De política y cosas peores

Armando Fuentes

13/02/17

Una joven mujer embarazada consultó a cierta adivinadora. Tras ver su bola de cristal la vidente le anunció: «Cuando nazca tu niño el padre de la criatura morirá». «Sea por Dios -suspiró la consultante-. ¿Pero al menos mi esposo estará seguro?». Avaricio Cenaoscuras estaba en el lecho de agonía. Llamó su hijo y con voz feble le manifestó: «Este reloj perteneció a mi abuelo. Mi abuelo se lo entregó a mi padre, y mi padre me lo dio a mí. Ahora quiero que tú lo tengas. Te lo doy barato». Nalgarina Grandchichier, vedette de moda, narró su más reciente experiencia sentimental: «Nos conocimos, nos casamos y nos divorciamos. ¡Qué semanita!». Don Abundio, el sabio viejo que por su buen sentido funge como «la esperencia», antiguo título de honor en el Potrero de Ábrego, fue dueño de un extraño perro cuyo pelaje llamaba la atención, pues lo tenía de tres colores: por delante era café; blanco en la parte media y negro por atrás. El dicho can se llamaba El Almirante. Cuando alguien le preguntaba a don Abundio por qué le había puesto tan sonoroso nombre él contestaba: «Porque al verlo todos se almiran». Pues bien: a mí me «almiran» mucho tres milagros: el de las apariciones de la Virgen de Guadalupe; el de la Torre de Pisa, que no se cae a pesar de sus malas inclinaciones («Pos a mí no me parece tan inclinada», comentó doña Panoplia de Altopedo, dama de sociedad, cuando vio la Torre Eiffel), y los semáforos del bulevar Carranza, en Saltillo. Hermosa avenida es esa que cruza mi ciudad natal de norte a sur. En ella están los bellos edificios del Ateneo Fuente y el Tecnológico de Coahuila. (Escribió un poeta municipal: «Saltillo, siempre Saltillo, / con sus grandes catedrales. / Saltillo, siempre Saltillo, / siempre remedia los males. / Con su glorioso Ateneo Fuente, / y su benemérita Normal / y también con su Instituto Tecnólógico Regional / SEP725 guión 124, / que está del Ateneo enfrente»). En ella está igualmente el paso a desnivel que diseñó el sabio ingeniero don Pablo M. Cuéllar, obra hecha con tanto arte que en los días de lluvia el agua parece fluir corriente arriba, como si desafiara la grave ley de la gravedad. Después se llega a la plaza donde está la estatua de Manuel Acuña, labrada en mármol por Jesús Contreras, la cual representó a México en la Exposición Universal de París, en 1889, cuando se inauguró la citada Torre Eiffel. (Por cierto, dicho sea de paso, la figura de la mujer desnuda que yace a los pies del poeta la talló el genial escultor siguiendo las perfectas proporciones del cuerpo de una prostituta muerta en plena juventud y llevada a la morgue, donde la dibujó el artista. Esa prostituta era Santa, la de la novela de Federico Gamboa). Enfrente se halla el Teatro García Carrillo, que se incendió -castigo divino, murmuró la gente- la noche misma en que se representó ahí el sacrílego drama intitulado «El loco dios». A esos prodigios del ayer añado el de hoy. Sucede que puedes atravesar en tu automóvil esa rúa en toda su extensión sin detenerte una sola vez, así de bien sincronizados están sus semáforos. ¿Qué sapientísimo semaforista los concertó con tal exactitud? Yo lo propongo para que sincronice también los vuelos espaciales de la NASA o, más aún, el curso de los astros por el universo. Jamás pensamos en esos ocultos servidores públicos, anónimos y humildes, que trabajan para nuestro beneficio, y de quienes depende la vida cotidiana de nuestras ciudades. Su callada labor nunca es reconocida. Aquí la reconozco yo, y envío un aplauso, tributado con ambas manos para mayor efecto, al gran semaforero y a todos aquellos empleados municipales que miran cada día por nosotros sin que nosotros los veamos a ellos. FIN.

MIRADOR

Llegó sin avisar y se presentó a sí mismo:
-Soy el olmo.
Sentí la mala tentación de preguntarle en broma:
-¿Tiene peras?
Se me adelantó, sin embargo, y dijo:
-Antes solía yo tener peras, en contradicción de la sentencia según la cual es inútil pedirle peras al olmo. Pero nadie jamás me pidió una. Yo habría dado de todo corazón mis peras a quien las quisiese. Nunca, sin embargo, alguien se acercó a mí para pedirme lo que yo anhelaba dar. Eso me entristeció tan grandemente que dejé de tener peras. Ahora pedirme una es tan inútil como pedirle peras al olmo.
Me apenó el relato del olmo. Pensé que en ocasiones no se nos da porque no pedimos. Eso se aplica lo mismo a la oración que al amor. Me prepuse en adelante pedirle peras al olmo, aunque diga el refrán que eso es como pedirle peras al olmo.
¡Hasta mañana!…

MANGANITAS

«. Ménsula.»
La dicha palabra, «ménsula»,
en lenguaje popular
sirve para designar
a una mujer pendéjula.