que entraran otras.
Todas seguían siendo jóvenes y bellas, y conservaban la misma pasión de aquellos días. Don Juan, en cambio, ya era viejo, y aunque el espíritu tenía aún los ardimientos de antes la carne había claudicado vergonzosamente y lo dejó sin armas para el combate del amor.
Entonces Dios y el diablo se le aparecieron, y los dos le prometieron el paraíso. Dios le ofreció del Cielo las venturas. El demonio le dijo que le daría el edén en los brazos de aquellas mujeres a las que podría amar de nuevo como en los tiempos de la juventud.
No conozco el final del sueño de Don Juan. Tampoco él lo recuerda. Pero cuando despertó tenía en los labios una sonrisa de felicidad.
¡Hasta mañana!…