De política y cosas peores

11/11/2018 – El borrachín del pueblo agonizaba en el hospital de pobres víctima de sus excesos. Un sacerdote acudió a impartirle los últimos auxilios de la religión. «Dime, Beodio -le preguntó-. ¿Renuncias a Satanás?». «No, padre -respondió el borrachín-. Ignoro lo que me espera en el otro mundo, y en mis circunstancias no creo conveniente indisponerme con nadie»… Tres amigos expertos en cosas de sexualidad cambiaban impresiones acerca de un tema interesante: la ropa íntima femenina. «A mí me gusta sencilla y sin adornos» -dijo uno. Dijo otro: «En cambio a mí me gusta con encajes y otros detalles atrevidos». «A mí -dijo el tercero- me gusta que la ropa íntima femenina sea como los libros que leo». «¿Cómo?» -preguntaron los otros. Respondió el tipo: «Con mucho contenido humano». El gallo perseguía a las gallinas por todo el corral, y cuando las alcanzaba cumplía en ellas el rito antiguo de la naturaleza. (Recordemos el mexicanísimo dicho: «¡Ay, quién tuviera la dicha del gallo, que nomás se le antoja y se monta a caballo!»). Al final de la jornada el gallo estaba agotadísimo. El pato le indicó: «Es que todo el día les haces el amor a las gallinas». Respondió el gallo: «No es hacerles el amor lo que me cansa. Lo que me jode es correr tras ellas»… Un señor se hallaba en el lecho de agonía y le dictó a un notario público su última voluntad. «Dejo toda mi fortuna a mi esposa Gorgolota con una condición: que se vuelva a casar». «¿Que se vuelva a casar? -se asombra el notario-. ¿Por qué?». Explicó el señor: «Quiero que haya alguien que sienta mi muerte»… Una señora le preguntó a otra: «¿Cómo es el amor con tu marido?». Respondió la otra: «Como la noche del Grito de Independencia». «¿Con mucho entusiasmo, mucho fuego?». «No. Una vez al año»… El atractivo pero tímido muchacho le dijo en su automóvil a la avispada chica: «Florilí: tú sabes que soy muy tímido. Necesito que me ayudes. Si estás dispuesta a permitirme que te tome una mano, mírame. Si quieres dejarme que te dé un beso, sonríe». Ella prorrumpió en una formidable, estrepitosa carcajada. (Esperemos que el muchacho haya entendido). Aquel vaquero estaba tan borracho que sus amigos decidieron jugarle una pesada broma. Le quitaron la silla a su caballo y se la volvieron a poner, pero al revés, con la cabeza de la silla hacia la cola del caballo. Al día siguiente, ya en su casa, la esposa del vaquero le dijo: «Levántate ya, Billy. Es hora de que te vayas al trabajo». «No tengo en qué irme -responde el vaquero tristemente-. Anoche le cortaron la cabeza a mi caballo, y para poder llegar aquí tuve que venir todo el tiempo tapándole la tráquea con la mano»… Estamos en tiempos de las Cruzadas. Sir Galahad, caballero de la alta nobleza en la Bretaña, se disponía a salir con sus mesnadas a fin de reconquistar el Santo Sepulcro en poder de los infieles. Aunque confiaba plenamente en la fidelidad de lady Guinivére, su esposa, siguió el uso de todos los cruzados y le hizo poner un cinturón de castidad. Llamó a su mejor amigo, sir Grandick, que no iba a ir a la Cruzada porque la espada se le había descompuesto, y le puso en las manos la llave del cinturón. Le dijo: «Pongo en tus manos esta llave, amigo mío, para que la guardes hasta mi regreso. Con eso guardarás también el honor y pureza de mi mujer, a quien te confío igualmente, pues conozco tu calidad de caballero y tu condición de hombre de honor». Sir Galahad le entregó la llave a su amigo y subió luego a su caballo para emprender el camino a Tierra Santa. No había andado ni una lengua cuando a todo galope lo alcanzó sir Grandick al tiempo que le gritaba: «¡No es la llave!». FIN.
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