De política y cosas peores

Armando Fuentes

28/12/15

Margarola, mujer abundosa en carnes, sobre todo en la comarca sur, era dueña de un fino perro afgano. El animalito tenía problemas para ver, pues los pelos de la cabeza le caían sobre los ojos y le tapaban la visión. Así ella fue a una farmacia con el propósito de conseguir un depilatorio fuerte. «Éste es muy bueno -le dijo el farmacéutico mostrándole uno-. Pero tenga cuidado: mi esposa dice que arde al aplicarlo». Precisó Margarola: «Es para mi afgano». «Caramba -se preocupó el hombre-. Ahí le va a arder más». Babalucas veía a un golfista hacer su juego. El hombre lanzó la pelotita al rough, y tardó una eternidad en salir de ahí. Luego cayó en una trampa de arena, y sólo después de varios golpes logró sacar la bola. Hizo un nuevo tiro y la pelotita fue a caer directamente al hoyo. «¡Caramba! -exclamó consternado Babalucas-. ¡Ahora sí está en problemas!». El sabio investigador expuso en el Congreso de Genética los resultados de sus experimentos: «Combiné cromosomas de gallina con cromosomas de pavo -dijo-. Salió un ave a la que llamé gapa , por la primera sílaba de cada nombre: ga-llina; pa-vo. Luego combiné genes de león con genes de tigre, y resultó un animal al que le puse el nombre «leti»: león-tigre. Ahora me propongo combinar cromosomas de culebra con cromosomas de loro. Los trabajos están detenidos por la dificultad de dar nombre al producto». Doña Pasita, de 80 años, fue a confesarse con el padre Arsilio. Le contó con feble voz: «Me acuso, padre, de que estuve con un hombre. Hicimos el amor tres veces en la noche; dos veces más en la mañana y otras dos veces en la tarde». «¡Qué barbaridad! -se escandalizó el buen sacerdote-. ¿Cuándo sucedió eso?». Respondió ella: «Hace 50 años». Exclamó con asombro el padre Arsilio: «¿Y hasta hoy vienes a confesar ese grave pecado de lujuria?». «No, señor cura -doña Pasitaita-. Lo confesé al día siguiente de que lo cometí. Lo que sucede es que que me gusta volver a recordar el evento». Pepito iba en un carrito tirado por su perro. El chiquillo tomaba por la cola al can. Doña Panoplia vio aquello y le dijo con voz agria: «¿No puedes agarrar al perro de otra parte?». «No, señora -replicó Pepito-. Eso lo hago nada más cuando necesito velocidad para rebasar». En esta fecha, 28 de diciembre, se acostumbraba hacer víctima a alguien de un inocente engaño. Cuando el incauto caía en él se le decía: «¡Inocente para siempre!». Había unos versillos alusivos a la fecha: «Inocente palomita / que te dejaste engañar, / sabiendo que en este día / en nadie debes confiar». Los malos políticos nos han hecho inocentes a los mexicanos desde que México es México. Nos han hecho promesas que nunca se han cumplido; nos han ofrecido el oro y el moro, y jamás nos han dado ni una cosa ni la otra. Para ellos hemos sido inocentes para siempre. Por fortuna parece que estamos despertando ya. Los ciudadanos estamos recordando, tanto en el sentido de traer algo a la memoria como en la clásica significación de despertar -«Recuerde el alma dormida.»- , y no estamos dispuestos ya a seguir en esa inocencia. Mantengámonos alertas, vigilantes -sobre todo alertas-, y no seamos ya inocentes para siempre… Después de dos años de ausencia Corneliano regresó a su casa. Se encontró con una novedad: hacía un mes su señora había dado a luz un bebito. Además el bebito era negro. «¿Qué significa esto, Suripancia?» -le preguntó, suspicaz, a su mujer. «¡Amor mío! -respondió con vehemencia la señora-. ¡Tus cartas eran tan ardientes que he ahí la consecuencia!». «Es muy posible eso -se ufanó el pavitonto-. No meneo mal la pluma. Pero dime: ¿por qué chamaco es negro?». Explicó la mujer: «Originalmente no era de color. Nació blanco, igual que tú. Pero la nodriza que lo amamantó era negra, y con su leche el niño se puso también de color ébano». Corneliano aceptó la explicación, pero le quedó cierta duda y fue con su mamá a plantearle el caso. «¿Tú crees, madre -le preguntó-, que haya podido suceder lo que me dice Suripancia?». «Pienso que sí -contestó la señora-. Yo te alimenté a ti con leche de vaca, y mira: todavía no se te quita lo buey». FIN.

MIRADOR

Tengo frente a mí una copia de Las Meninas, de Velázquez. El sitio donde escribo es muy pequeño, y quise poner en él algo que lo hiciera ver más grande.
Se ha dicho que en ese cuadro Velázquez pintó el aire. En la tela está toda la Pintura: la teoría y la técnica; la ciencia y el arte; la forma y el fondo. Las Meninas no es una pintura: es La Pintura.
En la Galería Nacional de Escocia, en Edinburgh, encontré hace años otro cuadro de Velázquez. Su nombre no es poético: Mujer friendo huevos, pero el cuadro es pura poesía. Una mujer se dispone a hacer la comida. Si alguien piensa que eso no es poético, es porque no sabe de mujeres, de comida ni de poesía. Sobre la mesa hay un plato, y sobre el plato un cuchillo. Entre el cuchillo y el fondo del plato queda un espacio de aire. Es el mismo aire que en Las Meninas pintó Velázquez.
Este pequeño cuadro de Escocia, aun sin la grandeza de la pintura real que está en el Prado, me enseña una lección: hacer bien las cosas pequeñas tiene el mismo valor que hacer bien las grandes cosas.
¡Hasta mañana!…