De política y cosas peores

«Mi hija salió de la Prepa Abierta». Eso dijo con orgullo la vecina de doña Pasita. Replicó ella: «Pos la mía salió cerrada, y a mucha honra». El cabo Quinche era el mílite más temido de la tropa. (Su nombre obedecía al hecho de que nació en un pueblo situado más al sur del Cabo Catoche). Se unió al ejército rebelde para escapar de su mujer. Dijo: «Es menos peligroso enfrentar a toda la Federación que a ella». Cierto día los revolucionarios asaltaron el convento de las Madres de la Reverberación. El general Store, jefe de los atacantes, le dijo a sor Bette, la superiora de la orden: «Tengo ganas de ver a una monja borracha. Si no se bebe usted media botella de este mezcal de rancho la dejaré librada a los más bajos instintos del cabo Quinche, que de por sí es chaparro». Sor Bette recordó la doctrina jesuítica del mal menor, y apuró el recio mezcal. Cuando acabó la libación se limpió la boca con la manga del hábito y dijo con desafiante voz: «¡Ahora sí! ¡Échenme al pinche cabo!». El guía les informó a los turistas: «En el preciso lugar donde nos encontramos el rey Fredegundo ordenó la construcción de un castillo de mil torres, 2 mil murallas, 3 mil puentes levadizos, 4 mil almenas y 5 mil baluartes». Preguntó uno, desconcertado: «¿Y dónde está el castillo?». Respondió el guía: «Nadie le hizo caso al rey Fredegundo». Escondidos entre los arbustos los salvajes cazadores de cabezas vieron pasar a Miss Asstits, la célebre exploradora blanca. Era mujer de aventajada estatura, dueña de exuberantes y undosas prominencias tanto traseras como delanteras. Le sugirió uno de los aborígenes al otro: «Oye, Jibario: ¿qué te parece si en vez de cazar cabezas nos dedicamos hoy a cazar otras cosas?». Y cuando despertó, el avión todavía estaba ahí. Esto del jet presidencial se ha convertido, si no en una pesadilla, sí en una pesadumbre para López Obrador. Pesadumbre para él; risión para los demás. Se ve que el Presidente no sabe ya qué hacer con el méndigo aeroplano. Estoy seguro de que si AMLO pudiera le diría al malhadado avión las mismas palabras que el Prometeo Sifilítico le espetó al ave fatal en el sonoro poema de Leduc. Pero ahí está el costosísimo armatoste, como un elefante que sigue a su dueño a todas partes sin que éste pueda deshacerse de él. A lo mejor eso es precisamente lo que quiere el tabasqueño: que hablemos del avión en vez de protestar por la criminalidad rampante, la quiebra de la economía, las insuficiencias en la atención a la salud, las amenazas contra las libertades básicas, la ineficacia del gobierno, el retroceso general de la nación. Si tal es la idea ese propósito se está cumpliendo plenamente. No hay madre más sufrida que la gallina. Cada hijo le cuesta un huevo. «¡Estoy perdiendo la vista!» -le dijo con angustia la mujer al oftalmólogo. «No se alarme, señora» -la tranquilizó el facultativo. Le puso tres dedos ante los ojos y le preguntó: «Dígame: ¿cuántos dedos tengo ahí?». «¡Santo Cielo! -exclamó acongojada la mujer-. ¡También estoy perdiendo la sensibilidad!». (No le entendí). Don Valetu di Nario, rico señor que andaba en la ochentena, contrajo matrimonio con Goldigia, linda muchacha en flor de edad. Un amigo del provecto galán le preguntó al mismo tiempo con admiración y envidia: «¿Cómo lograste que una chica de 25 años aceptara casarse contigo, que tienes 80?». Contestó muy ufano don Valetu: «Le dije que tengo 92». El desobligado marido le comentó a su mujer: «Estoy viendo en el periódico el anuncio de un circo. Presenta entre sus números a una trapecista que sostiene en el aire a su marido con los dientes». «¡Bah! -replicó desdeñosa la señora-. Yo te sostengo a ti con otra cosa y ni me anuncio». FIN.