De política y cosas peores

 «¿Qué sientes cuando haces el amor con tu marido?». Esa pregunta le hizo la vecina a doña Macalota. Respondió ella: «Nada». Declaró la vecina: «Yo tampoco siento nada. Pero con el mío sí siento bastante». Aquel hombre le dijo a su vecino de asiento en el banquete: «Mire usted, señor. Me llamo Jock McCock. Soy escocés. Los escoceses usamos esta falda. Le ruego por lo tanto que no se dirija a mi diciéndome querida señora «. Sir Galahad y su escudero entraron en la cueva del dragón. El monstruo de las fauces de fuego estaba follando con la hermosa princesa Guinivére, quien parecía disfrutar cumplidamente la ocasión. El escudero de sir Galahad le dijo: «Acepte la realidad, jefe. Hemos llegado tarde». La señora detuvo a su marido: «Hoy no. Me duele la cabeza». «Pero, mujer -adujo él-. En la cabeza no voy a hacerte nada». Simpliciano, joven varón sin ciencia de la vida, habló con Afrodisio Pitongo, hombre perito en cosas de erotismo. «Tú conoces a mi novia -le dijo-. Es una ingenua y tímida doncella de alma virginal y candoroso corazón. ¿Crees que si le pido que hagamos el amor aceptará?». «Claro que aceptará -respondió Afrodisio incontinenti-. ¿Por qué habría de hacer una excepción contigo?». En el solitario paraje llamado El Ensalivadero la muchacha le pidió a su galán: «Quítate los lentes. Me estás lastimando con ellos». Pero en seguida le dijo: «Vuélvetelos a poner. Estás besando el pasto». (No le entendí). El pequeño hijo de un cierto amigo mío le contó que fue a comprar un dulce en la tienda de la esquina y el tendero le dio por equivocación cambio de más. «¿Y se lo dijiste?» -le preguntó mi amigo. «Sí -respondió el niño-, pero no me oyó porque se le dije en voz más o menos despacita». Con igual voz, tan queda que casi no se escucha, Andrés Manuel López Obrador nos está diciendo que no es difícil que busque reelegirse al término de su mandato constitucional. Nos lo dice a través de la ilegal y grosera maniobra mediante la cual Jaime Bonilla ha alargado por tres años más el periodo de dos años para el cual sus conciudadanos lo eligieron gobernador de Baja California. Esa ilícita acción será vista por algunos como un ensayo, una especie de prueba de laboratorio tendiente a observar el comportamiento de la ciudadanía y de la opinión pública frente a un acto de imposición política que vulnera la ley y altera el orden democrático. Ante esa ominosa posibilidad, la de la reelección, la autoridad electoral debe echar abajo la decisión de un repulsivo congreso local que en forma abiertamente ilícita, y haciéndose sospechoso de corrupción, suple la voluntad de los electores y les impone algo por lo cual no votaron., a más de atentar en forma burda contra la legalidad. La validación de ese viciado acto constituiría un precedente de graves consecuencias para la Nación. Don Geroncio, señor de muchos años, petiso, cuculmeque y escuchimizado, casó con Pomponona, mujer en flor de edad y plenitud de carnes. Tan desigual connubio preocupó sobremanera a los hijos del señor, y a las hijas más. Pensaron que su padre iba a dejar la vida entre los poderosos muslos de su desposada, capaces de reducir a chatarra un tanque Sherman. Con ese lúgubre pensamiento en mente -el de la vida, no el de los muslos- el hijo mayor de don Geroncio tomó el teléfono al día siguiente de la noche de bodas y le preguntó al señor: «¿Cómo te fue anoche, padre?». Con una sola palabra respondió el flamante novio: «Tres». El que llamaba pensó que no había oído bien. Le dijo a don Geroncio: «¿Puedes repetir eso?». «Claro que puedo -replicó el señor-. Sólo estoy esperando a que la muchacha se reponga un poco». FIN.