De política y cosas peores

Armando Fuentes

05/06/17

Don Cornulio llegó a su casa antes de tiempo y sorprendió a doña Sabanila, su liviana cónyuge, en trance de refocilo con un pelafustán. Hecho una furia le dijo al individuo: «¡Esto me lo va usted a pagar!». Contestó el tipo, imperturbable: «Ya le pagué a ella». Himenia Camafría le anunció al guardia de la cárcel: «Vengo a la visita conyugal». Preguntó el custodio: «¿Con quién?». Respondió la añosa señorita: «Con el que sea». Don Sinople, señor de buena sociedad, narró en el club algo muy interesante: «Mi hijo tiene un perro que lo sigue a todas partes. Incluso hubo un tiempo en que iba con él diariamente a las clases de la universidad». «¡Qué animal tan fiel! -se conmovió uno-. Pero ¿por qué dejó de ir con él a las clases?». Replicó, mohíno, don Sinople: «El perro se graduó». Rosibel, la curvilínea secretaria de don Algón, se presentó con retraso en la oficina. El ejecutivo la reprendió: «¿Se le pegaron las sábanas, señorita Rosibel?». «No -contestó ella-. Se me pegó mi marido». Doña Gordoloba recorría con la mirada los estantes de la panadería. Le preguntó el tahonero: «¿Qué le gustaría llevar?». Dijo la robusta señora: «Quisiera llevar ese pastel tres leches; aquella tarta de manzana, dátil y nuez; una docena de donas de chocolate y ese pay de coco. Pero llevaré dos galletas de avena». Don Poseidón, granjero acomodado, iba a comprar una vaca. Lo acompañó su hijo Bucolino. El viejo le palpó las tetas a la res y le explicó al muchacho: «Hay que ver si la vaca está sana antes de comprarla». Comentó Bucolino: «Entonces prepárese, apá, porque seguramente el hijo de su compadre Pitorrango va a querer comprarle a mi hermana».Temprano, muy temprano, suelo escribir esta columna, cuando aún no despiertan el teléfono, el timbre de la puerta y los nimios asuntos cotidianos. A esa hora las cosas callan todavía según se van las sombras de la noche y llega la claridad del día. Es cierto: el pensamiento sigue un poco adormilado, pero eso servirá para explicar cualquier yerro o dislate en la escritura. Escribo esto que escribo, por lo tanto, sin conocer los resultados de las elecciones habidas ayer en el Estado de México, Coahuila, Nayarit y Veracruz. Ni siquiera han abierto a esta hora las casillas donde se recogerá la votación. Sin dejar de reconocer la importancia de las jornadas electorales en los dos últimos estados que cité, mis grandes preguntas se centran en los dos primeros. Coahuila, mi estado natal, ¿conocerá al fin la alternancia o se mantendrá ahí el predominio priista? En el estado de México ¿habrá triunfado López Obrador (que no Morena ni Delfina Gómez) o el prigobierno se habrá salvado del desastre y puede seguir respirando todavía de cara a la madre de todas las elecciones, la del 2018? Ante la incertidumbre que me posee en esta alborada del domingo me alegra -y me inquieta a la vez- el pensamiento de que cuando estas líneas sean leídas el lunes mis cuatro lectores y yo ya sabremos la respuesta a esas preguntas. Seguirá, claro, la obligada secuela de impugnaciones, acusaciones y descalificaciones, pero conoceremos muchas cosas que a la hora en que estoy escribiendo esto no se conocen todavía. Aquí se ve cuan pronto el futuro se vuelve presente, y cómo con mayor presteza aún el presente se convierte en pasado. Lo dijo Manrique en las doloridas coplas que con ritmo de campana funeral escribió a la muerte de su padre. Cuando escribí esto no sabía si Coahuila optó por la alternancia o por la continuidad, y si el Estado de México votó por el populismo o por la perpetuación del mismo grupo en el poder. Lo sé ahora. Al final todo se sabe. Todo. No lo digo por intranquilizar a nadie. Lo digo porque así es. FIN.

MIRADOR

¿Cuánto hace que no vienen los hijos? Tres meses, cuatro, cinco.
Dos de ellos viven en la misma ciudad; el otro a menos de una hora de viaje, y si embargo es como si vivieran al otro lado del mundo.
El padre se enoja, y dice mal de ellos, y maldice. Los llama desagradecidos. La madre trata de justificarlos: que el trabajo; que sus familias; que los compromisos.
-Parece que ni tuvimos hijos -rezonga él.
-Los tenemos -contesta ella-. Verás que ya vendrán.
Pero no vienen. A todas partes van, menos a la casa de sus padres.
Los dos viejos hablan de sus hijos:
-¿Te acuerdas?
Y sonríen.
Llegará el día en que sus hijos hablarán de ellos:
-¿Te acuerdas?
Y sentirán un remordimiento.
¡Hasta mañana!…