De política y cosas peores

Don Chinguetas y doña Macalota fueron a una granja. Ella observaba al gallo, que se atareaba asiduamente con las gallinas. «Aprende -le dijo en voz baja doña Macalota a su marido-. Lo hace varias veces». «Sí -replicó don Chinguetas-. Tiene varias gallinas». Un señor llegó a todo correr a donde estaba el pescador junto a su barca. «¡Por favor venga rápido! -le rogó lleno de angustia-. ¡Mi esposa se está ahogando y yo no sé nadar! ¡Si la salva le daré un millón de pesos!». El pescador se apresuró a ir a donde le decía el señor y, en efecto, vio a una mujer que braceaba desesperadamente para no hundirse. Se lanzó a las olas el pescador, nadó vigorosamente hasta llegar a la mujer y la trajo de regreso a la orilla, sana y salva. «¡Gracias, buen hombre! -profirió el señor, agradecido-. ¡Ha salvado usted la vida de mi esposa! ¡Hoy mismo le daré el millón de pesos! . Y así diciendo fue lleno de emoción a abrazar a la compañera de su vida. «¡Santo Cielo! -exclamó lleno de asombro al verla-. ¡No es mi esposa! ¡Es mi suegra! ¡Me confundí porque lleva un traje de baño de mi mujer!». «¡Uta! -se consternó entonces el pescador-. ¡Esta maldita suerte mía! ¿Cuánto le debo, señor?»… La maestra les pidió a los niños: «Mencionen algo que sea bonito». Propuso Rosilita: «Una flor». Sugirió Juanilito: «Un amanecer». Dijo Tonilo: «Un cachorrito». Pepito levantó la mano. «Un embarazo» -declaró. «¿Un embarazo? -se sorprendió la profesora-. ¿Por qué dices eso?». Explicó Pepito: «Mi hermana soltera anunció hace unos días que estaba embarazada. Y dijo mi papá: Qué bonito, ¿verdad? Qué bonito «. No sé si todavía se cumpla en algún lado la vieja costumbre de quemar judas el Sábado de Gloria. En mi ciudad ese uso se observaba en los pasados tiempos. A ese propósito recuerdo siempre a don Jesús María Dávila, excelente señor, hombre de profunda fe. En tiempos del conflicto que los católicos llamaron «la Persecución» y los gobiernistas «la rebelión cristera», un grupo de burócratas del Estado iban a quemar en mi ciudad un judas en la forma de cura con sotana. Don Chusma -así, con afecto, llamaba la gente a don Jesús María- subió a su carretón de mulas; fue a toda carrera y se llevó al monigote que la gente del Gobierno tenía ya colgado para prenderle fuego. Por aquella hazaña los devotos de la Iglesia consideraron siempre un héroe a aquel señor tan bueno, de Saltillo, a quien todos los que lo conocimos recordamos con afecto. Muchas traiciones hay en nuestro tiempo: al bien común, a la legalidad, al ejercicio democrático, a la división de poderes en que se finca el sano equilibrio del Estado. Ante esos excesos la ciudadanía debe mantenerse alerta. No está por demás decirlo nuevamente en este Sábado de Gloria. En La Habana, la hermosa capital de Cuba, se estaba llevando a cabo la reunión mensual de Alcohólicos Anónimos. Quien presidía la junta se dispuso a pasar lista mencionando a cada miembro del grupo por su nombre de pila y la primera letra de su apellido paterno, en orden alfabético. Empezó: «Catarrino A.». «Presente, chico» -respondió el nombrado. «Enofilio B. Contestó otro: «Acá estoy». «Ginebrina C.». «Yo soy, caballero» -dijo una mujer. «Baco D.». «Presente». «Empédocles E.». «Presente también». «Bebilia F». Nadie respondió. Repitió el que pasaba la lista: «Bebilia F.» Silencio. Levantó la voz el hombre e insistió por la tercera vez: «¡Bebilia F.». No contestó la de ese nombre. Prosiguió entonces el señor: «Ciriaco G.». Y con el típico modo de hablar de los cubanos dijo uno desde el fondo del salón: «Yo creo que sí, chico, porque lo borracha ya se le quitó, pero lo putilinga no se le ha quitao». FIN.