De política y cosas peores

Armando Fuentes

29/12/16

Doña Clorilia estaba muy orgullosa de la pérgola que había hecho construir en el jardín de su casa, especie de pequeño kiosco. Se preocupó, sin embargo, cuando vio en ella a su hija muy amartelada con el novio. «¡Susiflor! -la llamó con alarma-. ¿Besaste a Libidio en la pérgola?». «¡Oh, no, mamá! -respondió la muchacha ruborizándose hasta la raíz de los cabellos-. ¡Lo besé solamente en los labios!»… En el romántico paraje llamado El Ensalivadero, a la luz de la luna llena, el ardiente galán le dijo a su chica: «¡Te quiero apasionadamente, Dulcibel! ¡Te amo, te adoro, te idolatro! ¡No podría vivir sin ti!». Preguntó ella, ilusionada. «¿Te casarás conmigo?». Respondió el joven, impaciente: «No me cambies la conversación». Pasó el camión de la basura y salió a toda prisa doña Macalota llevando la suya en una bolsa. Vestía una bata vieja y rota; calzaba pantuflas desgastadas; traía los pelos en desorden y en la cara mostraba los restos de una crema de sospechoso color. Al llegar al camión se percató de que los encargados habían tapado ya la cubierta. Preguntó: «¿Llego tarde?». «No -le respondió uno de los hombres-. Súbase»… Reza una sabia sentencia popular. «Los dichos de los viejitos son evangelios chiquitos». Y un refrán de viejos dice a propósito de los años, según su cifra termine en número par o número non: «Año de nones, año de dones. Año de pares, año de pesares». Calamitoso fue, en efecto, este año par que ya se va. Enunciar las desdichas que en él se abatieron sobre el mundo es recordarlas; numerar los hechos desastrados que a México trajo el 2016 es revivirlos. Hambre, guerra, violencia, crimen, terrorismo fueron sólo algunos entre los muchos agobios que se vieron en este año considerado por muchos como uno de los peores de la época reciente. Sobrevino, inesperado, un mal mayor que tiene nombre: Donald Trump. Ya veremos que el surgimiento de ese hombre tan poco humano acarreará problemas a su nación, al mundo y particularmente a México. No debemos, sin embargo, perder la esperanza y la fe en nosotros mismos. Confiemos en que, efectivamente, el siguiente año será de dones, y sigamos trabajando por el bien de nuestra casa, de nuestro país, de nuestro mundo. Don Cornulio se compró un perico. Tiempo después uno de sus amigos le preguntó: «¿Qué fue de aquel cotorro que compraste?». Respondió con disgusto el señor: «Lo eché de la casa por malhablado. Cada vez que veía a mi mujer gritaba: «¡Piruja! ¡Piruja!». Dijo el amigo: «Entonces no lo echaste por malhablado. Lo echaste por fisgón»… El recién casado se quejó en el hotel: «¿Por qué pusieron en la suite nupcial un colchón de agua? Eso me parece vulgar y de mal gusto». Se justificó el administrador: «Es que todos los demás nos los quemaban». El jefe vikingo y su asistente iban pasando por un prado cuando fueron embestidos por dos enormes toros que no los cornearon, pero hicieron con ellos algo que desde el punto de vista del honor de un guerrero es aun peor. Masculló el ayudante sacudiéndose el polvo después del atentado: «Le digo, jefe, que debemos dejar de usar esos cuernos que llevamos en el gorro. Con ellos parecemos vacas»… Lorenzo Rafael y María Candelaria se encontraron en el camino. Preguntó, tímido, el muchacho: «¿Ti acompaño, María?». «¡No, mira qué! -contestó la muchacha, recelosa-. ¡Luego vas a querer abrazarmi!». Le dijo Lorenzo Rafael: «¿No ves que voy cargando una gallina y arrastrando una chiva, y que llevo además un talache y una cubeta? Así, con las manos ocupadas, ¿cómo podría abrazarti?». «¡Sí, mira qué! -replicó María Candelaria-. Clavas el talache en el suelo; amarras a la chiva en el talache; luego metes a la gallina abajo de la cubeta, y después me abrazas. ¿A poco no?».FIN.

MIRADOR

El padre Soárez le dijo al Cristo de su iglesia:
-¡Qué hermoso milagro, Señor, hiciste con Santa Eduviges! Su marido le prohibió que diera limosna a los pobres, pero cierto día un niño le pidió un pan. Ella fue a traerle uno escondido en los pliegues de su manto. El esposo le preguntó:
-¿Qué llevas ahí?
-Flores -respondió Eduviges.
-Quiero verlas.
Eduviges abrió su manto. El pan se había convertido en un florido ramo.
Le dijo Jesús al padre Soárez:
-Otro milagro hice, más hermoso todavía. Una muchacha llevaba flores a su amado, al que su padre odiaba injustamente.
-¿Qué llevas ahí? -preguntó éste.
-Un pan -respondió ella.
Abrió su manto. Y en efecto, el ceñudo hombre vio un pan en vez de flores. Aprende, Soárez, que es hermoso el milagro que sacia el hambre de pan, pero más hermoso es el que sacia el hambre de amor.
¡Hasta mañana!…