De política y cosas peores

4/04/2019 – He hablado antes del tío Laureano, uno de los más afamados personajes del rico folclor de Coahuila. Sus dichos andan en boca de la gente y sus hechos se cuentan entre risas. Una tarde iba con su esposa por la calle principal de Nava, bello poblado del norte de Coahuila, y se topó con un compadre suyo que le preguntó dónde había andado, pues dejó de verlo varios días. Respondió el tío: «Fui a una boda en San Antonio». Comentó el compadre: «Si desde acá fue usté, la boda debe haber estado bastante concurrida». «Mucho -confirmó don Laureano-. Éramos unos 20 mil invitados». «Ah cabrón -exclamó el otro sin consideración alguna para su comadre-. Pos sería muy grande el salón». «De aquí hasta allá» -respondió el tío señalando la lejana sierra. «¡Uta! -profirió el compadre faltando por segunda vez a la consideración de la señora-. Ya me imagino el tamaño del pastel». Volvió la vista el tío hacia el kiosco de la plaza como buscando un punto de comparación. Le dijo, cautelosa, su mujer: «Tantéyate, Laureano. Luego no vas a tener belduque pa partirlo». Belduque por aquellas tierras es cuchillo. Cuando AMLO anunció que hará en la Ciudad de México el centro cultural y artístico más grande del mundo ganas me dieron de decirle: «Tantéyate, Laureano». Sin embargo la intención es tan buena y el propósito tan loable que no puedo menos que aplaudir su plan. Vivo en Saltillo -sin merecerlo, claro-, ciudad con fama de cultura, y sé entonces la importancia que tiene alentar en todas las formas posibles las actividades artísticas y culturales. Ojalá el encomiable proyecto de López Obrador se haga realidad para bien no sólo de los habitantes de ese adorable monstruo que es la Capital de la República, sino de todos los mexicanos. Rosilita le contó a Pepito: «A mi hermanito lo trajo la cigüeña; mi otro hermanito vino de París, y a mi hermanita la encontró mi mami en una col». Preguntó Pepito: «¿Qué tus papás no saben follar?». Empédocles Etílez era el borrachín del pueblo. Siempre andaba achispado, alcoholizado, alumbrado y azumbrado. Una noche llegó a su casa en competente estado de ebriedad. Traía los pelos erizados, perdida la mirada, el pantalón meado. Su mujer le dijo: «¡Mira nomás cómo vienes! ¡Ya quítate la borrachera!». Declaró el beodo, enfático: «¡Me la voy a cortar!». Respondió con alarma la señora: «No necesitas llegar a tal extremo. Solamente quítate la borrachera». Himenia Camafría, madura señorita soltera, fue a confesarse con el padre Arsilio. «Acúsome -le dijo- de tener malos pensamientos sobre cosas de sexo». «Recházalos» -le aconsejó el buen sacerdote. «¡Oh no!-se alarmó Himenia-. ¿Y luego si no vuelven?». Simpliciano, mancebo candoroso, casó con Pirulina creyendo que era mozuela. Al empezar la noche de bodas la novia se quitó la peluca rubia, los lentes de contacto que hacían que sus ojos se vieran azules, la dentadura postiza y los rellenos de hule que ponían mórbidas redondeces en su busto y sus caderas. «¡Caramba! -exclamó desolado Simpliciano-. ¡No tienes nada natural!». «Sí que lo tengo -opuso ella-. Un hijo». Guillermo Prieto, insigne liberal, reveló en sus memorias su gusto por «las chinas», o sea por las mujeres de condición humilde. Igual proclividad tenía don Chinguetas, señor muy tarambana. Una noche su mujer lo encontró en el lecho de la joven y linda criadita de la casa. Don Chinguetas se justificó: «¿Y cómo podía yo saber que esta noche no te iba a doler la cabeza?». El proctólogo le comentó a la esposa de su paciente: «No me gusta nada el aspecto de su marido». «Bueno, doctor -lo defendió ella-. Usted no le ve su mejor ángulo». FIN.