De política y cosas peores

«Debo hacerte una tremenda confesión, esposa mía». Tan solemnes palabras le dijo en el lecho de muerte el marido a su mujer. Añadió luego, pesaroso: «Quiero que sepas que cuando te hacía el amor siempre pensaba que se lo estaba haciendo a otra mujer». La señora rompió en llanto lastimero: «¡Qué malo fuiste, Camelino! ¡Y yo, que cuando hacía el amor con otros hombres procuraba siempre pensar que lo estaba haciendo contigo!». El capitán del «Tempest», barco velero de la armada inglesa, enderezó su catalejo hacia la nave que se veía a la distancia y dijo luego con absoluta certidumbre: «Es el pirata Babalucas». Le preguntó su asistente: «¿Cómo lo sabe, señor?». Explicó el capitán: «Lleva el parche en los dos ojos». Don Sinople Gules, el estirado esposo de doña Panoplia de Altopedo, alardeó en el bar del Eton Club: «Por mis venas corre sangre de reyes, príncipes, duques, marqueses, barones, condes y vizcondes». Uno de los presentes declaró: «Mi mamá nada más con mi papá». Un forastero acertó a hallarse en cierto pueblo cuyo nombre no voy a decir por una razón que mis cuatro lectores habrán de comprender: no lo sé. En la plaza principal de aquel villorrio entabló conversación con un lugareño. Charlando estaban de diversos temas cuando pasó frente a ellos una linda muchacha de esculturales formas. «¡Qué guapa!» -comentó admirativamente el visitante. Le dijo con naturalidad el del lugar: «Se la puedo conseguir por 800 pesos». Otra mujer atravesó, también muy atractiva. «Ésa se la consigo por 500». Luego vieron a una señora particularmente bella y distinguida. Manifestó el sujeto: «Ésa le cuesta mil». No pudo ya el viajero contener su asombro. Le preguntó al tipo: «¿Qué no hay en este pueblo una mujer decente?». «Varias hay -respondió el individuo-. Pero ésas son más caras». La forma en que López Obrador ha manejado en estos días el malhadado asunto de Culiacán da a ver una total falta de oficio en la tarea de gobernar. Con sus declaraciones, sujetas todas a los riesgos que implica la improvisación, con sus intempestivas e inconsultas órdenes, el Presidente ha colocado al Ejército en situación difícil y ha comprometido gravemente la seguridad de algunos de sus mandos. En otro frente, de nueva cuenta AMLO ha arremetido contra la prensa, ahora en forma que conlleva injuria contra los periodistas, particularmente aquellos que cumplen con independencia del poder público su deber de información y crítica. Parece que los únicos que gozan hoy por hoy de la benevolencia presidencial son los narcotraficantes. Claro, aparte de Bonilla. El tabasqueño divide en vez de unir, agrede en vez de conciliar, inquieta a la sociedad en vez de sosegarla. Está sembrando vientos. Y ya se sabe cuál es la cosecha que recoge quien tal semilla siembra. El automovilista iba manejando por una solitaria carretera local. A lo lejos vio algo sobre la carpeta asfáltica. Disminuyó la velocidad, y cuando se acercó más vio con sorpresa que lo que estaba en medio del camino era una pareja en pleno trance erótico-sensual. Hizo sonar el claxon, pero no se movieron los cogientes, con perdón del neologismo. De nuevo tocó la bocina, pero el hombre y la mujer siguieron en lo suyo. Frenó el conductor cuando estaba ya a punto de arrollarlos. Descendió del vehículo, y vio que se estaban levantando apenas y arreglándose las desarregladas ropas. Les preguntó, furioso: «¿Por qué no se quitaron de la carretera? ¿No vieron que venía un automóvil?». «Sí lo vimos -replicó el hombre-. Pero mire usted. Yo ya iba a llegar. Ella ya iba a llegar. Usted ya iba a llegar. Y el único que tenía frenos para detenerse era usted». FIN.