De política y cosas peores

2/02/2019 – Aquel pueblo era tan pequeño que, según datos del Inegi, tenía solamente una prostituta para la atención de los 726 hombres solteros que había ahí en edad de hacer obra de varón. Un día el pueblo amaneció en vilo: corrió por todas partes la noticia de que Harón, el sacristán del templo parroquial, se iba a casar con Populina, que tal era el nombre de la heroica sexoservidora. El padre Arsilio se consternó al saber la novedad. Llamó al rapavelas y le preguntó, afligido: «Pero, hijo mío: ¿por qué te casas con esa mujer?». Explicó Harón: «Es que no me gusta hacer fila». Don Soreco Nacatzátzatl era duro de oído. Hace poco iba por la calle y vio un alboroto. Le preguntó a un joven: «¿Qué sucede?». El muchacho le informó: «Es una riña, señor. Una disputa». Comentó don Soreco: «Entonces ya no es tan niña». Ayer el padre de su nieto mayor le dijo: «Tonilito cumple mañana 10 años. ¿Qué le parece si le hacemos una piñata?». «¡Ah no! -protestó don Soreco-. Ya tiene edad para hacérsela él solo». En México estamos en apuros: el costo de la vida va subiendo y el valor de la vida va bajando. No soy economista; por lo tanto no tengo 100 explicaciones para prever lo que sucederá y 200 para explicar por qué no sucedió. La economía, en efecto, es una ciencia abstrusa, difusa y confusa, tanto que se necesita un economista para no entenderla. Aun así puedo decir que las amas de casa -ellas saben de economía más que Keynes- están alarmadas por lo mucho que han subido en estas últimas semanas los precios en el súper y por lo poco que pueden comprar ahora con el dinero que antes les bastaba para surtir bien la despensa. Alguien habrá que pueda explicar cuál es la causa de esta reciente carestía, y si estamos en presencia de un fenómeno inflacionario no esperado, pero no cabe duda de que la notoria elevación de precios en los artículos de consumo necesario empobrece a la población y hace más difíciles las condiciones de vida de millones de mexicanos. El Gobierno está muy ocupado en combatir el huachicoleo sin combatir a quienes lo cometen, en ceder con eficiencia a los eficientes chantajes de la CNTE y en arreglar los asuntos relacionados con el beisbol. Por eso quizá no se ha enterado de lo que le está sucediendo a la gente. Hermesio y Cabalino gustaban mucho de las disciplinas gnósticas. Frecuentemente debatían acerca de asuntos tales como el otro mundo, la vida sobrenatural, etcétera. (Sus novias se quejaban: «Dicen que creen en el más allá, pero ninguno de los dos ha pasado nunca de la rodilla»). Un día a Hermesio se le ocurrió morirse. Morir, escribió Borges, es una costumbre que sabe tener la gente. Al mes del óbito, fenecimiento o tránsito (¡ah, las anfibologías, circunloquios y perífrasis a que recurre el escribidor con tal de no usar la palabra «muerte»!) Hermesio se le apareció a su amigo. Le preguntó Cabalino: «¿Cómo te va en el otro mundo?». «¡Fantásticamente bien! -respondió, feliz, Hermesio-. Me la paso todo el tiempo comiendo y follando. Tengo un harén para mí solo, y fui dotado de una especial potencia que no conocí en mi otra vida: follo no menos de 25 veces diarias. Lo único malo es que tengo que levantarme temprano, pero eso me da más tiempo para gozar tantas venturas». «¡Caramba! -se admiró Cabalino-. ¡Me gustaría estar en ese paraíso!». «El paraíso no existe -lo corrigió Hermesio-. Existe la reencarnación. Y a causa de mi buena conducta reencarné en gallo». La joven Oranita le preguntó a su abuela: «Tita: ¿qué me quiere decir mi novio cuando me besa?». Respondió la señora: «Si te besa con los labios te está diciendo que te quiere. Si te besa de lengüita te está diciendo para qué te quiere». FIN.
OJO: Dice «para no entenderla». Gracias.