De política y cosas peores

«Amiga mía; estoy ansioso por disfrutar sus habilidades culinarias». Así le dijo don Pompilio, ceremonioso caballero, a la señorita Himenia, madura célibe que lo había invitado esa noche a su casa. Respondió ella: «No coma ansias, don Pompilio. Primero vamos a cenar». Doña Macalota terminó de ver en Netflix la película «Robinson Crusoe». Le preguntó a su esposo, don Chinguetas: «¿Con quién te gustaría estar en una isla desierta?». Repuso sin cortapisas el casquivano señor: «Con la hermosa vecina de al lado. Andaríamos desnudos por la playa y haríamos el amor de día y de noche». Dijo doña Macalota: «A mí me gustaría estar con Rambo. Me protegería de todos los peligros; construiría una choza para mí; buscaría frutas y cazaría animales para alimentarme, y al final haría una balsa de troncos para regresar en ella a la civilización». Don Chinguetas se quedó pensando y luego declaró: «Pensándolo bien, también a mí me gustaría estar con Rambo «. Casó Mandilú, linda muchacha, y fue a pasar su luna de miel en Chiapas, pues el novio tenía familiares ahí. A su regreso le describió a una amiga algunos de los muchos atractivos de ese hermoso Estado. Le preguntó la amiga: «Y ¿qué tal el Sumidero?». Respondió Mandilú bajando la voz: «De eso después te cuento». Pues bien: en cierta ocasión di una conferencia en ese sitio, el Sumidero. Caía ya la tarde, y el cielo se encendía con todas las tonalidades del crepúsculo. El foro fue dispuesto en tal manera que tenía a mis espaldas el impresionante cañón y el anchuroso río. Dije al empezar: «La escenografía que ven ustedes fue diseñada por el mejor arquitecto del mundo: Dios». Todos aplaudieron. No siempre aquel precioso sitio ha sido bien cuidado. Tiempo después regresé a él, y a la distancia vi sus aguas pintadas de un extraño color verde. No eran las aguas del río: era una enorme cantidad de botes plásticos de detergente. Las lanchas turísticas se abrían paso entre ese flotante basurero. Lo mismo he visto en otros ríos, convertidos en albañales de heces. Lagunas y lagos antes cristalinos son ahora inmundos charcos. En playas hermosísimas el mar es una cloaca. ¿No aprenderemos nunca a respetar esas maravillas de nuestro país? Atentar contra la naturaleza es como abofetear a quien la creó. Ojalá algún día la educación recibida en la casa y en la escuela haga que los ríos y lagos vuelvan a ser fuente de vida y no seña de la estupidez humana. Don Algón, salaz ejecutivo, cortejaba a Lily Mae Goldigger, provocativa pelirroja. Le preguntó, anheloso: «Lily Mae: ¿aprenderás algún día a amarme?». «Desde luego -respondió ella-. Claro, si me paga usted las lecciones». El jefe de los rebeldes cayó en poder del enemigo. Un piquete de soldados lo llevó al panteón del pueblo. Ahí lo pusieron contra la pared y le taparon los ojos con una venda. Uno de sus hombres, que con otro veía aquello desde un cerro cercano, le preguntó angustiado a su compañero: «¿Lo van a fusilar?». «Creo que sí -respondió el otro-. Piñata no veo». Un individuo se presentó ante el gerente del banco y le mostró una bolsa con un polvo negro. Le dijo: «Este polvo hace que el encanto más íntimo de la mujer tenga aromas de durazno. Présteme un millón de pesos para desarrollar mi invento». El banquero negó el crédito. Meses después regresó el tipo. Traía consigo dos carritos de supermercado llenos de billetes de alta denominación. Le dijo el gerente, admirado: «Veo que su polvo negro lo hizo rico». «No -replicó el hombre-. Mi fortuna la debo al polvo blanco». «¿Ah sí? -se interesó el banquero-. ¿Qué hace el polvo blanco?». Con otra pregunta respondió el sujeto: «¿Tiene un durazno?». FIN.
MIRADOR.