Ante el desastre, el gran desafío

4/12/2018 – Acabar con 36 años de neoliberalismo –marcados por una corrupción que corrió a galope–, privilegios imparables, la venta del país a pedazos, el remate de los bienes nacionales y la impunidad, el perdón y no la venganza, fueron los ofrecimientos de López Obrador.

CIUDAD DE MÉXICO.- Al tomar posesión de la Presidencia este sábado 1, Andrés Manuel López Obrador pintó el panorama desastroso de un país –que gobernará– sometido a 36 años de neoliberalismo, durante los cuales la corrupción, la pobreza y la violencia se desbordaron. Para enderezar un México que describió prácticamente en ruinas, el presidente ofreció perdón y no venganza, y detalló una serie de medidas que resumió en la frase “Estoy preparado para no fallarle a mi pueblo”.
“Hoy comienza un cambio del régimen político”, lanzó Andrés Manuel López Obrador desde la tribuna del Congreso de la Unión. El reloj marcaba las 11:26 horas del sábado 1 y el tabasqueño se ceñía el símbolo del poder, la banda presidencial, para convertirse al fin en presidente de México.
Protagonista del quiebre del PRI en 1988, Porfirio Muñoz Ledo encabezó el ritual desde la Presidencia de la Mesa Directiva del Congreso de la Unión: del mandatario saliente, Enrique Peña Nieto, recibió la banda presidencial, la levantó, la mostró al pleno y se la colocó al tabasqueño, arrancando así lo que se ha llamado “la hora cero de la República”… y estallaron los aplausos en el pleno.
Acabar con 36 años de neoliberalismo –marcados por una corrupción que corrió a galope–, privilegios imparables, la venta del país a pedazos, el remate de los bienes nacionales y la impunidad, el perdón y no la venganza, fueron los ofrecimientos de López Obrador.
“Iniciamos hoy la Cuarta Transformación. Puede parecer pretencioso o exagerado, pero hoy no sólo inicia un nuevo gobierno, hoy comienza un cambio de régimen político. A partir de ahora se llevará a cabo una transformación pacífica y ordenada. Se acabará con la corrupción y con la impunidad que impiden el renacimiento de México”, exclamó entre vítores.
Y aunque pretende acabar con los males del país, ofreció no ser juez sino conciliador. Puso sobre la mesa la política de “punto final”, a lo que la bancada del PAN respondió con un rotundo “¡noooooo!”.
Abarrotado el recinto de San Lázaro, el tabasqueño se apropió del escenario.
El PRI que combatió replegado, respetó la ceremonia republicana y acaso dio débiles gritos de apoyo a Peña Nieto en su despedida. El PAN, que por momentos parecía lleno de ira, lo recibió con pancartas, exigencias y reclamos para acabar lo que ellos mismos echaron a andar: el aumento al precio de las gasolinas.
El PRD, partido que él, Muñoz Ledo y Cárdenas Solórzano (testigo de la ceremonia desde el palco de invitados especiales) construyeron, ahora estaba totalmente desdibujado.
En el otro extremo, la izquierda del recinto, sus compañeros de la larga campaña presidencial de 12 años: el PT, sus nuevos aliados del PES y Morena no cabían de gozo. “¡Sí se pudo, sí se pudo!”, coreaban exultantes.
El ambiente era de fiesta para la nueva mayoría y de prudencia para el PRI, al cual se aludió una y otra vez, pero a final de cuentas uno con el PAN en su caminar por el neoliberalismo.

Contra el neoliberalismo
La magia del poder que potencia la banda presidencial no tuvo los mismos efectos en anteriores mandatarios, quienes una vez que la acariciaban cobraban fuerza en la voz o a quienes cubría entonces un artificial halo de respeto.
Aunque se sumó a la liturgia del cambio de poder presidencial, López Obrador resumió aquello contra lo que luchó a lo largo de 36 años. Sí, acarició brevemente la banda, pero largamente enumeró los estragos del desastre neoliberal.
“La crisis de México se originó no sólo por el fracaso del modelo económico neoliberal aplicado en los últimos 36 años, sino también por el predominio en este periodo de la más inmunda corrupción pública y privada… Nada ha dañado más a México que la deshonestidad de los gobernantes y de la pequeña minoría que ha lucrado con el influyentismo”, soltó el presidente, pero sin voltear a ver a Peña Nieto. Estoico, el mandatario saliente aguantó la hora con 18 minutos del recuento de los daños, de muchos de los cuales su Presidencia fue responsable.
En el estrado, sentado a la derecha de Martí Batres, Peña Nieto comentó en corto al presidente del Senado: “Es indudable el liderazgo de Andrés Manuel. Lo tiene desde hace muchos años. Ya estaba preparado para esto desde 2006”.
Ante el reconocimiento lopezobradorista a Peña Nieto por no meterse en las elecciones, el expresidente le comentó a Batres: “¡No faltaba más. Era inevitable!”.
“Bueno… pero otros gobiernos, como el de Fox, sí intervinieron en la elección”, reviró Batres.
El neoliberalismo, la corrupción y la deshonestidad fueron causantes de la desigualdad económica y social, pero también de la inseguridad y violencia que padece México, dijo López Obrador, quien se cuidó: nunca acusó al PRI, por el contrario, elogió a gobiernos priistas que antecedieron al neoliberalismo iniciado con Miguel de la Madrid.
Concluida la Revolución y hasta los años setenta, la economía de México creció 5% y a veces 6% al año, apuntó, para luego elogiar a Antonio Ortiz Mena. Vino luego la debacle: crecimiento pero con inflación y endeudamiento.
Siguió la bofetada a los gobiernos panistas y priistas que trajeron el neoliberalismo al país: con Vicente Fox la deuda externa quedó en 1.7 billones de pesos, con Felipe Calderón aumentó a la estratosférica cifra de 5.2 billones de pesos y con EPN cierra en 10 billones.
Otra perla del neoliberalismo, dijo, son “las privatizaciones y la corrupción. Hablar de las primeras es sinónimo de lo segundo”.