De política y cosas peores

Armando Fuentes

17/07/17

«¿Tiene condones negros?». El farmacéutico se sorprendió al escuchar esa petición del cliente. Le preguntó: «Si no es indiscreción, señor, ¿por qué quiere usted condones negros?». Explicó el tipo: «Es que murió mi compadre, y quiero que la comadre sepa que le estoy guardando luto». Don Draconio, juez de lo familiar, se dirigió en audiencia pública al reo que le fue presentado por la policía. Lo amonestó con voz severa: «Está usted acusado de haber golpeado a su esposa con un martillo». «¡Desgraciado!» -se oyó en el fondo una voz de hombre. «También se le acusa -prosiguió el juzgador- de que con ese mismo martillo golpeó usted a su suegra». «¡Maldito!» -se escuchó otra vez la misma voz. «Y leo en su expediente -añadió el juez- que con el martillo golpeó igualmente a su hijo mayor, que acudió en auxilio de su madre y su abuela». «¡Canalla!» -profirió de nueva cuenta el de la voz. Don Dracón se volvió al individuo que gritaba. «Señor -le dijo-, tenga usted presente que nos hallamos en una sala de justicia. Le pido entonces que contenga su ira. Entiendo su indignación, pero debe usted abstenerse de lanzar esos gritos, aunque ciertamente el acusado merece los calificativos que usted le ha dirigido». «Claro que los merece, señor juez -replicó airado el sujeto-. Mire usted: somos vecinos. En varias ocasiones le pedí prestado un martillo ¡y el cabrón me dijo siempre que no tenía!». La joven recién casada fue a a la consulta del doctor Ken Hosanna. Le contó que se sentía agotada, y eso lo atribuía a su sobrepeso, pues ciertamente estaba algo gordita. Un breve interrogatorio le bastó al médico para saber que el frecuente cumplimiento de su deber de esposa era lo que tenía a la muchacha en estado de desfallecimiento. Su marido le demandaba dos veces al día, y a veces hasta tres, la realización del acto connubial. La chica le preguntó: «¿Entonces qué, doctor? ¿Estoy sobrepasada?». «No, señora -contestó el facultativo-. Está sobrecogida». De ninguna manera recomiendo el cuento que viene al final de esta columnejilla. Lo leyó doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, y sufrió un episodio de tarestesia en el antifonario. ¿Qué significa eso? ¡Que se le durmieron las pompas! Los lectores que no quieran arriesgarse a sufrir ese penoso accidente deben abstenerse de leer el supradicho cuento y saltarse en la lectura hasta donde dice FIN. Una serie de infortunadas decisiones han hecho que el INE tenga perdida la confianza de los ciudadanos. Eso no lo digo yo: incluso el director del organismo, Lorenzo Córdova Vianello, ha reconocido la mala imagen que los electores tienen del instituto que preside, y ha encarecido la necesidad de recobrar la confianza de los mexicanos. Sucede que el INE ha sido tomado por los partidos, con lo que dejó de ser un instrumento de ciudadanos para convertirse en una herramienta al servicio de la partidocracia. En esas condiciones el árbitro electoral no puede ser confiable, por muchos que sean los recursos técnicos de que dispone para cumplir su función y por muy eficiente que sea para recoger los sufragios de los votantes. Si no se libera del control partidista siempre acompañará al INE la sombra de la suspicacia. No podemos llegar así al 2018. Sigue ahora el deplorable cuento que se anunció ut supra. Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, le contó a su amigo Libidiano: «Contraje un mal venéreo. Parece que es muy leve, pero aun así me preocupa». Preguntó Libidiano: «¿Te lo dijo tu urólogo?». «Peor todavía -respondió, sombrío, Afrodisio-. Me lo dijo mi odontólogo». (No le entendí). FIN.

MIRADOR

San Virila no pudo menos que sentir un asomo de envidia cuando el padre portero dijo en el refectorio que se le había aparecido Nuestro Señor.
Igual sentimiento experimentó cuando el padre hortelano contó que a él se le había aparecido Nuestra Señora.
Luego el padre portero declaró que se le habían aparecido los tres Reyes Magos.
Por su parte el padre hortelano manifestó que a él se le habían aparecido los cuatro evangelistas.
No cedió el padre portero: narró que se le habían aparecido los 12 apóstoles.
El padre hortelano creyó poner fin a la cuestión cuando informó que a él se le habían aparecido las 11 mil vírgenes.
Entonces San Virila se les apareció a los dos, y a cada uno le propinó un santo sopapo. Ese mismo día cesaron las apariciones, y acabaron los escándalos que con ellas habían venido. Y es que un sopapo bien dado produce a veces más efectos que un sermón bien pronunciado.
¡Hasta mañana!…