De política y cosas peores

El padre O Hare, cura de la iglesia de Saint Patrick, decidió aprender a jugar golf, a falta de otros entretenimientos de mayor sustancia que por causa de su ministerio le estaban prohibidos. El primer día que fue al campo lo acompañó sor Bette, la superiora del convento de la Reverberación, pues en el curso del recorrido iban a tratar varios asuntos de la incumbencia de ambos. Hizo su primer tiro el padre O Hare y no atinó a pegarle a la pelotita. «¡Uta! -exclamó-. ¡Fallé el tiro!». «Padre -se azaró sor Bette-, acordémonos de que estamos en la santa presencia de Dios, que en todas partes se halla, incluso aquí. Le suplico no diga maldiciones, no sea que en su justificado enojo el Señor haga caer un rayo sobre usted como castigo a sus intemperancias de lenguaje». «Perdone, reverenda madre -se disculpó el sacerdote-. Ya me habían dicho que este juego hace que aflore en aquellos que lo juegan lo mejor y lo peor de la naturaleza humana. Lamento haber ofendido su pudor». Así diciendo se dispuso el cura a hacer su segundo tiro. Volvió a fallarlo y volvió a proferir con iracundia: «¡Uta! ¡Fallé el tiro!». «¡Por Dios, padre! -lo reprendió nuevamente sor Bette-. No maldiga usted. Le puede caer un rayo del Señor». «Mil perdones, su reverencia -se disculpó otra vez el párroco-. No se volverá a repetir». Hizo un tercer tiro y lo falló otra vez. «¡Uta! -exclamó igual que antes-. ¡Fallé el tiro!». En eso se abrieron las nubes y del cielo cayó un rayo que fulminó a sor Bette. Desde lo alto se escuchó una majestuosa voz: «¡Uta! ¡Fallé el tiro!». Falló el tiro también Germán Martínez. En el texto de su renuncia a la dirección del IMSS enderezó sus reproches contra la secretaría de Hacienda, cuando debió alzar la mira y apuntar a López Obrador, cuyas instrucciones y órdenes el secretario del ramo no hace sino obedecer. Esa dependencia está arañando recursos de donde puede, y escatimándolos cuanto puede, a fin de tener dinero para costear las tres obras cumbres del sexenio -esperemos que sea sólo un sexenio-: el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas y el aeropuerto de Santa Lucía, todas tres costosísimas y emprendidas sin base en estudios serios que avalen su viabilidad, utilidad y racionalidad. El renunciante se apegó al antiguo uso priista según el cual el Señor Presidente jamás tenía la culpa de nada: de todos los errores eran responsables sus colaboradores, que le fallaban y traicionaban su confianza. El espaldarazo que AMLO dio a Hacienda y la prontitud con que Martínez fue reemplazado dan idea de la falla inicial cometida por él: cambiar la trayectoria de una vida para ir tras los husmos de la nueva fortuna política. En el pecado lleva ahora la penitencia. Aun así su renuncia es duro golpe para López Obrador, pues evidencia el caos que reina en su administración -es un decir-, la falta de coordinación entre sus dependencias, la miseria en que tiene sumidos a los estados y los municipios -con alguna excepción, claro- y el manejo político que se está dando a los recursos públicos. Usurino Matatías, el hombre más avaro del lugar, estuvo con una dama de tacón dorado. Al terminar el trance le dio un cheque y le dijo: «Si la próxima vez lo haces bien te lo firmaré». Don Feblicio, señor de edad más que madura -andaba ya en la ochentena-, salió del laboratorio que tenía en el sótano de su casa y se presentó, orgulloso, ante su asombrada esposa. El provecto señor iba sin ropa y lucía en la entrepierna una magnífica tumefacción propia de la juventud. Le dijo a la atónita señora: «A ver qué opinas ahora de mis estúpidos experimentos». FIN.