De política y cosas peores

Armando Fuentes

7/12/15

Esa mañana la señora le preguntó a su maduro esposo qué quería desayunar. «Nada -respondió el añoso caballero-. El Viagra me ha quitado el apetito». Al mediodía la señora le preguntó qué quería comer. «Nada -volvió a decir el hombre-. El Viagra me ha quitado el apetito». En la noche le preguntó qué quería cenar. «Nada -repitió una vez más el individuo-. El Viagra me ha quitado el apetito». «Bueno -le dijo en ese punto la mujer, molesta-. Entonces ya bájate, pues yo sí me estoy muriendo de hambre». (No le entendí)… Una mujer fue con el ginecólogo. «Doctor -declaró-. Cada vez que estornudo experimento una sensación muy parecida al orgasmo». Preguntó el facultativo: «Y ¿qué está tomando para eso?». Respondió la mujer: «Pimienta»… Llegó una atractiva rubia al lobby bar del hotel. Iba completamente en peletier, quiero decir nuda, corita, desvestida, en cueros. Tampoco llevaba nada en las manos. Le pidió al cantinero: «Quiero un martini seco, por favor». El barman le sirvió la bebida, y luego fijó la vista en ella con atención reconcentrada. «¿Qué le sucede? -protestó la rubia-. ¿No ha visto nunca una mujer desnuda?». «Afortunadamente he visto a varias -respondió el de la cantina-. Pero me intriga saber de dónde se va a sacar el dinero para pagar la copa»… Una señora iba a dar a luz. La rodeaba un equipo de médicos y enfermeras. Por fin el alumbramiento se produjo. Pero, para asombro de todos, en vez de una criatura la señora dio a luz una muñeca. Comentó el principal obstetra: «Seguramente ella y el padre estaban jugando»… Un señor volvió a su casa después de un largo viaje. Lo primero que hizo fue ir a la alcoba con su mujer. Estaban en lo que estaban cuando entró en la alcoba el pequeño hijo del matrimonio. Vio aquello y le preguntó a su papá con la inocencia propia de los niños: «¿Qué estás haciendo, papi?». Respondió el señor lleno de turbación: «Ejem… Le estoy poniendo gasolina a tu mamá». Dijo el pequeño: «Pues a ver si te buscas un modelo que rinda más kilometraje, porque el vecino ya le había echado hoy por la mañana». Entre los muchos males de nuestra vida nacional hemos de mencionar la falta de auténtica representatividad de los legisladores. En efecto, los diputados no representan el interés de sus electores. Incluso hay muchos que ni electores necesitaron para llegar a la Cámara. Los llamados representantes populares obedecen más bien al interés de sus partidos y a su propio interés. Por eso son permeables a cabildeos e influencias de todo orden que buscan la aprobación de tal o cual ley en beneficio de un grupo determinado, y no de la comunidad en general. Por eso, digo yo, debería haber reelección de diputados. Eso propiciaría que hubiese verdaderos legisladores, sometidos periódicamente al examen de los ciudadanos. Lo que tenemos ahora es un enorme número de diputados cuyo elevado costo no se justifica. Lo ideal sería tener Congreso pequeño y diputados grandes. Hoy por hoy -salvas honrosas excepciones- tenemos diputados de mínima estatura y un Congreso desmesuradamente grande, desmesuradamente caro y desmesuradamente ineficaz… ¿En qué se parece la Navidad a un día en la oficina? En que tú haces todo el trabajo y el viejo panzón es el que se lleva el crédito… Todos sabemos lo que es una PC. Pocos habrá, sin embargo, que conozcan el infumable cuento intitulado «P por C». Helo aquí. Don Algón, ejecutivo de empresa, llegó a su oficina a eso de las 11 de la mañana, según su costumbre. Rosibel, su linda secretaria, lo recibió con una retahila de mensajes poco gratos: «Llamó su esposa para decir que no le dejó usted dinero para las colegiaturas de los muchachos. Vino el dueño del edificio, que ya debemos tres meses de renta. Hablaron también de su club, que está usted muy atrasado en el pago de las mensualidades, que si no se pone al corriente esta semana le van a cancelar su membresía». «¡Ay, Rosibel! -exclamó don Algón, mortificado-. ¡Y usted, con sus mismas cantaletas de siempre!». «¡No, jefe! -se apuró la muchacha-. ¡Le aseguro que me las cambié esta mañana!». FIN.

MIRADOR.

Por Armando FUENTES AGUIRRE.
Yo vivo la Navidad intensamente, quizá porque nunca he perdido la simplicidad. No es santa esa simplicidad mía, ni tiene la inocencia de los primero años. Más bien es resultado de la falta de ciencia de la vida. Pero es simplicidad al fin y al cabo, y gracias a ella puedo gozar los variados dones de la temporada: los etéreos buñuelos; el agridulce ponche con añadido de brandy o ron marino; los tamalitos saltilleros, de leve masa y generosísimo recaudo; el pavo que Norman Rockwell habría pintado por segunda vez; el humeante champurrado…
Y luego el pino navideño, cuyas luces se hacen más luminosas en los ojos de mis nietos; y el pesebre, con las antiguas figuras que vieron los abuelos y los padres y que ahora estoy mirando yo; y la piñata, y los cantos para pedir posada.
Doy gracias a Dios por esta simplicidad de burrito manso que me permite ir por la Navidad como por aquel valle de rosas que cantó Bernal Jiménez.
¡Hasta mañana!…