De política y cosas peores

Armando Fuentes

26/03/16

La señorita Peripalda congratuló a los niños del catecismo: «¡Felices Pascuas!» -les dijo. Preguntó luego: «¿Saben qué significa Pascuas ?». Pepito razonó: «Paz cuaz. ¿Son dos golpes seguidos?»… Alguien le preguntó a Usurino Matatías, hombre avaro y cicatero: «¿Dónde pasaste las vacaciones?». Respondió: «En el Pacífico». Inquirió el otro, admirado: «¿En alguna isla del Pacífico?». «No -precisó don Usurino-. En el pacífico refugio de mi hogar». Dola Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, fue a una playa de moda. Entró en el mar y una ola grande la arrastró. Un mesero del bar andaba cerca. Se arrojó al agua, nadó vigorosamente y la salvó. Ya fuera de peligro doña Panoplia trajo su bolsa y le preguntó a su salvador: «Dime, muchacho: ¿cuánto se da de propina por esto?». El médico habló muy seriamente con Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne. Le dijo: «Su esposa muestra graves síntomas de agotamiento. Y es explicable: me informa que le hace usted el amor nueve o diez veces cada día». «Es cierto, doctor -confesó Pitongo apenado-. Tengo esa debilidad»… El padre Arsilio, dicho sea sin ofender, era algo sordo. En cierta ocasión estaba confesando a Libidiano, uno de sus feligreses más confesables. Le dijo el pecador: «Me acuso, padre, de que tengo relación carnal con varias mujeres casadas». «No te escucho» -respondió el anciano sacerdote al tiempo que se ponía una mano en la oreja para oír mejor. Repitió Libidiano en voz más alta: «¡Le digo que me acuso de tener relación carnal con varias mujeres casadas!». Volvió de decir el señor cura: «Habla más fuerte, hijo. Soy un poco duro de oído». A voz en cuello gritó entonces el proficuo follador: «¡¡¡Le digo, padre, que tengo relación carnal con varias mujeres casadas!!!». Para entonces ya todas las feligresas que estaban haciendo fila para confesarse habían oído aquello, y alargaban el cuello, curiosas, en espera de oír más. Libidiano advirtió eso. Sin esperar la absolución salió del confesonario y en forma muy atenta se dirigió a las damas. Dijo: «En vista de lo sucedido, señoras mías, no me queda más que ponerme a sus muy apreciables órdenes»… Don Languidio llegó a su casa después de la consulta con el médico. Le contó muy preocupado a su esposa, doña Avidia: «Dice el doctor que tengo alta presión». «Posiblemente -replicó ella con desabrimiento-. Pero no la tienes donde la deberías tener». El paterfamilias reprendía a su hijo, pues había sacado malas calificaciones en la escuela. Le dijo con severidad: «El próximo mes tendrás que traerme puros nueves y dieces». Estaba ahí un compadre del señor. Le dijo con acento de reproche: «No la friegue, compadre. Usted es un burro; mi comadre es una mula, ¿y quiere usted un cuarto de milla?»… Astatrasio Garrajarra, ebrio con su itinerario, fue a una fiesta e invitó a bailar a una señora. Le dijo ella: «Se ve usted bien borracho». «Es usted muy amable -agradeció Garrajarra-. Y sobrio me veo mejor». Don Feblicio, señor que al parecer había perdido ya los arrestos de la juventud, comentó en la oficina: «Mi esposa compró una cama de agua, no sé con qué propósito. Seguramente ese propósito no se cumplió, porque ahora a la cama ella le dice el Mar Muerto «. La señora acababa de dar a luz a su hijo número 15. El obstetra, preocupado, llama al marido y le dijo: «Ya tienen ustedes muchos hijos. ¿Por qué en lo sucesivo no usa condón?». «Doctor -respondió el hombre, solemne-. Los hijos nos lo envía el Señor». «Es cierto -concedió el facultativo-. Pero también nos envía la lluvia, y nos ponemos impermeable». Rosibel, la linda secretaria de don Algón, le comentó a su amiga Susiflor: «Me molesta una costumbre de mi jefe: cuando me dicta se sienta a mi lado y me pone una mano en la cintura. ¿El tuyo no hace eso?». «No -respondió Susiflor-. Sus intenciones son más bajas». Los recién casados llegaron a la suite nupcial donde pasarían la noche de bodas. El novio, nervioso, no acertaba a meter la llave en la cerradura de la habitación. Su flamante mujercita le dijo llena de inquietud: «Mejor dejamos para mañana lo de la noche de bodas, Leovigildo. Hoy no traes buena puntería». FIN.
MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
Historias de la creación del mundo.
Yo tengo las escrituras de mi rancho. Pero son falsas esas escrituras: el verdadero dueño es un buen viejo que se llama Dios. Cuando a mi rancho llego de visita -a donde llegues en la Tierra, aun a tu tierra, llegas de visita- el propietario, o sea Dios, tiene conmigo atenciones de anfitrión, y me regala cosas.
Esta semana que pasó me hizo dos regalos, aparte del amor y compañía de los míos. Me regaló la flor de los ciruelos, y me regaló una gran luna llena, anaranjada como una naranja. La puso entre los dos picos de Las Ánimas y le dijo que se estuviera quietecita un rato para que mis nietos y yo pudiéramos mirarla bien.
Gracias por esa luna y esas flores. Gracias por esa Semana Santa, santa como todas las semanas, como todos los días, tan llenos de Dios y de sus cosas y criaturas. Gracias.
¡Hasta mañana!…