De política y cosas peores

20/10/2018 – CIUDAD DE MÉXICO .-Andrés Manuel López Obrador estuvo el pasado jueves en mi ciudad, Saltillo, en el curso de la gira que ha llamado «de agradecimiento». El largo viaje que está haciendo es encomiable. La mayoría de los políticos adulan en sus campañas a los electores, y una vez obtenida la victoria si te vi ya no me acuerdo. La gira que AMLO hace ahora para agradecer a la ciudadanía su voto, y que lo llevará otra vez a recorrer todo el país, habla de un real compromiso con la gente y de un sincero deseo de trabajar por ella. Asistí a la reunión en la cual el Presidente electo expuso sus planes de gobierno ante las fuerzas vivas de Coahuila. («Las muertas ya pa qué», habría dicho don Abundio). Una cosa me preocupó, y me gustó mucho otra. López Obrador volcó sobre la mesa una generosísima cornucopia de pensiones para destinatarios muy variados: adultos mayores; campesinos; estudiantes de preparatoria; ninis (jóvenes que ni estudian ni trabajan, para comprensión de mis lectores en el extranjero) y demás. Dijo también que creará dos nuevas universidades. (¿Serán de la conocida marca Cuacuá, como alguna otra que ya creó? ¿Por qué mejor no apoya a la Universidad Autónoma de Coahuila para que extienda y fortalezca su labor? Es bueno democratizar la educación, pero es muy malo abatir su calidad). Todos los presentes nos preguntamos de dónde sacará AMLO el dinero necesario para pagar tantas pensiones y costear los otros numerosos planes -entre ellos el Tren Maya, claro- que anunció con absoluta certidumbre y determinación. Misterio es ése que ni los más conspicuos financieros podrán seguramente develar. Lo que me gustó fue el homenaje que López Obrador rindió a Madero, héroe por el que siento devoción y al que el PRI postergó siempre porque -como bien dijo AMLO- el Apóstol ha sido el presidente más democrático de México, y el PRI -esto lo digo yo- fue durante muchos años el negador absoluto de la democracia. López Obrador, dueño de muchos dones, no posee el de la palabra, pero al hablar de Madero estuvo emotivo, y aun elocuente. Me agradó mucho también la participación del Gobernador Riquelme en ese acto. Su tema principal fue la unidad de los coahuilenses, que él se ha esforzado en recuperar, y lo ha conseguido. Prudente, mesurado, el gobernante coahuilense ofreció a López Obrador trabajar en colaboración con él para procurar el bien del Estado y de sus habitantes. Ciertamente estuvimos muy bien representados por el Gobernador Riquelme en esa reunión con AMLO. Al salir del Palacio de Gobierno crucé la bella Plaza de Armas de Saltillo, en la cual tendría lugar un mitin popular con asistencia del Presidente electo. Llegaba ya la gente; familias enteras. A las claras se veía que iban por propia voluntad, sin acarreos ni dádivas. Era el pueblo, que sin temor a la lluvia que caía ya iba a ver al hombre que se ha ganado a pulso su confianza y su afecto. Eran los pobres, a quienes López Obrador no puede defraudar y para los que debe gobernar con preferencia. Ellos son las verdaderas fuerzas vivas. También han sido postergados, y en el futuro Presidente miran una esperanza nueva. Ojalá se cumpla. Mañana domingo, a las 13 horas, presentaré en la Feria Internacional del Libro, en Monterrey, mi más reciente libro: «Teologías para ateos». Es una serie de reflexiones, «al mismo tiempo amenas y profundas» escribió un lector, acerca de los grandes temas: Dios; el hombre, su origen y destino; el amor y sus variaciones; la vida y su continuación, la muerte; la muerte y su continuación, la vida… Encontrémonos ahí. Conversaremos, nos tomaremos una foto y nos uniremos en nuestra común amistad con esos amigos buenos, los libros. FIN.

MIRADOR

Esta cajita de música la compré en Puebla, en un bazar de antigüedades.
Tiene la forma de un carrusel. Lo haces girar a fin de darle cuerda, y se oyen los primeros compases de «Para Elisa», de Beethoven.
Las muchachitas saltilleras ensayaban esa pieza durante todo el año, y luego la tocaban desmañadamente en el festival de fin de cursos de su academia de piano. En uno de aquellos recitales el tímido adolescente que era yo escuchó por vez primera la melodía del amor. Se la reveló sin darse cuenta una niña que ya tenía artes de mujer. Por ella incurrí entonces en la escondida culpa de los versos:
«. Nunca le hablé, porque pensaba en ella / como pensó el Quijote en Dulcinea; / pero en las páginas de cada libro / escribía con grave misticismo / las letras de su nombre. Yo era un niño / y ella era una flor primaveral / con ojos temblorosos de gacela / y con aroma a piano y a misal».
¿Sabes cuánto pagué por aquella cajita de música? 100 pesos. Y me ha hecho recordar recuerdos que ya no recordaba.
Esa cajita vale ahora un millón de pesos.

¡Hasta mañana!…