De política y cosas peores

Armando Fuentes

28/03/16

Una voluptuosa morena se estaba confesando con el maduro párroco del pueblo. Le dijo: «Me acuso, padre, de que cada vez que veo a un hombre siento deseos de hacer el amor con él tres veces seguidas». Respondió con tristeza el señor cura: «Ve a otra parroquia, hija. Yo ya no te las completo»… Fecundino se coló a la sala de maternidad donde su esposa acaba de dar a luz trillizos. La enfermera se alarmó al verlo, por el riesgo de una infección. «¡Salga inmediatamente! -le dijo al sujeto-. ¡No está usted esterilizado!». Respondió con orgullo Fecundino: «Creo que lo acabo de demostrar, señorita». Aquel psiquiatra se especializaba en tratar mujeres. Dijo una: «Ese doctor me da muy mala espina. Tiene diván matrimonial». El borrachín del pueblo fue a la iglesia y le pidió a la Virgen que le hiciera el milagro de mandarle algunos pesos, pues andaba muy apurado de dinero. Volvió al día siguiente, pero sucedió que el cura había quitado a la Virgen para poner en su lugar al Niño Dios. El temulento lo vio y le dijo: «Oye, chamaco: ¿qué tu mamá no te dejó unos centavos para mí?»… Pancho el mexicano se arriesgó a ir en su automóvil por una solitaria carretera de Transilvania. Lo hizo de noche, a pesar de que le dijeron que por ahí se aparecía Drácula. De repente una llanta tronó. El conductor bajó a a cambiarla, y en eso ¡flap, flap, flap!, apareció el vampiro. Pancho había oído decir que el signo de la cruz espanta a Drácula Así pues tomó la cruceta y la esgrimió ante él. «Esa no vale» -se burló el conde sin dejar de avanzar-. «¡Sí vale, caborón!» -dijo el mexicano. Y así diciendo la emprendió a golpes de cruceta contra el desdichado vampiro, que huyó despavorido lanzando maldiciones… Se ha hablado siempre de la cuesta de enero, con los apuros económicos que siguen a los gastos hechos a lo largo del largo puente llamado Guadalupe-Reyes. Nunca, sin embargo, he oído hablar de la cuesta que sigue a las vacaciones de Semana Santa. La gente regresa de ellas con ganas de trabajar, y también con necesidad. El mexicano gusta de arrancar la flor de cada instante, y disfruta el momento aunque tenga que preocuparse después. Vendrán ahora los apuros para pagar lo de las tarjetas de crédito; vendrán las filas en el montepío o las casas de empeño para pignorar hasta al gato a fin de tener lo necesario para cubrir las necesidades básicas después del dispendio de los días feriados. Pero en fin, lo bailado quién nos lo quita. Y lo comido, y lo bebido, y lo viajado y lo demás. Sobre todo lo demás. Poco tiempo después de haberse casado la mamá de Pepito quedó embarazada. Pasados unos meses su ginecólogo le dio la gratísima noticia de que sería madre de mellizos. Por mala suerte cuando se cumplió la fecha del parto el doctor estaba fuera de la ciudad, y el papá de Pepito se vio en la necesidad de llamar a otro médico para que asistiera en el alumbramiento a su mujer. Llegado el momento nació el primer niño. Pero sucedió que el bebé no comenzó a respirar por sí solo. El doctor lo tomó por los piecitos, lo levantó en alto y le dio una fuerte nalgada. El niño siguió sin respirar. Otro golpe más fuerte, y nada. Y otro, y otro. El médico, alarmado, le propinó varias nalgadas más. Por fin el niño lloró y empezó a respirar normalmente. El facultativo le entregó a una enfermera el niño y se dispuso a esperar la aparición del otro mellizo. Pero pasaron 5 minutos y la criatura no salió. Pasaron 10 minutos, y 15, y media hora, y el otro niño no nacíó. El médico se preocupó. Bastante. Le preguntó a la parturienta: «Señora: ¿quién le dijo que iba usted a tener mellizos?». «Me lo dijo mi ginecólogo, doctor -respondió ella. «Quizá se equivocó -arriesgó el obstetra-. Si hubiera usted concebido mellizos ya habría nacido el otro. Ha pasado más de una hora desde el nacimiento del primero, y no hay trazas de que venga otro. Me va a perdonar, pero tengo otras pacientes que atender y no puedo esperar más». Y así diciendo el médico abandonó la sala de partos. Mal había cerrado la puerta cuando salió al mundo el otro niño, que era precisamente Pepito. La señora le preguntó, irritada: «¿Por qué no salías?». «¡Ni mádere! -respondió Pepito-. ¡Al indejo de mi hermano se le ocurrió salir estando ese caborón, y ya viste los ingazos que le puso!». FIN.

MIRADOR

En su libro «Un gascon au Mexique», publicado en París el año de 1892, el viajero francés Ludovic Chambon recogió unas coplas que oyó en México:
«¡Qué tristes están los campos / cuando el sol se va poniendo! / Así se ven los amantes / cuando se están despidiendo».
«Señor alcalde mayor: / ¿por qué prende a los ladrones? / Usted mismo tiene una hija / que roba los corazones».
«»Dicen que el cielo es tu cara, / pero yo digo que no. / Un Sol nomás tiene el cielo, / y tu cara tiene do».
«He comido la retama / y he comido la verbena. / No hay bocado más amargo / que el bocado en casa ajena».
«Una flecha me tiró / Cupido desde su torre. / En el corazón me dio. / Mira la sangre que corre».
¿Quién hizo esas coplas, que tienen la hondura de la belleza?
Las hizo el mejor poeta que hay.
El pueblo.