De política y cosas peores

«A mí no me chingan. Aquí hubo tamalada». A esa conclusión llegó el Filósofo de Güémez, representante máximo de lo obvio, luego de ver afuera de una casa un gran tambo lleno hasta el borde de hojas de tamales. Recordé su deducción cuando oí a la Jefa de Gobierno de la CDMX decir que seguramente hubo corrupción en la fuga de los tres reos que salieron -no escaparon- del Reclusorio Sur. Son bien conocidas las frases de aquel entrañable personaje del folclor tamaulipeco, el Filósofo de Güémez. Decía por ejemplo: «Si dos perros persiguen a una liebre y el de adelante no la alcanza, el de atrás menos». Decía también: «Primero es el uno y luego el dos. Pero en el 21 se chingó el uno». Algunas de sus obviedades, sin embargo, no son tan obvias; antes bien contienen verdades paladinas que dan materia para la reflexión. He aquí una: «Estamos como estamos porque somos como somos». La encomiable lucha contra la corrupción emprendida por López Obrador tiene más de un parecido con el combate que Hércules (el héroe cuyo nombre da pena mencionar en el diminutivo) libró contra la hidra de Lerna, monstruo con varias cabezas cada una de las cuales renacía y se multiplicaba después ser cortada. En efecto, por cada corrupción que acaba empiezan dos. El dinero es llave maestra que abre todos los candados y rompe todos los cerrojos. Si a eso se añade el hecho de que con frecuencia los malos dan a escoger entre plata o plomo ya se entenderán fugas como aquélla, que no son realmente fugas sino salidas concertadas, y hasta con comité de recepción. Seguiremos, pues, viendo nuevos episodios de esta serie en la cual se enfrentan un crimen organizado y un gobierno bastante desorganizado. Nalgarina era más fácil que la tabla del uno. Complaciente de cuerpo, tenía un buen negocio: realizaba la mercancía y se quedaba con ella. A ningún hombre negaba nunca un vaso de agua. Ya podían tocarle la puerta a las 3 de la mañana de un lunes: ella, como las tiendas de conveniencia, estaba abierta en horario 24/7. Aplaudamos su magnífica disposición. El buen Padre Ripalda dio a conocer en su olvidado Catecismo las obras de misericordia. Entre ellas enunció las de dar de comer al hambriento y dar de beber al sediento. Omitió, sin embargo, la que consiste en sedar los rijos del cachondo, obra igualmente acreedora de alabanza. El que tiene ganas merece la misma compasión que el que tiene hambre o sed. Nalgarina era sumamente solidaria con quienes andaban urgidos de hacer obra de varón. La fuerza del mal llamado sexo débil estriba en la debilidad que por él tiene el mal llamado sexo fuerte. Cierta noche un hombre requirió a Nalgarina para un trabajo de colchón. Le pidió que le hiciera las tres cosas. Ella se negó. Le dijo: «Soy lo que soy, pero decente». Le ofreció hacerle sólo la natural, no las inventadas por los hombres, y eso en la posición del misionero, única que sus principios le permitían, pues después de todo esa postura algo tiene de religiosidad. Añadió: «También una tiene derecho a sus pudores». El hombre mostró respeto a los escrúpulos de Nalgarina. Tras aceptar sus condiciones le preguntó educadamente el monto de sus honorarios, tarifa o arancel. «500 pesos» -le informó ella. «Traigo 20» -declaró apenado el visitante. «Pásale -le franqueó la puerta Nalgarina-. No vamos a discutir por peso más, peso menos». Sir Galahad regresó a su feudo después de cinco años de andar en la Cruzada. Al día siguiente de su vuelta un amigo le preguntó, curioso: «¿Qué fue lo primero que hiciste al llegar a tu casa?». Respondió el caballero: «Follar con mi esposa». «¿Y luego?» -quiso saber el indiscreto. Contestó sir Galahad: «Luego me quité la armadura». FIN.