De política y cosas peores

Armando Fuentes

17/04/17

«Soy prostituta». Así le dijo Matu Ranga al juez que le preguntó a qué se dedicaba. Inquirió el juzgador: «¿Hay en su familia otras prostitutas?». «Ninguna -respondió ella-. Mi mamá es ama de casa, mi tía es maestra, y mi hermana profesó de monja en el convento de la Reverberación». «Me asombra escuchar eso -declaró el juez-. ¿Por qué entonces usted resultó prostituta?». «No lo sé -contestó Matu, pensativa-. Supongo que lo debo a mi buena suerte». Pitoncio iba en el autobús, repegado a una linda chica. Ella le dijo con enojo: «¡Retírese!». «Perdone, señorita -se apenó él-. Lo que sintió usted es un rollo de billetes. Es que me pagaron mi sueldo en efectivo». «Sí -replicó la muchacha, molesta-. Sentí cuando se lo aumentaron». Don Peloncio y don Calvino, maduros caballeros, se afligían por la incipiente calvicie que mostraban. Uno a otro se preguntaban cuál sería el mejor modo de evitar la caída del cabello: esta loción maravillosa; aquel producto naturista; cierto elixir de novísima invención. Comentó don Peloncio: «He oído decir que untándote en el cuero cabelludo huevecillos de abejorro ya no pierdes pelo». «De buen grado me los untaría -declaró don Calvinio-, pero no puedo menos que pensar en lo que les dolerá a los pobres animalitos». Leovigildo llegó a visitar a su novia Loretina y la encontró llorosa. La tomó en sus brazos y empezó a hacerla objeto de tiernas caricias que poco a poco fueron aumentando en calor, pasión e intensidad. Le preguntó respirando agitadamente: «¿Bastarán estas demostraciones, cielo mío, para secar el llanto de tus ojos?». «No es llanto -respondió igualmente excitada la muchacha-. Es catarro. ¡Pero tú síguele con el tratamiento!». Don Valetu di Nario se quejó, doliente, en la reunión de parejas. Empezó a comparar las galas de su juventud con los quebrantos que ahora padecía. «Cuando era joven -dijo- todas las partes de mi cuerpo eran suaves y blandas «. «Todas, menos una» -comentó con picardía doña Pasita, su esposa. «En cambio ahora -siguió diciendo don Valetu-, todas las partes de mi cuerpo son rígidas y duras». «Todas, menos una» -volvió a acotar doña Pasita … En el estado de México los tres partidos principales se disputan algo más que el triunfo en la elección local. Dígase lo que se diga está en juego también la madre de todas las elecciones: la del 2018; la presidencial. El partido que gane -PAN, PRI o Morena- verá considerablemente aumentadas las posibilidades que tiene de llevarse la victoria en esa máxima contienda. Hoy por hoy ninguno es seguro seguidor. Las encuestas muestran lo que se llama un empate técnico -yo diría más bien rudo- entre Josefina Vázquez Mota, Alfredo del Mazo y la dupla Delfina Ortega-López Obrador. Esperemos a ver de qué color pinta el azul, el rojo o el moreno. Usurino Matatías, hombre avaro, ruin y cicatero, tenía un hijo en edad de merecer y con un buen trabajo. Una noche el joven le dijo a su padre: «Oiga, apá: me quiero casar». «¿Cómo que se quiere casar m ijo?» -se inquietó el cutre, pues su manutención dependía del muchacho. «Ya tengo 30 años» -argumentó tímidamente éste. Don Usurino se rascó la cabeza. «Muy pronto pasa el tiempo -dijo-. Y ¿ya gana m ijo pa mantener su casa?». «Hace años mantengo ésta» -replicó el joven con miedo de ofender a su haragán progenitor-. «Ah qué caray -se confundió el avaro-. Y yo ¿qué puedo hacer por m ijo?». Dijo el muchacho, nervioso: «Necesito que me facilite algo del dinero que le he dado a guardar». Don Usurino se revolvió: «Y ¿pa qué quiere m ijo ese dinero?». Respondió el chico: «Pa los anillos de la novia». «-¿Anillos? -bufó el tal Matatías-. ¿Y pa qué diablos necesita anillos la novia? ¡Yo tengo 40 años casado con tu madre, y ni un cambio de aceite ha necesitado nunca!». FIN.

MIRADOR

Jean Cusset, ateo con excepción de cuando lee a Dostoiewsky, dio un nuevo sorbo a su martini -con dos aceitunas, como siempre- y continuó:
-Algunos hombres de religión se toman a sí mismos demasiado en serio. Parecen pensar que la risa es un pecado y la alegría una impiedad. Olvidan que el Creador hizo a Adán del humus de la tierra, y que de esa palabra, humus, derivan otras como humano, humor y humildad.
Siguió diciendo:
-Debemos aligerar la carga de solemnidad y pedantería que llevamos. No es cosa insoportable la levedad del ser, sino bien muy deseable. Los ángeles vuelan porque son leves. Cuando uno de ellos, Lucifer, se llenó de soberbia, el sentimiento de su propia importancia le pesó tanto que lo hizo caer. Si olvidamos, como él, que somos humus, nos volveremos humo.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!…