De política y cosas peores

Armando Fuentes

24/02/17

El viejecito y la ancianita conversaban. Dijo él: «A veces pienso, Veterina, que Dios se equivocó en algunas cosas». «¿Por qué supones eso, Gerontino?» -se extrañó ella. Explicó él: «Debió haber hecho que tuviéramos los bebés a los 80 años. A esa edad de cualquier modo tienes que levantarte cada tres horas». Hay maridos de una vez al día. Otros son de tres veces por semana. Los hay de una vez cada mes, y otros son de una ocasión al año. Don Languidio Pitocáido era de una vez por sexenio, y ya le debía a su mujer de Ruiz Cortines para acá. Cierto día don Languidio leía un libro sobre la Naturaleza. Le comentó a su esposa: «Aquí dice que las arañas tejen su tela en los lugares más extraños. Unos investigadores hallaron una tela de araña en el periscopio de un submarino». «Que vengan a verme -replicó la señora- y hallarán otra en un lugar más extraño todavía». (No le entendí)… Es necesario que alguien asesore a los asesores de Peña Nieto, y que alguno aconseje a sus consejeros. Sucede que la administración peñanietista no da una: a sus errores añade dislates, y yerros y desatinos a sus equivocaciones. Eso de anunciar con bombo y con platillo que el precio de la gasolina se reduciría en un centavo o dos fue tomado por la gente como una mentada de madre, si me es permitida tan ática expresión. A la ofensa de los gasolinazos se añadió la injuria de lo que pareció una burla. Corto en acciones, el gobierno de Peña Nieto debería mostrarse también corto en palabras. Así no encalabrinaría aún más al personal, ya de por sí erizado por los continuos tropezones del régimen. Cambiémosle la letra al Jibarito: » Silencio, que están despiertos los nardos y las azucenas». Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, logró por fin que Dulcilí, muchacha ingenua, lo visitara en su departamento. Tan pronto se sentaron en el sillón de la sala el salaz individuo apagó la luz. Le preguntó la cándida doncella: «¿Quieres ahorrar energía?». «No -respondió el lascivo galán-. Me dispongo a gastarla toda en ti». Un severo genitor amonestaba a su pedigüeño hijo: «Aprende, Gastolfo, que hay cosas más importantes que el dinero». «Claro que las hay -reconoció el muchacho-. Pero si no traes dinero no salen contigo». El avispado pretendiente invitó a salir a Violetela. Ya en el coche le dijo: «Sé que eres muy tímida; por eso pensé en un código de señales por medio del cual me puedes decir lo que deseas, sin tener que hablar. Si sonríes levemente eso significará que quieres que te tome la mano. Si sonríes con una sonrisa más abierta yo entenderé que deseas que te bese. ¿Qué te parece?». Al punto Violetela prorrumpió en una estrepitosa carcajada. Celiberia, soltera entrada en años, cambió de trabajo. Le advirtió una de sus nuevas compañeras: «Y nunca te quedes sola en la oficina con el señor Salacio, ese gerente joven y guapo. Tiene fama de abusador sexual: se dice de él que si tiene a su alcance a una mujer la derriba, le desgarra la ropa y le hace el amor apasionadamente». «Gracias por advertírmelo -respondió Celiberia-. Procuraré traer puros vestidos viejos». Un sujeto fue llevado ante el juez. El policía que lo detuvo le encontró en su mochila herramientas de las que usan los ladrones para forzar cerraduras y abrir puertas. Le dijo el juzgador al individuo: «¿De modo que es usted ratero?». «¿Por qué piensa eso de mí?» -protestó el individuo con aire de ofendido. Contestó su señoría: «Trae usted herramientas de ladrón, ¿no?». Replicó el sujeto: «Entonces acúseme también de violador «. Se extrañó el juez: «¿Por qué?». Respondió el hombre: «También traigo la herramienta». FIN.

MIRADOR

Extraño pueblo es el norteamericano.
Tan extraño como los demás pueblos del mundo.
Los pueblos se forman con hombres, y los hombres son seres extraños. Unos asumen esa extraña conducta que es el bien. Otros tienen esa costumbre aun más extraña que es el mal.
Algunos norteamericanos buenos -científicos, ecologistas, biólogos- salvaron al halcón peregrino de la extinción definitiva. Quedaban veinte parejas de esa ave. Después de varios años de cuidados hay ahora un número de halcones peregrinos suficiente para asegurar la supervivencia de la especie.
Algunos norteamericanos malos -policías brutales, fanáticos de la raza blanca, torpes rednecks, incitados por el más malo, más brutal, más fanático y más torpe de los rednecks-, persiguen ahora a otros peregrinos, y quieren acabar con ellos. Esos peregrinos son los migrantes mexicanos, víctimas de crueldades cuya injusticia clama al cielo.
¿No podrían los norteamericanos buenos proteger a esos peregrinos, aunque no sean halcones?
¡Hasta mañana!….