De política y cosas peores

23/01/2019 – «Desvístase» -le pidió el joven y apuesto médico a Himenia Camafría, madura señorita soltera. «Ay, doctor -se ruborizó ella-. Usted primero». A los tres meses del óbito, tránsito o finamiento de su esposa -¡cuántos eufemismos para no decir «la muerte»!- don Leovigildo contrajo nuevo matrimonio. La madre de la extinta -otro eufemismo- le reprochó: «Le juraste solemnemente a mi hija que no te casarías hasta que su tumba se enfriara». Contestó el reciente viudo: «Y yo mismo fui a enfriarla con un ventilador». Prosiguió la mujer, hosca: «¿Y ya te estás casando otra vez?». Replicó don Leovigildo: «Es que no soy rencoroso». En la fiesta de gala Mrs. Fatass lucía un collar con un espléndido diamante. Una invitada le dijo llena de admiración: «¡Qué hermoso diamante trae usted, señora!». Comentó la elegante dama: «Es uno de los más grandes del mundo, mayor aún que el Hope, el Taylor-Burton o el famoso Ko-hi-Noor. Desgraciadamente lo acompaña una maldición». «¿Qué maldición es ésa?» -se inquietó la otra. Respondió con sombrío acento Mrs. Fatass: «Mr. Fatass». Algunas mujeres bellas hablan mucho. Pero si no hablaran mucho serían hombres. «A un panal de rica miel / dos mil moscas acudieron, / y por golosas murieron / presas de patas en él.». Eso decía una antigua fábula moral. Y sentenciaba: «Así, si bien se examina, / los humanos corazones / perecen en las prisiones / del vicio que los domina». Si trasladamos la lección al cenagal de la política de México -entiendo que en todos los países del mundo la política es un cenagal- diremos que ese panal tan atractivo es el Instituto Nacional Electoral, y que muchos son los que acuden a él en busca de la rica miel: las prerrogativas (nunca mejor usada la palabra) que los partidos políticos reciben, dinero salido del trabajo de los contribuyentes y que la casta política destina a conseguir posiciones, chambas, fueros y más dineros. Ahora se anuncia que Margarita Zavala y su consorte Felipe Calderón promoverán el registro de un nuevo partido. Muchas veces he dicho que la señora fue una Primera Dama de calidad excepcional. Cuando acabó el malhadado sexenio de su esposo -el que nos condenó a vivir en el temor- los cambiantes vientos de la política no fueron bonancibles para ella, y salió del PAN, partido en el cual desde su juventud había militado. En seguida se postuló como candidata a la Presidencia de la República, en oposición a Ricardo Anaya. Tan poco apoyo recibió que hubo de renunciar a su candidatura. Ahora vuelve por sus fueros -o por el de su señor marido- y busca tener su propio partido. Riesgosa es tal empresa. Su capital político, lo mismo que el de Calderón, está sumamente amenguado, si no es que agotado por completo. Es posible que logre el registro que busca -tan generosa así es la legislación electoral-, pero será a costa de su prestigio y a coste de los ciudadanos, que deben cargar el oneroso peso de mantener a tantos partidos, partiditos, partidillos y partidejos que mucho obtienen y nada en cambio aportan al bien de la Nación. En este caso concreto, sin embargo, debemos recordar que hay algo que ni los toreros ni los políticos saben hacer: retirarse a tiempo. Después de varios meses de rogar con insistencia, don Frustracio consiguió por fin que su indiferente esposa doña Frigidia accediera a recibirlo en su lecho. Durante la unilateral acción, empero, la sintió tan inmóvil y tan fría que pensó que estaba cometiendo el delito de necrofilia. Le dijo a la gélida señora: «Mujer: me casé contigo para toda la vida, pero tú no demuestras ninguna». FIN.