De política y cosas peores

21/02/2019 – «Yo le hice el amor a mi mujer antes de casarnos». Eso le confió un tipo a su mejor amigo. «Yo también -replicó éste-. Pero no sabía que se iba a casar contigo». Aquel sujeto tenía un tic nervioso que lo hacía guiñar constantemente el ojo izquierdo. Cierto día, en un restorán, fue al baño a tramitar una necesidad menor. Al hacerlo advirtió que el hombre que estaba al lado, un señor muy bajito de estatura, guiñaba también el ojo una y otra vez. Le preguntó, molesto: «¿Me está usted imitando?». «No -respondió tímidamente el señorcito-. Me está usted salpicando». Lord Feebledick regresó a su finca rural después de la cacería de la zorra y encontró a su mujer, lady Loosebloomers en trance de consorcio adulterino con Wellh Ung, el toroso mancebo encargado de la cría de los faisanes. El lord llamó a su mayordomo James y le ordenó que le dijera a lady Loosebloomers: «¡Cortesana impúdica! ¡Desvergonzada mesalina!». El fiel servidor cumplió la orden, hizo una reverencia y salió del cuarto. Al oírse llamar así milady le reclamó a su marido: «¡Cómo eres injusto, Feebledick! Tú te sentaste ayer sobre mi abanico y lo rompiste, y yo no te dije nada». Aplaudo, y con las dos manos para mayor efecto, la decisión del Presidente López Obrador de clausurar el penal de las Islas Marías y convertirlo en un sitio destinado a la investigación ecológica, el turismo cultural y las artes. Esa prisión fue tristemente célebre. Acerca de ella se escribieron novelas y se hicieron películas. Tuvo vigencia en tiempos del conflicto cristero, pues muchos católicos fueron enviados a ese temido reclusorio, entre ellos la famosa Madre Conchita. Un queridísimo saltillense, don Felipe Brondo, hombre íntegro y de elevados ideales, fue recluido ahí por causa de su fe. Ahora ese lugar, que en un tiempo fue de horrores, tristeza y sufrimiento, se convertirá por acertada decisión de AMLO en un centro turístico y cultural que de seguro atraerá muchos visitantes. Espero ser uno de ellos. Aquella linda chica fue al departamento de cosméticos de una tienda y vio un perfume de sugestivo nombre: «Alakama». Costaba 3 mil pesos. Le preguntó a la encargada: «¿Es bueno este perfume?». «Buenísimo -aseguró la mujer-. Sus resultados están garantizados». Lo compró la muchacha. Al día siguiente volvió a pasar por ahí y vio el mismo perfume, sólo que ahora lo ofrecían a mil pesos. Fue con la dependienta y le dijo: «Abusaron de mí». Replicó, orgullosa, la mujer: «Funciona el perfumito ¿no?». Don Martiriano, el sufrido esposo de doña Jodoncia, coincidió en el elevador con su vecino. Le dijo éste: «No se le ve muy bien, don Marti. ¿Qué le pasa?». Respondió él: «Tengo una jaqueca terrible». Poco después, preocupado, el vecino envió a su hijo a preguntarle a don Martiriano cómo estaba su dolor de cabeza. Regresó el chico: «Me dijo que está bien; que salió de compras». El nuevo párroco amonestó a uno de sus feligreses, rijoso tipo que constantemente se metía en pleitos. Le indicó: «Debes amar a tus enemigos». «Qué bueno que me lo dice, padrecito -se alegró el sujeto-. El anterior cura siempre me decía que mis peores enemigos son el vino y las mujeres». Un muchacho en edad de cumplir su servicio militar fue llamado a filas por el Ejército. El médico encargado de examinar a los reclutas le pidió una muestra de orina, y el muchacho llevó una donde puso la suya propia y además aportaciones de su mamá, su papá, su hermana y la perrita de su casa. Por mensajería recibió el resultado del análisis: «Tu mamá está menopáusica; tu papá está artrítico; tu hermana está embarazada; tu perrita está en celo y tú estás en el Ejército». FIN.