De política y cosas peores

La enamorada chica le dijo a su galán: «Me voy a tatuar tu rostro en una de mis bubis». Opinó él: «No me parece buena idea». «¿Por qué?» -quiso saber la muchacha. Respondió el novio: «Al paso de los años voy a andar por ahí con cara larga». (No le entendí). Terminado el partido de futbol femenino las jugadoras estaban todas bajo la ducha. En eso el árbitro irrumpió en el baño, y todas se cubrieron apresuradamente con manos o con toallas. «¿Por qué se cubren, chicas? -les preguntó el hombre, burlón-. ¿No decían en el campo que estoy ciego?». Don Inepcio llegó a su casa y le comentó a su esposa: «Vengo de ver al médico. Me dijo que no puedo cargar cosas pesadas, que no puedo hacer ejercicios violentos y que no puedo hacer el amor». Preguntó la mujer: «¿Cómo supo eso último?».Dos pericos pasaron frente a una rosticería. Uno de ellos vio a los pollos que daban vueltas en el rosticero y comentó con enojo: «¿Cuándo se acabará esta ola de pornografía?». Los caminos de la demagogia son infinitos, y fértil la imaginación de la burocracia para justificar su existencia. Lo digo por la reclamación que la secretaría de Cultura hizo a la casa de modas Carolina Herrera por el empleo de diseños de varias etnias del país. Esa demanda carece no sólo de fundamento legal, sino también de razón. Tales diseños son patrimonio de todos los mexicanos, y aún del mundo entero; nadie tiene derechos de propiedad sobre ellos y nadie tampoco puede arrogarse la representación de los pueblos en donde tales diseños se han originado, ni plantear en su nombre protestas o exigencias. Entre los vastos campos por donde campa mi vastísima ignorancia está el de la moda. Soy incapaz de distinguir entre un modelo de Chanel y uno de Dior. Tal desconocimiento no impide, sin embargo, que unas cosas me gusten y otras no. Y la nueva colección de esa casa de modas me encantó. Los vestidos me parecieron maravillosamente bellos y elegantes, modernísimos, llenos de color. Como saltillense aplaudí la evocación del sarape de Saltillo en una de esas creaciones, y como mexicano juzgué digno de encomio que se difundan por el mundo los dibujos y formas surgidos de nuestros pueblos aborígenes. Con un poco menos de política y un poco más de verdadero sentido del arte y la cultura la dependencia reclamante debió felicitar a Carolina Herrera y a su director creativo por esa espléndida colección, tan mexicana, en vez de hacerles esa infundada reprensión y pedirles explicaciones que no tiene derecho a demandar. Malo el cuento cuando el Estado pretende poner límites al individuo en campos tan libres como el del arte. Y a propósito de felicitaciones envío una muy expresiva y cálida a Aeroméxico por tener funcionarios tan amables y eficientes como don Américo Garza Montemayor, que en el aeropuerto de Monterrey atiende con gentileza y cortesía a quienes acudimos al mostrador de la aerolínea. Personas como él dan excelente imagen a la empresa y son de valiosa ayuda para viajeros como yo, que a veces llegamos a la terminal sin saber ni a dónde vamos. Gracias, pues, a don Américo, y gracias a Aeroméxico. El cuento que despide hoy estos renglones pertenece a la época en que las parejas bailaban como deben bailar el hombre y la mujer: abrazados y en promisorio arrimo, no como ahora, que danzan separados, con movimientos de robots o autómatas, la mirada perdida y el ritmo más perdido todavía. Un tipo le dijo a otro: «Mi novia tiene las bubis en la espalda y las pompis por delante». Al oír esa declaración comentó cautelosamente el otro: «Se ha de ver muy rara». «Rara sí se ve -admitió el tipo-. ¡Pero vieras qué a gusto baila uno con ella!». FIN.