De política y cosas peores

Lo que en la mujer es adulterio, y en el hombre travesura, se da con mayor frecuencia cuando baja la temperatura. Hacía frío aquella tarde. Lord Feebledick regresó de la cacería de la zorra y encontró a su mujer, lady Loosebloomers, en estrecho consorcio de libídine con Wellh Ung, el fornido mocetón encargado de la cría de los faisanes. Milady adujo para justificarse: «Es que no está funcionando la calefacción». «Ten más cuidado, mujer -recomendó el marido-. ¿Qué tal si en vez de ser yo quien te encontró en esta situación hubiese sido cualquier otra persona?». «Es cierto -admitió ella-. En adelante procuraré ser más cuidadosa». «Y tú, muchacho -se dirigió lord Feebledick a su sirviente-, ¿acaso no es ésta la hora de dar de comer a los faisanes?». «Los dejé ya bien comidos, milord -respondió el mozo-. Usted sabe que no me gusta faltar a mis deberes». «Entre los cuales, por cierto -replicó, severo, el dueño de la finca-, no está el de suplir la ausencia de la calefacción». «Señor -dijo Wellh Ung-, nada me cuesta dar un pequeño servicio adicional». «Por éste no esperes ningún pago» -le advirtió el jefe de la casa. «Ay, Feebledick -lo reprendió lady Loosebloomers-, no seas cutre. ¿Qué te cuesta darle una pequeña propina a este muchacho por el servicio térmico que me prestó? De no ser por él me la habría pasado tiritando en la cama». Le contestó milord: «Siempre he sospechado que hay entre tus ancestros un francés. En Francia tienen sexo; en Inglaterra tenemos bolsas de agua caliente». «Para ti quizá es lo mismo -contestó lady Loosebloomers-, pero no para mí. Yo suelo practicar la erotolalia: me gusta hablar con mi pareja al hacer el amor. Cuando tuve aquella relación con mister Shaw solíamos tratar cuestiones sociales que a él le interesaban mucho. Con este joven sostengo amenas pláticas sobre la flora y la fauna en Devonshire. ¿Acaso se puede conversar con una bolsa de agua caliente?». «Razonable parece el argumento -reconoció lord Feebledick-, pero no es suficiente para justificar un consorcio adulterino. Sé que la carne es débil, y que es difícil romper algunos hábitos. Si yo no puedo dejar la pipa, tampoco puedo pedirte que renuncies a esta lúbrica afición. Pero una cosa voy a solicitarte: ya que no puedes ser casta, procura ser cauta». Así dijo lord Feebledick, y después de hacer una leve inclinación de cabeza para despedirse de lady Loosebloomers y de su concubinario se dirigió a la biblioteca a resolver el crucigrama del Times… Lo que acabo de relatar es lamentable prueba del mayor mal que aqueja a nuestro siglo: la pérdida de valores. Los he buscado por doquier -y también por dondequiera- sin hallarlos. En el pasado se instauraron prácticas viciosas que se dieron tanto en los gobiernos del PRI como del PAN. Entre ellos el mal de la corrupción no fue el menor. Sin rumbo quedó el País y habrá de ser difícil darle nueva y correcta dirección. Sin rumbo también fue este articulejo, que empezó con un relato sicalíptico y ahora se pierde en una inútil elucubración. Así las cosas, no cantemos victoria: esperemos a ver si a unos males no suceden otros. Hagamos: «¡Gulp!», onomatopeya de aquél a quien preocupan las cosas que está viendo. Don Algón y una amiguita fueron a un motel. Al terminar el trance que los llevó ahí el salaz ejecutivo le preguntó a la muchacha. «El rato que acabamos de pasar aquí ¿no te hace desear otro?». «Sí -respondió la muchacha-, pero no está aquí». Pirulina le dijo al juez: «Este hombre abusó de mí a medias». «¿Cómo a medias?» -se desconcertó el juzgador. «Sí -explicó Pirulina-. Me pagó con dos billetes de 500 pesos, y uno de ellos era falso»… FIN.