Cementerios históricos en Texas, peligran por muro de Trump

Una tarde húmeda, llena de mosquitos en la frontera con México, el muro que quiere construir Donald Trump congregó a varias personas en dos cementerios históricos que son parte de sus tierras ancestrales.

La gente contó historias familiares e inspeccionó las tumbas de sus antepasados, algunos de los cuales pelearon en la Segunda Guerra Mundial y en Vietnam. Un hombre de 80 años se apoyó contra la lápida de la tumba de su padre, allí desde 1965, para sostenerse.

Bajo los planes actuales para el muro, uno de esos cementerios del siglo 19 podría desaparecer. Algunas tumbas tendrían que ser exhumadas, mientras que en las que no tienen lápidas serían asfaltadas.

La gente que perdería sus tierras contrató abogados y montó protestas. Están decididos a acudir a los tribunales para frenar la construcción y a explicarle al resto del país los costos ocultos del muro fronterizo con que sueña el presidente.

“En cierto sentido nos sentimos indefensos porque nos enfrentamos al gobierno”, dijo Sylvia Ramírez, quien organizó el encuentro en los cementerios y encabeza la batalla que libra su familia para salvarlos. “Sabemos que tenemos una pequeña voz, pero es una voz”.
En Texas podría comenzar en cualquier momento la construcción de muros que cruzarían reservas naturales, granjas donde se cultivan cebollas, melones y maíz, y propiedades que datan de cuando se demarcó la frontera.

El Congreso dispuso el año pasado financiar 53 kilómetros de muros y cercos en el Rio Grande Valley, al sur de Texas, y una zona de seguridad con caminos, cámaras y luces de vigilancia. Los legisladores consiguieron posteriormente que el Departamento de Seguridad Nacional protegiese el Centro Nacional de Mariposas y la capilla La Lomita, del siglo 19, pero no se tomaron medidas para impedir la construcción en otras tierras privadas.

Un juez federal dijo la semana pasada que Trump no podía usar dinero del Departamento de Defensa que su gobierno asignó a la construcción del muro al declarar una emergencia nacional en febrero. Pero eso no frenará los proyectos de Texas porque son financiados por otro lado.

El Rio Grande Valley es el corredor más usado para los cruces ilegales de la frontera desde México. La Patrulla de Fronteras dice que hacen falta más barreras para frenar el paso de delincuentes y el tráfico de drogas.

Pero el muro no puede ser erigido junto al río Bravo (Grande para Estados Unidos) debido a tratados entre Estados Unidos y México diseñados para que cuando hay inundaciones el agua no se vaya toda a territorio mexicano. Será construido en cambio sobre un dique de casi dos kilómetros (más de una milla) que está alejado del río en algunas partes y que crea lo que a menudo se describe como una “tierra de nadie” porque está al sur del muro, pero dentro de territorio estadounidense.

El geógrafo de la Universidad Estatal de Ohio, de Newark, Kenneth Madsen calculó que Estados Unidos habrá aislado 175 kilómetros cuadrados (68 millas cuadradas) de tierra en el sur de Texas cuando termine todos los proyectos que tienen financiación.

Muchas familias de la zona –una región mayormente hispana y demócrata en un estado dominado por los republicanos– tienen ancestros que se remontan a la época en que esta tierra era parte de México.

Adelina Yarrito, de 62 años, se tocó la frente con dos dedos de su mano derecha para explicar por qué piensa que su tierra corre peligro.

“La diferencia es el color de la piel”, expresó. “Somos hispanos”.

Nathaniel Jackson instaló su rancho aquí en 1857, nueve años después de que el río Bravo pasase a ser la frontera tras una guerra entre México y Estados Unidos. Jackson era un partidario de la Unión (el norte) que se casó con una mujer negra y ayudó a que numerosos esclavos escapasen a México, que abolió la esclavitud tres décadas antes de que lo hiciese Estados Unidos.

El Cementerio Eli Jackson –lleva al nombre de uno de los hijos de Jackson– nace en un extremo del dique y quedaría en la zona de seguridad.

Cerca de allí hay otro cementerio, el Jackson Ranch, y una capilla de 1874 que miembros de una familia dicen albergó la primera iglesia protestante del Rio Grande Valley. El cementerio quedaría adyacente a la zona de seguridad.

Alicia Jackson Flores, de 68 años, recorre los cementerios para examinar las lápidas, algunas de las cuales se rompen o se caen. Luce un sombrero de ala ancha para protegerse del sol.

Se inclina levemente para poder leer cada lápida, algunas en inglés y otras en español.

Una dice “Soldado Abraham Rutledge, Texas Partisan Rangers, CSA”. Rutledge fue un soldado de la Confederación durante la guerra civil. También fue yerno de Nathaniel Jackson.

Se cree que Rutledge fue enterrado en el cementerio, aunque la familia no sabe exactamente dónde. Una agrupación que estudia la herencia de la Confederación solicitó hace algunos años permiso para instalar la lápida donde se encuentra hoy.

Por más que haya peleado a favor de la esclavitud, “es parte de la familia Jackson”, dijo Jackson Flores.

Después de hablar de sus antepasados, la charla pasó al muro.

Sanjuanita Salinas admitió algo que no era una postura muy popular en el grupo: Está a favor del muro porque le tiene miedo al tráfico de drogas.

“Cruzan todo el tiempo”, dijo Salinas, de 68 años. “Y traen drogas”.

“¿Te sientes amenazada?”, le preguntó Flores.

“Querida, no confío en ellos”, respondió Salinas. “Te van a matar. Son capaces de matar a su propia madre”.

Salinas, no obstante, dijo que se opone a que se destruya el cementerio para construir el muro.

“No hay que molestar a los muertos”, afirmó.

Antes de apropiarse de las tierras apelando a su derecho a expropiar, el gobierno tiene que tratar de comprarlas y, si la familia se niega, acudir a los tribunales. Según Sylvia Ramírez, el gobierno no ha dicho si pagaría por una posible exhumación de las tumbas.

Al caer el sol, la docena de personas reunidas se tomó una foto del grupo. Una de ellas escribió los nombres de todos en un anotador para poder etiquetarlos en Facebook.

Ramiro Ramírez, hermano de Sylvia Ramírez, llevaba a su nieto de dos años. Le permitió al niño hacer sonar la campana de la capilla, como hizo su abuela con él hace unos 60 años.

Ramiro y Sylvia ya tienen separadas las parcelas donde serán enterrados.

“Lo que nos preocupa, sobre todo a los que tenemos cierta edad, es qué va a pasar con el cementerio”, expresó Sylvia Ramírez. “Sabemos lo que podemos tratar de hacer mientras estemos vivos”.

Agencias