De política y cosas peores

Armando Fuentes

23/03/16

Un sujeto contrajo matrimonio con una agente de tránsito. En la mismísima noche de bodas la novia le impuso a su flamante maridito una severa multa por exceso de velocidad, por entrar por vía equivocada y por no ponerse casco. La esposa de Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, le dijo con voz tímida: «Anoche soñé que me comprabas un abrigo». «Fantástico -respondió el maldito-. A ver si esta noche sueñas el dinero». Chicholina, joven mujer de mucha pechonalidad, les contó a sus amigas: «Corté las relaciones con mi novio Manotino». Le preguntó una: «¿Por qué?». Respondió la bien dotada joven: «Le gustaban mucho las copas». «¿Era muy borracho?». «No -precisó ella-. Las copas de mi brassiére». Don Sinople, señor de buena sociedad, solía hacer alarde de su valiosa colección de cuadros, en especial de un Picasso, su mayor orgullo. Sin embargo una de las criaditas de la casa decía con tono despectivo: «¡Bah! El señor presume de que tiene un Picasso fabuloso, y no tiene más que un piquillo de este tamaño». Comentaba con cierta envidia una señora: «¡Qué afortunada es mi vecina! Tiene televisor, horno de micro hondas y marido ¡y los tres le funcionan!». El director de recursos humanos revisaba las solicitudes de empleo. «El que llenó ésta -dijo- es muy sabio o muy ignorante. En el renglón correspondiente a estado civil puso: Cazado «. Avaricio Cenaoscuras, lo sabemos, es un hombre cicatero, cutre, sórdido, agarrado. Su pobre mujer les refería a sus amigas los apuros que pasaba por causa de la mezquindad de su marido: «Nunca me quiere dar para ir al salón de belleza. Para rizarme el pelo tengo que meter el dedo en el socket de la electricidad». Relataba un individuo: «La afición a la música nos salvó a mi esposa y a mí de morir ahogados en la reciente inundación. Cuando las aguas empezaron a crecer ella salió de la casa flotando sobre su contrabajo». «¿Y tú? -le preguntó alguien. Contestó el sujeto: «Yo la acompañé en el piano». Doña Goreta hacía gala de las virtudes de su esposo. «Jamás me ha engañado -comentó en la merienda de los jueves-. Siempre ha sido absolutamente fiel». Replicó doña Felicia: «No te envidio. Si tu marido es de alta fidelidad el mío es de alta frecuencia». La ciencia es importante. Decirlo es obviedad. Igual importancia tiene la tecnología. Pero sólo las humanidades pueden dar propósito y sentido a los avances científicos y técnicos. Es bueno que en las escuelas se alienten los estudios de las matemáticas, la física y la química, pero no es tan bueno que por favorecer a esas asignaturas se supriman o disminuyan otras como la filosofía, la historia y la literatura. Alguna vez se dijo en son de burla que México era un país de abogados, y que a eso se debía el atraso económico del país y su falta de desarrollo. Pero vinieron los llamados tecnócratas, equivalentes de los científicos del porfiriato, y las cosas empeoraron en todos los órdenes de la vida nacional. Sé que el progreso material implica por fuerza el uso de las herramientas que la ciencia proporciona, pero debe haber concomitantemente un progreso moral que sólo puede derivar del estudio de las humanidades. Y aquí detengo esta inútil perorata, porque el uso de la palabra «concomitantemente» me dejó agotado y sin fuerzas para continuar. Dos amigos acostumbraban jugar al futbol soccer los fines de semana. Le contó uno al otro: «El domingo me aventé una chilena». Dijo el amigo: «Te felicito. Las chilenas son muy guapas». Un hombre con aire de perdonavidas entró en la cantina del lugar. Paseó su vista por todos los parroquianos y luego preguntó con acento retador: «¿Hay alguien aquí que se crea muy gallo?». Un charro se levantó de la mesa. Se echó hacia atrás el sombrero, y con la mano en la pistola fue hacia el bravucón y se le plantó delante. «Aquí estoy pa lo que guste mandar, amigo. Yo me creo muy gallo». «Entonces, señor -dijo el otro cambiando el tono de la voz-, ¿sería tan amable de despertarme con su canto a las 5 de la mañana?». Un indocumentado logró finalmente su propósito de internarse en los Estados Unidos. Le puso un mensaje a su mujer: «Ya llegué a Dallas». La esposa le contestó con otro mensaje: «Envía dinero. Yo ya estoy llegando a lo mismo». FIN.

MIRADOR

Pocos recuerdan ya las siete obras corporales de misericordia que el buen Padre Ripalda enunció en su famoso Catecismo: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, visitar a los enfermos, dar posada al peregrino, visitar a los presos, enterrar a los muertos…
La caridad, entendida como el hecho de dar al que no tiene, se considera ahora cosa anacrónica, obsoleta. Antes la gente hallaba gozo espiritual en ser caritativa. Ahora se razona con zarandajas tales como ésa de no dar el pescado, sino enseñar a pescar, y se piensa que dar es función que corresponde exclusivamente a los gobiernos.
Y sin embargo sigue habiendo pobres. No necesitan discursos o tesis sociológicas; necesitan pan que los alimente, ropa que los vista, techo que los cubra. Poner en práctica aquellas sencillas obras de misericordia es hacer el bien.
¡Hasta mañana!…