De política y cosas peores

Armando Fuentes Aguirre

16/06/17

Don Languidio Pitocaído se dirigió con lamentoso acento a su parte de varón y le reclamó: «¿Por qué te moriste antes que yo, malvada, si los dos somos de la misma edad?». Comentó don Chinguetas hablando de su esposa Macalota: «A mi mujer le gusta mucho llevarles la contraria a los gringos. Cuando estamos en algún centro comercial de Estados Unidos y ve en la puerta de una tienda el letrero que dice: Sale , ella entra». Floribel le pidió a Libidiano que la desposara. El cínico individuo se negó. Le dijo: «Dame una razón por la cual debo casarme contigo». Replicó Floribel: «Te daré dos. Voy a tener gemelos». Susiflor le preguntó a su galán: «Afrodisio: ¿es cierto que a los hombres se les conquista por el estómago?». Contestó él: «Eso dicen». «Entonces tendré que conquistarte -acotó Susiflor-, porque me está creciendo el mío». Una pareja de casados en apuros fue la consulta de un consejero matrimonial. El terapeuta habló aparte con el marido y le comunicó: «Su esposa se queja de que usted en lo único que piensa es en el futbol. No habla más que de futbol; todo para usted es futbol. ¿Qué dice de esa queja de su esposa?». Respondió el sujeto: «Que está fuera de lugar». Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, le pidió a Ludibela, cándida muchacha, que le entregara su más íntimo tesoro. Ella se negó en forma terminante. Le dijo entonces el salaz sujeto. «Dejémoslo a la suerte. Echaremos un volado. Si cae águila hacemos lo que yo quiero. Si cae sol hacemos lo que tú no quieres». Noche de bodas. En el deliquio del amor él le dijo, extático, a ella: «¡En este momento no me cambiaría por Leonardo di Caprio!». Replicó ella: «¡Qué malo eres!». El forastero le preguntó al Charifas, el mayor vago del pueblo: «¿Hay aquí mujeres de la vida galante?». No, señor -respondió el pelafustán-. Lo único que tenemos son algunas putas». Babalucas abordó a una guapa mujer en el lobby bar del hotel. Le propuso: «Acéptame una copa». La mujer le dirigió una gélida mirada y respondió: «Soy lesbiana». «Está bien -dijo entonces Babalucas-. Si tu religión te impide beber alcohol acéptame entonces una limonada». Las monjitas del convento de la Reverberación tenían un albergue para muchachas descarriadas. Sor Bette, la trabajadora social, interrogó a una que pedía ser admitida. Le preguntó: «¿Recuerdas la fecha en que perdiste tu virginidad?». «No me acuerdo» -contestó la muchacha. «¿Cómo es posible? -se puso seria la reverenda madre-. Por fuerza debes saber el día en que entregaste la gala de tu doncellez». «Perdóneme, madre -replicó la chica-, pero ha de saber usted que los hombres no tienen en la pija un sello fechador». Cada vez que se extingue una criatura de la naturaleza el mundo se vuelve un poco menos mundo y Dios se vuelve un poco menos Dios. Bárbaros los más grandes somos los humanos. Tenemos mucho poder, pero no tenemos ningún poder sobre nuestro poder. Las fieras guardan su cubil y las aves cuidan de su nido, pero nosotros destruimos la casa que habitamos. Algún día quizá la tierra -la Tierra- expulsará a la raza humana de su seno como a una excrecencia que la daña. Entonces desaparecerá el pecado original, y volverán a ser limpias las aguas de los mares y los ríos, y el cielo será otra vez azul, y el aire será de nuevo respirable, aunque el hombre ya no estará ahí para respirarlo. Quizá la humanidad debe entrar en vías de extinción para que ya ningún ser animal o vegetal se extinga. Digo esto a propósito de la vaquita marina, amenazada de desaparición por la ignorancia de unos y la torpe ambición de otros. Salvémosla para no perdernos. FIN.

MIRADOR

Iba la lechera con su cántaro al mercado.
En el camino pensaba que con el dinero que obtendría por la venta de la leche compraría huevos que le darían pollas; las vendería y compraría una vaca que le daría terneras; las vendería y se compraría una casa. Ya dueña de una casa no tendría problema para encontrar marido.
En eso tropezó. El cántaro se le habría quebrado, y sus sueños también, de no ser porque un hombre joven y apuesto acudió en su auxilio y la sostuvo en su brazos junto con el cántaro.
La lechera no necesitó comprar huevos, ni vaca, ni casa. El joven se enamoró de ella y la desposó. Ahora son felices, mientras el fabulista rumia su despecho. Él habría preferido que el cántaro de la lechera se rompiera junto con sus sueños. Así son los moralistas.
¡Hasta mañana!…