De política y cosas peores

Catón
“Estoy desnuda en la cama, Pedro, ardiendo en deseo sexual. ¡Ven pronto!”. Eso dijo la voz de mujer en el teléfono. “Creo que se equivocó de número -replicó el que había tomado la llamada-. Soy Juan, no Pedro”. “Eso no importa, Juan -contestó la mujer respirando con agitación-. De cualquier modo déjate venir”. El pequeño hijo de don Chinguetas le preguntó a doña Macalota, su mamá: “Mami: pendejo ¿se acentúa?”. “Sí, hijo -respondió la señora-. Con los años. Y si no fíjate en tu padre”. En el curso de un debate en la Cámara de Diputados uno le dijo a otro: “Es usted un fifí. Es de los que todavía usan calzones de seda”. “Caramba, compañero -replicó el otro-. No sabía yo que su esposa fuera tan indiscreta”.. En El Ensalivadero, solitario paraje al que acuden por las noches las parejitas en plan húmedo, la chica le dijo a su galán. “El próximo coche que te compres deberá ser convertible”. “¿Por qué?” -se extrañó el novio. Explicó la muchacha: “Me hace falta espacio para estirar las piernas”. La abuelita le pidió a su nieto mayor que le enviara una fotografía suya. El muchacho sólo tenía una donde aparecía desnudo, de modo que la cortó en dos para enviarle la parte superior a la ancianita. Pero en el mensaje se fue la parte inferior. Contestó la abuela. “Recibí tu foto. La verdad, hijo, no recordaba que tuvieras la nariz tan chiquitilla”. Decía un griego del tiempo de Pericles: “Por tres cosas doy gracias a los dioses: por haber nacido humano y no animal; por haber nacido griego y no bárbaro y por haber nacido varón y no mujer”. En el México de hoy las mujeres están amenazadas por un machismo violento y agresivo que lejos de desaparecer con la modernidad se ve hoy más acentuado. Es una injusticia que una persona se sienta en peligro por la sola razón de su sexo. Es una injusticia que una mujer salga de su casa con el temor de que algo podrá sucederle. Es una injusticia que todavía haya hombres que se sienten superiores a la mujer por el hecho de ser hombres. Son válidas, entonces, las protestas de las mujeres, y explicables sus manifestaciones. No obedecen a cosas de política; no son obra de una conspiración de “la conserva” contra el Gobierno: tienen su base en una justificada reivindicación social. Quien sea verdaderamente hombre, y no estultamente macho, apoyará esos movimientos. Un lúbrico individuo se estaba refocilando con mujer casada en el domicilio mismo de la pecatriz. De pronto oyeron los pasos de alguien que se acercaba. ¡Era el marido! El querindongo saltó de la cama, apresuradamente recogió sus ropas y se metió en el clóset. Temblando estaba de temor y frío cuando oyó a su lado una voz infantil que le dijo en voz baja: “Qué oscuro está aquí ¿verdad?”. “¡Santo Cielo! -se espantó el sujeto, que malamente invocaba en esas circunstancias el paraíso celestial-. ¿Quién eres, niño?”. Respondió el chiquillo: “Soy el hijo de la señora. Si no me das todo el dinero que traes en la cartera saldré y le diré a mi padre que estás aquí”. “¡No, por favor! -clamó el sujeto igualmente en baja voz-. ¡Ten, toma el dinero!”. Con el capital adquirido en esa forma tan irregular el muchachillo se compró una bicicleta. Le preguntó su madre: “¿De dónde sacaste el dinero para comprarla?”. El chiquillo calló: le daba pena revelar el origen de su fortuna. Enojada por el silencio del crío la mamá le indicó: “Está bien: no me lo digas. Pero inmediatamente vas a ir a confesarte, pues de seguro cometiste algún pecado para conseguir ese dinero”. Obedeció el chamaco y fue a la iglesia. Entró en el confesonario y dijo: “Qué oscuro está aquí ¿verdad?”. El cura se exasperó: “¿Ya vas a empezar otra vez?”. FIN.